Son los ojos de su unidad,
capaces de disparar y hacer blanco a más de un kilómetro de distancia,
eliminar objetivos y proteger a sus compañeros. El viento, la
temperatura, la distancia y, sobre todo, el estrés, son los factores con
los que tienen que lidiar en operaciones reales... Además de tener
paciencia y buen pulso.
"Nuestra misión es la eliminación de problemas”. Protegen a los militares de su unidad de amenazas lejanas en escenarios peligrosos. Por eso, al apretar el disparador, “no tenemos un sentimiento de responsabilidad con el enemigo, sino con la protección de los compañeros".
Por otra parte, dice, “Estoy orgulloso
de mi compañía y de los hombres que mando; su profesionalidad en
escenarios como Afganistán me sorprende cada día”, reconoce el sargento
primero, jefe de la patrulla de tiradores de la compañía de Reconocimiento Avanzado de la Brigada Paracaidista –BRIPAC-.
La estabilidad emocional es el rasgo común en todos. Sólo así pueden enfrentarse a situaciones reales y encarar los peores momentos. “Tuvimos la desgracia de perder dos hombres en un atentado en Afganistán, en 2007. Eso es lo más duro, pero también te puede pasar aquí. Asumimos el riesgo en la paz y durante la guerra”.
Y, aunque el cine los ha mostrado como personas calculadoras, capaces de abatir a un enemigo a sangre fría, su trabajo es noble, concreto y redunda, también, en “la seguridad de los civiles”. No entran por la fuerza en una casa, sin saber a quién se van a encontrar dentro, ni bombardean una ciudad, ni colocan minas anti-personas que puede pisar cualquiera. Saben quién es su objetivo, le vigilan durante horas o días y, cuando deben hacerlo, lo neutralizan, evitando daños colaterales. Eso es primordial: no causar daño a terceros.
La estabilidad emocional es el rasgo común en todos. Sólo así pueden enfrentarse a situaciones reales y encarar los peores momentos. “Tuvimos la desgracia de perder dos hombres en un atentado en Afganistán, en 2007. Eso es lo más duro, pero también te puede pasar aquí. Asumimos el riesgo en la paz y durante la guerra”.
Y, aunque el cine los ha mostrado como personas calculadoras, capaces de abatir a un enemigo a sangre fría, su trabajo es noble, concreto y redunda, también, en “la seguridad de los civiles”. No entran por la fuerza en una casa, sin saber a quién se van a encontrar dentro, ni bombardean una ciudad, ni colocan minas anti-personas que puede pisar cualquiera. Saben quién es su objetivo, le vigilan durante horas o días y, cuando deben hacerlo, lo neutralizan, evitando daños colaterales. Eso es primordial: no causar daño a terceros.
Cómo trabajan
Los cerca de 300 francotiradores de las Fuerzas Armadas españolas pueden trabajar aislados o integrados en una unidad. En la compañía de Reconocimiento Avanzado de la BRIPAC
hay dos equipos de fusiles pesados y dos de fusiles medios, aunque lo
habitual es que las compañías dispongan de tres medios y uno pesado.
Cada equipo dispone de un fusil, pero van siempre en binomios, es decir,
por parejas. Uno es el tirador,
el que efectúa el disparo, y el otro el observador, el que se encarga
de darle las indicaciones oportunas para que tenga éxito. Este, con sus
prismáticos, tiene una visión de campo mucho más amplia que la del
tirador a través de la mira del fusil.
Por eso, es el encargado de
localizar el objetivo, indicar a su compañero hacia dónde debe apuntar,
estar pendiente de cualquier movimiento y, además, realizar todos los
cálculos que garanticen un disparo certero: la velocidad del viento, la presión atmosférica, la distancia, la posición, el ángulo al que debe colocarse el arma, etc.
Todos estos indicadores “son más importantes que el disparo en sí mismo, porque es lo que consigue que salga bien. Eso sí, si lo haces todo de manera correcta y, al final, fallas, no habrá servido para nada”, explica el sargento primero. Por eso, normalmente, el observador es el militar con más experiencia del binomio.
