Desde la Segunda Guerra Mundial el poder aéreo se ha convertido en un elemento esencial en cualquier campaña militar. Su carácter decisivo o no ha sido objeto de enconados debates casi desde los mismos orígenes de la aviación militar.
En general, tan mal les ha ido a los que lo subestiman como a los que lo valoran exageradamente. Pero se trata de un debate estéril. Las fuerzas aéreas, como las terrestres, las navales o las de operaciones especiales son meros instrumentos. Y en una actividad tan compleja como son las operaciones militares hay que utilizar la combinación de instrumentos que mejor se adapte al objetivo a conseguir. Empeñarse en utilizar un único instrumento en cualquier circunstancia es sencillamente una forma de obcecación.
Para el desarrollo de las operaciones convencionales en tierra, disfrutar o no de superioridad aérea se ha convertido en un asunto fundamental. De hecho, si la superioridad propia se pierde, y la enemiga llega a ser abrumadora, no se pueden emprender operaciones terrestres convencionales. Una adecuada defensa antiaérea puede paliar la desventaja, pero pocos ejércitos disponen de sistemas modernos en número suficiente. La dispersión y la ocultación son recursos clásicos más modestos, aunque también se pueden utilizar procedimientos más extremos como refugiar unidades militares en núcleos urbanos o utilizar la fortificación subterránea, como han hecho Hezbolá y Hamás en sus enfrentamientos con Israel.
Pero todos estos recursos suelen ser insuficientes cuando una fuerza terrestre debe operar bajo una amenaza aérea potente y constante. La dispersión y ocultación impiden a las unidades concentrarse y coordinarse lo suficiente como para emprender operaciones de cierta entidad. Y refugiarse en ciudades implica un alto grado de sufrimiento para la población civil, aparte de limitar dramáticamente la libertad de acción de las unidades.
Por contra, la acción exclusiva desde el aire adolece de una limitación fundamental: se pierde el control de los acontecimientos sobre el terreno. Si solo se utiliza la acción aérea se pueden paralizar y desarticular ejércitos, pero se pierde la influencia sobre lo que ocurre en los lugares que esos ejércitos ocupan. El resultado puede ser una situación final peor que la anterior a la campaña aérea. La reciente operación Unified Protector en Libia fue un claro ejemplo de este riesgo.
En consecuencia, cualquier campaña que busque un éxito decisivo, sostenible y aceptablemente rápido debe combinar la acción aérea con la terrestre. Ambas modalidades se complementan perfectamente. El enemigo que debe dispersarse para escapar a los ataques aéreos no puede después concentrarse oportunamente para hacer frente a un ataque de fuerzas terrestres. Y si logra concentrar unidades y recursos, éstos se convierten en un blanco fácil y rentable para las fuerzas aéreas. Si un ejército entra en este círculo vicioso, en el que ni puede concentrarse ni dispersarse, difícilmente podrá evitar su destrucción y ésta será con frecuencia espectacular. La Guerra del Golfo en 1991 es posiblemente el mejor ejemplo de este fenómeno.
Muchas de estas lecciones aprendidas a lo largo de las últimas décadas pueden ser aplicadas a la acción multinacional contra el Estado Islámico en Irak y Siria, cuya parte más importante y visible es de momento una campaña aérea. La campaña ha sido criticada por insuficiente y sus propios impulsores, incluyendo al presidente Obama, han reconocido que no proporcionará resultados rápidos. Pero sin duda es mejor que nada y, si no se hubiera lanzado, los yihadistas del Estado Islámico y sus aliados dominarían probablemente la mayor parte del territorio iraquí y gran parte del sirio.
Una de las principales limitaciones de la actual campaña aérea es que dispone de un número limitado de aviones de combate. Estados Unidos ha desplegado un solo portaaviones en el Mediterráneo y ha reforzado moderadamente sus unidades aéreas desplegadas en las bases en el Golfo Pérsico. Algunos estados árabes y europeos han aportado contingentes aéreos normalmente limitados y en muchos casos con restricciones para su uso. Pero en total puede que no haya más de 200 ó 300 aparatos, incluyendo drones, participando en las operaciones. A ellos habría que añadir la muy reducida y poco operativa fuerza aérea iraquí, y la mayor y mejor preparada fuerza aérea siria, ninguna de las dos capaz de realizar acciones de cierta complejidad o de utilizar sistemas de armas modernos.
