La lucha contra el integrismo
islámico se haya tras las grandes acciones en la escena internacional de
los ejércitos occidentales en este joven siglo XXI, excepto,
paradójicamente, en el escenario que hoy mayor preocupación genera en
este sentido: Irak.
Tras el shock del 11-S, irrumpiría con
fuerza en el mundo, como el gran enemigo a batir, una corriente de
integrismo religioso y recurso terrorista abanderada por Al Qaeda, de la
que, pese a contar con un nada desdeñable curriculum previo, poco o
nada habían oído hablar hasta la fecha la mayoría de los mortales.
Algo ha fallado, viendo los resultados
trece años después, en la gran y costosísima campaña internacional de
lucha contra el terror que declarara el entonces presidente de Estados
Unidos, George Bush.
Al Qaeda, durante dos lustros el enemigo número uno
del planeta tierra, casi parece un coro parroquial al lado de esta
nueva panda de energúmenos autobautizada como Ejército Islámico de Irak y
el Levante (ISIL), o de cualquiera de las vertientes africanas que
brotaron estos años como champiñones con un malinterpretado Corán en la
izquierda, el machete en la derecha y el nexo común de saber causar y
difundir terror.
A Bagdad se entró en 2003, no por ser un
caladero de miembros de la Yihad, sino por la supuesta amenaza para
Occidente de las más supuestas aún armas de destrucción masiva en poder
del tirano Saddam Husein.
Pero muerto ese perro empezó la rabia. En el
caso de Irak, el conflicto sectario entre suníes y chiís ha creado el
clima de debilidad perfecto, que tan bien saben aprovechar expandiéndose
los virus de la Yihad.
Esta misma capacidad de invasión vírica,
que germina en contextos de bajas defensas, explica su éxito en África o
en la dividida Siria, donde se han apropiado de la lucha contra Bashar
al Asad. Así que, hete ahí la cuestión, o apoyar la caída del tiran o
dejarle en el poder para que contenga a las huestes de la Sharia.
Y según este principio, estaría haciendo más Putin, con su efectivo apoyo
al Gobierno de Damasco, por librar al mundo de un califato islámico
medieval que el propio Estados Unidos, que encabezara la lucha contra el
terror y que, ahora, que lo tiene a las puertas de Bagdad, anuncia que
enviará, no más, un par de centenares de efectivos que, además, serán
desplegados para proteger la zona verde en calidad de asesores.
Augurando los resultados de esta pobre
acción, de no implicarse de facto con Irán para combatir al ISIL, con la
fuerte oposición que para ello encontrará, de no tratar de enmendar la
errática política de Al Maliki, amén de reforzar las actuales campañas
en el Sahel, mejor haría Obama mandando a Bagdad un coro góspel.
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