En ocasiones, hay un tercer tirador de apoyo. Este se encarga tanto de dar cobertura al tirador principal -que no puede estar pendiente de lo que ocurre a su alredea repartir el peso de la carga que deben transportar cuando se infiltran en terreno enemigo.
Todos estos indicadores “son más importantes que el disparo en sí mismo, porque es lo que consigue que salga bien. Eso sí, si lo haces todo de manera correcta y, al final, fallas, no habrá servido para nada”, explica el sargento primero. Por eso, normalmente, el observador es el militar con más experiencia del binomio.
En ocasiones, hay un tercer tirador de apoyo. Este se encarga tanto de dar cobertura al tirador principal -que no puede estar pendiente de lo que ocurre a su alredea repartir el peso de la carga que deben transportar cuando se infiltran en terreno enemigo.
A qué tipo de situaciones se enfrentan
En escenarios híbridos, como Afganistán, donde el enemigo se ‘camufla’ y hace vida normal entre la población civil,
su labor consiste en “identificarlo, según las descripciones que
recibimos, seguir sus movimientos, etc. y enviar al mando toda la
información”, explican. Y cuando sus superiores deciden, en una
situación extrema, que hay que eliminar el objetivo, disparar. “Somos
los ojos del mando y su dedo en el gatillo”, afirman.
En otros casos, se encargan de garantizar la seguridad de sus compañeros en una zona concreta. Por ejemplo, cuando los desactivadores de artefactos explosivos están trabajando sobre el terreno para evitar que una bomba estalle, los francotiradores vigilan el perímetro por si se acerca algún enemigo.
Uno de los principales objetivos de un francotirador suele ser el mando contrario, para descabezar a una unidad. Otro, frenar una acción inminente que suponga un peligro grave -por ejemplo, que el enemigo esté preparando un misil para lanzarlo-. Sin olvidar que hay que localizar, también, a posibles francotiradores del otro bando, para que no actúen.
En otros casos, se encargan de garantizar la seguridad de sus compañeros en una zona concreta. Por ejemplo, cuando los desactivadores de artefactos explosivos están trabajando sobre el terreno para evitar que una bomba estalle, los francotiradores vigilan el perímetro por si se acerca algún enemigo.
Uno de los principales objetivos de un francotirador suele ser el mando contrario, para descabezar a una unidad. Otro, frenar una acción inminente que suponga un peligro grave -por ejemplo, que el enemigo esté preparando un misil para lanzarlo-. Sin olvidar que hay que localizar, también, a posibles francotiradores del otro bando, para que no actúen.
En muchas
otras operaciones, su misión consiste en la eliminación de objetivos materiales,
que son todos aquellos que puede 'estropear' una bala: por ejemplo,
contra un camión de transporte o contra equipos de comunicaciones para
que los enemigos no puedan hablar entre si. De hecho, los tiradores de
la BRIPAC han llegado a dañar motos a un kilómetro y medio de distancia.
Cómo entrenan
En la BRIPAC, los francotiradores realizan ejercicios duros y exigentes, entre dos y tres veces al mes, eso sí, sin el estrés que supone una operación real,
pero en condiciones similares. Estos se realizan por la noche y suelen
durar más de 12 horas. En ellos, ataviados con sus uniformes de
camuflaje, deben acercarse a 200 metros de objetivos ficticios –en una
operación real serían 600-. Una vez ahí, deben seguir las indicaciones
de los mandos, hasta que les ordenan realizar disparos de fogueo sin ser
detectados por sus compañeros.
La primera parte de una misión, el planeamiento
Se trata de la fase en la que se planifica la ruta a seguir
desde el lugar donde están los francotiradores hasta el sitio desde el
que deben aguardar el instante de disparar. Es en este momento cuando se
decide por dónde irán y qué uniforme de camuflaje se pondrán. Y lo que es más importante: dónde se colocarán para llevar a cabo la misión.
Tras el planeamiento, que dura, como mínimo, 48 horas, "llega el turno del enmascaramiento", indica el jefe de la unidad de la BRIPAC. Es decir, se ponen el uniforme y se enmascaran para mimetizarse con el entorno. Una vez listos, deben trasladarse a pie o, en muchas ocasiones, reptando para no ser vistos, hasta la zona donde realizan el ‘acecho’.
