Así trabajan los 110 militares españoles
destacados al sur de Malí, a 700 kilómetros del frente de guerra del
Sahel, zona estratégica para España por sus intereses energéticos. El
objetivo de la misión de la UE es ambicioso, adiestrar a 6.000 soldados
malienses hasta 2016, pero los resultados están por ver.
«¿Habéis estado en Afganistán?», «¡sí, mi coronel!», «pues
los malienses no se parecen a los afganos ni esta misión tiene nada que
ver con aquella. Aquí estamos para aportar nuestra experiencia contra el
yihadismo en el Sahel».
Alto, blanquecino, de aspecto inmaculado, el coronel
francés Couetoux extiende el puntero metálico sobre una pizarra apostada
en un atril de madera. En el encerado de la academia militar cuelgan
varios documentos sobre la misión que lleva a cabo la Unión Europea en
Malí (EUTM), dedicada a mejorar las capacidades militares de este estado
casi fallido del África Occidental.
Los mil rostros del enemigo
Malí se ha convertido en un foco de inestabilidad
internacional por el avance de los grupos yihadistas en la región del
Sahel, a pocos cientos de kilómetros de las Islas Canarias, Ceuta y
Melilla. Esta franja subsahariana se ha convertido en una gran autopista
sobre la que circulan todo tipo de tráficos, que ha desestabilizado por
extensión el arco mediterráneo y comprometido los intereses económicos
españoles. Más del 50% del gas importado procede del sur de Argelia,
fronteriza con Malí.
El sol aprieta en la sabana africana desde primera
hora de la mañana, pese a que las primeras lluvias estivales ya han
hecho su aparición. El coronel Couetoux, jefe del contingente europeo
desplegado en la ciudad de Koulikoro, a 60 kilómetros al este de Bamako,
capital de Malí, cuenta cómo marcha la operación de adiestramiento del
Ejército maliense, que arrancó a principios de 2013 y se extenderá al
menos hasta 2016. El pasado año España gastó nueve millones de euros.
Bajo su mando están desplegados más de 600 militares de 22
naciones europeas, 110 de ellos españoles. En esta suerte de laboratorio
comunitario, 423 efectivos forman la compañía de protección a la
fuerza, mientras que 186 son instructores encargados de entrenar a los
soldados locales que luchan por recuperar el terreno perdido al norte
del país. Una zona desértica fronteriza con Argelia y Mauritania, de
extensión superior a nuestro país, y que está controlada por grupos
yihadistas afines a Al Qaida, grupos tribales y los tuaregs, nómadas del
Sáhara.
El riesgo de la misión africana
La cabo primero Victoria
Aranda trabajaba como cajera en un banco de Lima cuando decidió
trasladarse a España. Desde el principio le llamó la atención la oferta
laboral de las Fuerzas Armadas y se alistó. Tiene 38 años y lleva más de
una década aquí. Antes de llegar a Malí estuvo en las misiones de
Líbano y Afganistán. Allí vivió experiencias duras y desagradables.
En
Líbano perdió a dos compañeros en un atentado contra un blindado. «Yo
misma recogí los restos de la pierna de uno de los heridos», recuerda.
Por todo ello si se mide por el riesgo la misión africana es mucho
menor, «pero aquí las condiciones de vida son exigentes por el calor, la
lluvia y la humedad, que atraen mosquitos y enfermedades», señala
Aranda, una de las cuatro mujeres del contingente.
En Dakar, capital de
Senegal, se encuentra el destacamento aéreo Marfil. Está compuesto por
47 militares españoles y da cobertura material a la misión francesa
Serval, presente en Malí, Gabón, Chad o Níger. El principal
inconveniente para el avión CN-295 español son las tormentas «que se
forman en diez minutos» y la limitada ayuda para la navegación. «A veces
vas ciego», cuenta el piloto, el capitán Franco.
Los
planes de instrucción son muy ambiciosos y los resultados, de momento,
están por ver. El objetivo final es haber formado en mayo de 2016 a ocho
batallones malienses, unos 6.000 efectivos en total, bajo los patrones
occidentales elementales. Mientras el coronel francés explica estos
pormenores, en un campo de tierra anexo una parte de la quinta compañía
maliense realiza ejercicios de formación tarareando canciones en
bambara, la lengua de la etnia mayoritaria de un país con 15 millones de
habitantes.
Los usos de la guerra
«Nuestro lema es 'even war have limits' (incluso la guerra
tiene límites). Queremos que los malienses cambien de mentalidad.
Respeten los usos de la guerra, el trato con prisiones, mujeres y
refugiados y que se minimicen los daños colaterales en el campo de
batalla», confía el teniente coronel José Luis Descalzo, de 47 años.
El
jefe del contingente español en Koulikoro charla animado mientras toma
un refrigerio en la cantina patria de la academia, una extensión de 3,5
hectáreas junto al majestuoso río Níger.
