Ese mismo día, el cabecilla de la banda
declaró: “Estos extranjeros son nuestros enemigos y con orgullo hemos
asumido el asesinato de su muerte. Continuaremos perpetrando ataques
similares”, apostillaba.
En 2012, esa misma banda
asesinó a dieciocho peregrinos chiíes. Es verdad que, entonces, eran
enemigos “por motivos religiosos”. Aunque más tarde se aclaró que los
enemigos del robustecimiento de los lazos de Pakistán con Irán pagaron
esa masacre.
La banda se hace llamar Jundallah, el
“ejército de Dios”. Sus ataques responden ya sea a encargos políticos, o
simplemente crímenes graves cometidos con alevosía. El primer atamán de
esta banda Qasim Toori está siendo juzgado en Pakistán por terrorismo y
por el cargo de apropiación ilícita de bienes de una persona en el
momento de su defunción. En otras palabras, por asesinato con fines de
saqueo.
En el norte de Pakistán abundan las bandas del
tipo de Jundallah. Desde tiempos inmemoriales en esa región era posible,
por una suma modesta, hacerse con una cáfila de asesinos. Reyes y
espías, coterráneos y extranjeros contrataban a los belicosos
montaraces. Es un tema aparte quién paga ahora, pero es necesario
resolver de alguna manera el problema multisecular.
Es
necesario, sobre todo, detectar a los criminales, pero las bandas de ese
tipo se ocultan casi siempre en lugares del interior que resultan
difíciles encontrar con métodos corrientes. ¿Será posible que no haya
formas de meterlos en cintura? Las formas existen pero, como siempre,
distan de gustar a todos.
Ellos sobrevuelan largo
tiempo, lenta e imperceptiblemente los lugares sospechosos, una y otra
vez, antes de propinarles el golpe mortal. En Pakistán, la CIA se
encarga de estas operaciones; en Afganistán, las fuerzas especiales de
la coalición y del ejército, a veces para el apoyo de las tropas
atacadas por el enemigo. Estamos hablando de los drones,
los aviones no tripulados MQ-1, Predator y MQ-9 Reaper. Cuentan que los
que dirigían sus acciones han cometido muchos errores y que, en
general, hay que prohibir su empleo. ¿Por qué?
En primer
lugar, a causa de las víctimas entre la población civil que ocasionan.
Desgraciadamente son demasiadas. Pero, nadie ha planteado oficialmente
el asunto de manera distinta: ¿por qué prefieren siempre los bandidos
ocultarse en puntos densamente poblados, detrás de las mujeres y los
niños, a sabiendas de las posibles consecuencias?
Se han
tomado ya medidas para una disminución de las víctimas. El año pasado,
el entonces jefe de las tropas en Afganistán, el general John Allen,
ordenó restringir los ataques de los drones
en regiones de densa población. Según datos de la ONU, las muertes
entre la población civil, provocadas por ataques aéreos se redujeron en
un 42 %.
En febrero de este año, después de que un ataque aéreo se
cobrara la vida de diez civiles, además de cuatro jefes de campo, el
presidente de Afganistán prohibió a sus tropas solicitar apoyo desde el
aire a los aliados occidentales, en puntos lindantes con poblados. Eso
fue válido también para los no aviones tripulados. ¿Qué más aún?
¿Prohibir completamente su empleo, y en lugar de los aparatos dirigidos
por operadores desde Gran Bretaña y EEUU, desplegar “a la antigua”
operaciones con tropas de carne y hueso? Cualquier militar responderá
que las pérdidas, incluso de civiles, serán mayores, amén de que
perecerán soldados y oficiales propios.
En Pakistán, como consecuencia de los ataques de drones
han perecido, en los ocho años de su empleo, unas 3500 personas. Los
civiles, que suman entre quinientos y novecientos, son muchos. Pero,
¿habrían sido muchos más si el ejército regular se hubiera entregado a
la caza de los bandidos con su aviación y artillería pesada? Además, los
tres mil y tantos extremistas eliminados ya no dispararán, nunca más,
contra soldados norteamericanos ni paquistaníes.
Se
afirma además que “no son acertados” los objetivos de los aviones no
tripulados en Pakistán. Investigaciones de Reuters y de New America
Foundations llegaban este año a conclusiones similares: los blancos
“singularmente valiosos”, a saber cabecillas de Al Qaeda y de otras
bandas son menos de cincuenta o un dos por ciento. Mientras que los
“extremistas rasos” son, con mucha más frecuencia, los blancos de los drones.
Por consiguiente se concluye que, en Pakistán, los aparatos no
tripulados son empleados como un medio para eliminar personas, de las
que se sospecha que van a disparar contra soldados de la coalición en
Afganistán. ¿Es esto incorrecto?
Se cometen además
errores. En Baziristán del Norte, en lugar de acabar con Badruddin
Hakkani, el número dos de ese clan familiar, un dron
asesinó a su hermano menor, a Mohamed. Los amigos contaban que este no
se dedicaba al terrorismo, lo que es difícil de creer. La Inteligencia
norteamericana, por el contrario, afirmaba que era un miembro activo de
la clandestinidad criminal. De ser así, no fue mucho lo que se
equivocaron. A propósito, un año y medio más tarde, la CIA encontró y
dio muerte a Badruddin.
Los aparatos no tripulados pueden atacar también a los suyos. En Pakistán, en 2011, un dron
segó la vida de Jude Kenan Mohamed, ciudadano estadounidense, miembro
de un grupo islamista que en 2009 se disponía a atacar una base de la
infantería de Marina de EEUU en Quantico, Virginia. Sus cómplices fueron
arrestados, pero Jude Kenan se fue a Pakistán. Es cierto que la patria
lo encontró allí también. Además de este, los drones castigaron a tres estadounidenses yihadistas en Afganistán y Yemen.
El 29 de mayo de este año, un dron
asesinó a Waliur Rehman, el número dos en la jerarquía de la rama
paquistaní de los talibanes. Su muerte significó un duro golpe a la
banda, culpable de cientos de explosiones y de ataques en Pakistán. EEUU
acusaba a Waliur de estar involucrado en el acto terrorista de un
suicida en 2009, en el que perecieron siete norteamericanos que
trabajaban para la CIA. Por su cabeza ofrecieron una recompensa de cinco
millones de dólares. La cancillería de Pakistán reaccionó de manera
predecible, al definir los ataques de los drones
de contraproducentes y que atentan contra la soberanía del país. Pero,
¿cuáles serían las pérdidas de sus tropas y de civiles, si militares
paquistaníes llevaran a cabo operaciones especiales para su arresto?
A pesar de las críticas, crece continuamente la cantidad de ataques de los drones.
En Afganistán, en 2010 sumaron 278; en 2011, 294, y en 2012, 333. En
Pakistán, en ocho años de cacería de terroristas, la CIA lanzó unos 360
ataques con drones. Los
argumentos a favor es que no perecen personas, pues un avión no
tripulado con una óptica potente tiene pocas posibilidades de errar en
la elección de los blancos. Por lo demás, si un operador se equivoca, y
da al dron la orden de lanzar
un misil contra el “ejército de Dios”, Jundallah, pensamos que son pocos
los que en este mundo lo van a considerar como un error.
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