Como ya se comprobó en Kosovo en 1999, la acción de unos pocos centenares de aparatos no suele ser suficiente para desorganizar a un enemigo disperso. Y el Estado Islámico combate bastante disperso. Sus milicianos, cuyo número se estima entre 30.000 y 50.000, operan en un territorio del tamaño de Andalucía y Castilla la Mancha juntas. Obviamente, en los lugares en los que pretende derrotar a sus adversarios y ganar terreno necesitan concentrarse, y sobre todo necesitan concentrar sus armas pesadas. Sin embargo, incluso cuando se concentran no presentan un blanco fácil ya que practican un sistema táctico basado en una movilidad constante.
Una dificultad añadida es que la zona bajo teórico control del Estado Islámico no lo está tanto como parece. Los yihadistas controlan determinadas ciudades y puntos estratégicos en Siria e Iraq pero existen enormes zonas por las que diferentes grupos combatientes transitan alternativamente. Existe por tanto un gran riesgo de confusión en los ataques, y de que se termine bombardeando a quién no se pretende. Además, muchos de los lugares realmente controlados por el Estado Islámico son centros urbanos, y el riesgo de causar bajas civiles resulta bastante elevado.
Un punto positivo es que existen fuerzas terrestres sobre el terreno, y son numerosas. De hecho el problema es que son tan numerosas como heterogéneas, y que su grado de coordinación con los ataques aéreos va desde rudimentario hasta inexistente. Los yihadistas han sido capaces de crear a su alrededor un número de adversarios que para cualquier fuerza militar se consideraría abrumador: los ejércitos regulares sirio e iraquí, las milicias kurdas iraquíes y sirias, la oposición moderada siria e incluso sus colegas en la Yihad del Frente Al Nusra. Lo sorprendente es que hayan conseguido no solo mantener a sus adversarios a raya, sino imponerse y ganar terreno a todos y cada uno de ellos.
A primera vista, el ejército iraquí y las milicias peshmerga del Kurdistán iraquí parecen los grupos más prometedores para lograr una aceptable coordinación aeroterrestre. Ambos cuentan con apoyo directo de Estados Unidos, que quizás incluya equipos de operaciones especiales que puedan actuar como controladores aéreos avanzados. Sin embargo, hasta el momento la campaña aérea en Irak solo ha conseguido frenar el avance del Estado Islámico en algunos lugares concretos, como la presa de Mosul o el área de Baijar en el norte del país, mientras que los yihadistas han continuado avanzando en otros, como las ciudades en el curso del Éufrates en la provincia occidental de Al Anbar.
En Siria la situación es mucho más compleja. Allí, el principal enemigo del Estado Islámico es el ejército regular de Al Assad, pero Estados Unidos no está en absoluto dispuesto a colaborar con quién consideraba el principal objetivo a batir hace solo un año. La colaboración con la oposición siria moderada es también problemática, ya que combate sobre todo contra el régimen de Damasco.
A todos estos problemas hay que añadir que, dada la complejidad de la situación y la ausencia de fuerzas terrestres fiables, los resultados de los ataques aéreos pueden ser imprevisibles e indeseados. Por ejemplo, un rápido desgaste del Estado Islámico podría permitir a Al Assad concentrar fuerzas y terminar de aplastar a la oposición moderada siria. O también podría abrir el camino para que un ejército iraquí, ya casi completamente chiíta, penetrase a sangre y fuego en las zonas sunníes del país, sembrando la indignación entre las monarquías del Golfo y convirtiendo a Irán en el gran beneficiario de la intervención militar norteamericana. La complejidad de la crisis recuerda a un monumental “equilibrio mejicano”, esa situación tan cinematográfica, y tan del gusto de Quentin Tarantino, en la que todos los protagonistas se apuntan unos a otros con sus armas. Una situación que no es muy seguro que los norteamericanos, siempre demasiado impacientes por disparar, sepan gestionar adecuadamente.
Pese a todas las dificultades, la campaña aérea puede obtener resultados positivos, aunqueno será a corto plazo. Uno de los puntos fuertes del Estado Islámico es su capacidad de financiación, y una parte considerable de esa financiación se obtiene mediante la gestión de las instalaciones petrolíferas capturadas en Siria e Irak. La destrucción de esa infraestructura debilitará inevitablemente a los yihadistas. Y el martilleo desde el aire también terminará por reducir sensiblemente un equipo pesado que difícilmente pueden reponer, a no ser que consigan capturarlo en combate.
