Más de la mitad de los españoles
afirman que rechazarían o serían reacios a participar en la defensa de
España en caso que fuera necesario. Así se desprende del “Informe de
Resultados del X Estudio del CIS: Defensa Nacional y Fuerzas Armadas”,
encargado al Centro de investigaciones Sociológicas por el Instituto
Español de Estudios Estratégicos, dependiente del Ministerio de Defensa.
El resultado viene a ser la suma de dos
factores claves: la pérdida del sentimiento colectivo hacia España como
nación por un índice creciente de la población, porcentaje mayor en
Cataluña y País Vasco por el vínculo nacionalista, y el general
desapego, cuando no rechazo, hacia lo militar.
El propio informe reconoce que, a pesar
del esfuerzo realizado en la última década por el Ministerio de Defensa
para la “divulgación y la promoción de la conciencia de cultura de
seguridad y defensa”, no se ha logrado concienciar a la población de la
realidad, que no es otra que la existencia de riesgos y amenazas para
España y la obligatoriedad de estar preparados para afrontarlos.
Ello
pasa por contar con unas Fuerzas Armadas preparadas, bien pertrechadas y
que deben asumirse y defenderse públicamente, con el consecuente gasto,
compromisos en el exterior que en determinados momentos implicarán el
ataque, y no la ayuda a la reconstrucción, ni la misión humanitaria, ni
podrán ser llamadas operaciones de paz.
Esto, tan elemental, en este
país resulta un planteamiento harto complicado.
Entre los ciudadanos la carencia de una
cultura de defensa es enorme y denota el fracaso de los sucesivos
gobiernos en enmendar la errónea percepción social, que confunde lo
militar con el militarismo.
Desde el momento en que no se ha infundido
la concienciación respecto a la existencia de riesgos externos para el
país, la asignación de presupuestos para la modernización de las Fuerzas
Armadas es un asunto que debe pasar casi de tapadillo y sigue siendo
tabú, a pesar de la alta consideración de las Fuerzas Armadas entre la
población española.
Según arrojan las propias encuestas, este hecho no
está en consonancia con la importancia de los presupuestos que deben
disponer o los riesgos a los que se enfrentan.
Años de recurso al eufemismo para
definir la participación en misiones en el exterior, la mala prensa de
la propia industria de defensa como sector, el impacto de la crisis
económica en la prioridad de un gasto público que, ya antes, no fue
nunca proporcional al de nuestros vecinos europeos en el ámbito de la
defensa, e incluso, más allá, los efectos del 11-M, que la opinión
pública tradujo como la consecuencia en suelo propio de la intervención
española en guerra ajena, han lastrado y lastran la normalización del
concepto, la concienciación sobre la Defensa de España, que sigue siendo
una tarea pendiente, en la que los frentes abiertos se encuentran
dentro del propio territorio.
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