El programa de adiestramiento de una compañía maliense dura
tres meses. Hasta la fecha se han formado cuatro grupos, que ya han
combatido a los yihadistas en el norte. Cada compañía tiene entre 600 y
700 hombres y durante diez semanas reciben clases de especialización. El
entrenamiento en esta apacible y pobre población dura 45 horas de lunes
a sábado, de seis y media de la mañana hasta las cinco y media de la
tarde.
El cuadrante comienza con deportes e instrucción, continúa con
ejercicios de tiro y clases teóricas y concluyen con lecciones básicas
de primeros auxilios y derechos humanos. Entre medias se come, los
malienses en una cantina y los europeos en otra.
El comandante Saiz (nombre figurado para preservar su
identidad) dirige el equipo de operaciones especiales llegado desde
Rabasa (Alicante). Cuenta con 14 hombres. El programa tiene tres semanas
comunes de entrenamiento en artillería o infantería. Las cinco semanas
siguientes se estudia comunicación, ingeniería y doctrina francesa con
las unidades ya divididas.
Se entrenan movimientos en ambiente urbano,
patrullaje, reconocimiento de zona y control aéreo y ataque. Y las dos
últimas semanas sirven para integrar las diferentes unidades de la
compañía. «Se trata de multiplicar, no de sumar», comenta el oficial
acodado en un blindado Lince del Ejército de Tierra. La sensación común
es que el tiempo de adiestramiento se queda corto.
Sin embargo, el deber manda y el enemigo acecha. No hay
tiempo que perder. El comandante Saiz y sus hombres trabajan con 24
soldados malienses. Son gente veterana con más de 15 años de servicio,
alegre y familiar. Están pegados a sus costumbres tribales y portan
amuletos 'mágicos' llamados 'cri-cri' «para que las balas no nos
alcancen», cuenta el soldado Yaya Traore.
Pero sus capacidades físicas son limitadas y existe un
elevado analfabetismo. Una tara que se mitiga por su patriotismo pese a
los 100 dólares mensuales que cobra la tropa. «La clave es darles
explicaciones directas, cortas y repetitivas. Hay que ser paciente»,
dice el capitán López de Lamela, madrileño de 29 años.
Las joyas de la corona
El capitán es el responsable del grupo de artillería,
perteneciente a la brigada paracaidista de Paracuellos del Jarama
(Madrid). Tiene una sombra llamada Joseph Keita, uno de los traductores
del contingente. Habla francés, español y bambara, la lengua local. Este
joven aprendió español en Marruecos, donde trabajó con una constructora
nacional hasta que esta «pinchó». Lleva tres semanas en Koulikoro y
comenta las dificultades que provoca el Ramadán entre sus compatriotas.
«Algunos no comen ni beben nada de sol a sol».
El teniente Merino y el cabo Núñez manejan las joyas de la
corona del ejército maliense. Los lanzacohetes y los morteros con los
que combaten a los yihadistas en el frente. Los 45 aprendices llegan al
campo de entrenamiento tras recibir clases elementales de matemáticas y
geometría. El material está muy desfasado. El lanzacohetes Grad es ruso y
se conocía en la Segunda Guerra Mundial como 'Los órganos de Stalin'
por su eficacia contra los panzer nazis. Alcanzan los 15 kilómetros. Los
morteros provienen de la extinta Yugoslavia y fueron donados por
Croacia. Llegan a 2.000 metros.
«Es lo que tienen y lo que usan en el campo de combate.
Para nosotros un reto recuperar las nociones de un material tan
anticuado», interviene Merino, mientras explica a un grupo de diez las
coordenadas del siguiente disparo simulado.
Para el destacamento español que llegó en mayo a Koulikoro y
volverá a casa en noviembre tras seis meses de rotación, la primera
experiencia real de su cometido no fue satisfactoria. Fue la llamada
«derrota de Kidal», ciudad rebelde al norte del país. Un batallón
maliense formado en la academia local «se hundió». No se respetaron las
cadenas de mando y faltó información de los objetivos.
Las estimaciones
hablan de cien soldados muertos y 50 vehículos destruidos. «No estaban
suficientemente entrenados», admite el teniente coronel Descalzo. «Lo
más positivo es que se limitaron los daños colaterales a civiles»,
añade.
La enseñanza de la derrota es que hay que reforzar la
estructura de mando y 'reentrenar' los aspectos tácticos que fallaron.
Precisamente, esto lo harán en septiembre en la ciudad de Sisaco, al
este del país, más cercana a las zonas rebeldes de Gao y Kidal, por lo
que el riesgo para la misión aumentará. «Hay que entregarles la caña y
el anzuelo y enseñarles a pescar, no darles el pescado», escenifica el
jefe.
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