Pero puede que pase algún tiempo antes de que se consigan esos resultados porque, como ya se ha apuntado antes, el número de aviones y drones disponibles es limitado. En las últimas semanas la ofensiva del Estado Islámico sobre la ciudad kurda de Kobane, en la frontera entre Siria y Turquía, ha obligado a concentrar entre el setenta y el ochenta por cien de los ataques aéreos multinacionales sobre esa zona. Como consecuencia, los ataques sobre otras áreas se han reducido dramáticamente. Por ejemplo, entre el 10 y el 16 de octubre solo se realizaron una veintena de ataques aéreos sobre todo el territorio iraquí. La relativa calma permitió al Estado Eslámico tomar la ciudad iraquí de Hit, amenazar de nuevo a los yazidíes en en Norte y continuar cerrando el cerco sobre Bagdad. La situación se ha revertido no obstante en los últimos días, y los ataques aéreos en Iraq han llegado hasta diez-quince diarios, lo que ha permitido algunos avances menores en torno a Mosul y Bagdad. Sigue siendo, no obstante, insuficiente.
Lo cierto es que Kobane, pese a las informaciones de la prensa, no tiene una significancia estratégica extraordinaria. Aunque cayese, las milicias kurdas seguirían controlando una parte bastante sustancial de la frontera sirio-turca. Sin embargo, su importancia como símbolo es indudable. Tanto los kurdos como los yihadistas y los medios de comunicación han convertido a Kobane en un pequeño Verdún o Stalingrado, en el que se lucha no ya por obtener ventajas militares sino por puro prestigio e imagen. Cabe la duda sobre si el Estado Islámico no estará en realidad atacando la ciudad para obligar a la limitada fuerza aérea multinacional a concentrar su acción sobre la zona, y reducir drásticamente sus ataques sobre sus infraestructuras petrolíferas y el frente iraquí.
Un punto clave para el éxito de la campaña es su continuidad, probablemente durante muchos meses. Si se debilita y da un respiro al Estado Islámico éste volverá a demostrar su extraordinaria energía. Un segundo punto es mejorar la cooperación con las fuerzas terrestres, especialmente en Irak, algo que requiere entrenamiento, equipo específico y probablemente el despliegue de equipos de señalamiento y control aéreo avanzado, si no se ha hecho ya. Y el tercero sería no dejarse llevar por impulsos mediáticos. Los yihadistas plantearán situaciones dramáticas, como la actual en Kobane, para intentar desviar los todavía escasos recursos de la coalición internacional y alejarlos de los objetivos que ellos consideran vitales.
Incrementar los medios aéreos sería muy beneficioso para el resultado final y evitaría un alargamiento excesivo de las operaciones. El empleo de drones está especialmente indicado en operaciones contra un adversario sin apenas defensa aérea y muy escurridizo, como es el Estado Islámico. Son más baratos que un avión tripulado, pueden permanecer mucho más tiempo en vuelo y si alguno se pierde sobre territorio enemigo no hay riesgo de que la tripulación sea capturada o ejecutada frente a una cámara. La capacidad para una larga permanencia en vuelo permite a los drones realizar búsquedas más minuciosas de objetivos de oportunidad, y elegir mucho mejor el momento del ataque para evitar bajas civiles.
Pero toda la parafernalia bélica será de poca utilidad si no se atacan a la vez los fundamentos políticos y sociales del problema. Sobre todo, hay que ofrecer una puerta de salida satisfactoria a los numerosos grupos sunníes, tanto iraquíes como sirios, que actualmente apoyan al Estado Islámico por interés, desesperación o porque no les queda más remedio. La campaña aérea y las operaciones para entrenar y equipar a las fuerzas iraquíes y kurdas pueden contener y debilitar al Estado Islámico. Pero solo una acción política inteligente y equilibrada podrá crear una situación de estabilidad aceptable en el futuro.
José Luis Calvo Albero es Coronel del Ejército de Tierra (DEM) y profesor del Máster on-line en Estudios Estratégicos y Seguridad Internacional de la Universidad de Granada.
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