¿Y qué es el ‘acecho’? El momento en el que se aproximan a sus posiciones finales de tiro y, sin ser descubiertos, deben localizar al objetivo. Durante todo el tiempo, mantienen la comunicación con el mando, de quien reciben las instrucciones y a quien informan de cualquier eventualidad: si el objetivo se mueve, si hace algo extraño, dónde está o qué está haciendo.
Tras el planeamiento, que dura, como mínimo, 48 horas, "llega el turno del enmascaramiento", indica el jefe de la unidad de la BRIPAC. Es decir, se ponen el uniforme y se enmascaran para mimetizarse con el entorno. Una vez listos, deben trasladarse a pie o, en muchas ocasiones, reptando para no ser vistos, hasta la zona donde realizan el ‘acecho’.
¿Y qué es el ‘acecho’? El momento en el que se aproximan a sus posiciones finales de tiro y, sin ser descubiertos, deben localizar al objetivo. Durante todo el tiempo, mantienen la comunicación con el mando, de quien reciben las instrucciones y a quien informan de cualquier eventualidad: si el objetivo se mueve, si hace algo extraño, dónde está o qué está haciendo.
Esta información también ayuda a trabajar al resto
de la unidad, ya que saben si pueden operar tranquilos en una zona
concreta o las previsiones que deben tener en cuenta. Esta parte también
puede durar horas, por ejemplo, si tienen que esperar a que el enemigo
salga de una casa o si necesitan encontrar a un francotirador del otro
bando que, como él, también esté escondido.
A qué riesgos se exponen
El principal riesgo que asumen es el de ser localizados por el enemigo tras infiltrarse en un terreno hostil.
En estos casos, las posibilidades de salir indemnes son pocas. A no ser
que estén integrados en una unidad, los francotiradores van en equipos
de, como mucho, tres hombres, por lo que es más difícil defenderse
contra un número mayor de enemigos. Además, otros ejércitos o grupos
terroristas a los que deben hacer frente también cuentan con
francotiradores, cuya misión es dar con ellos y neutralizarlos.
Otra de las situaciones más críticas que puede vivir uno de estos profesionales es perder la comunicación con el mando, por ejemplo, porque el enemigo tenga inhibidores que interrumpan las transmisiones o porque haya algún problema con los equipos de radio. En estos casos, los francotiradores y los observadores se quedan completamente solos. “Llevamos planes de contingencia, pero tenemos que asumir una gran responsabilidad porque, aislado, eres tú quien debe tomar las decisiones”, reconoce el sargento primero.
Además, “en una operación estás bajo muchísimo estrés”, indica. Hay muchas cosas que pueden salir mal: “recuerdo una ocasión en la que, después de estar toda la noche al acecho, el arma se encasquilló justo en el momento de disparar, porque había mucho polvo. Al final, pudimos abrir fuego con otro fusil, pero son momentos de mucha tensión, en los que te juegas mucho”.
Otra de las situaciones más críticas que puede vivir uno de estos profesionales es perder la comunicación con el mando, por ejemplo, porque el enemigo tenga inhibidores que interrumpan las transmisiones o porque haya algún problema con los equipos de radio. En estos casos, los francotiradores y los observadores se quedan completamente solos. “Llevamos planes de contingencia, pero tenemos que asumir una gran responsabilidad porque, aislado, eres tú quien debe tomar las decisiones”, reconoce el sargento primero.
Además, “en una operación estás bajo muchísimo estrés”, indica. Hay muchas cosas que pueden salir mal: “recuerdo una ocasión en la que, después de estar toda la noche al acecho, el arma se encasquilló justo en el momento de disparar, porque había mucho polvo. Al final, pudimos abrir fuego con otro fusil, pero son momentos de mucha tensión, en los que te juegas mucho”.
Qué sienten al disparar
El disparo es la parte más importante, ya que supone la culminación de
horas y horas de preparación. Por eso, no se dejan llevar por impulsos.
“Nosotros realizamos un disparo consciente, cuando nosotros queremos”,
asevera. Para ello, en los cursos de instrucción se corrigen las
posibles manías del francotirador principiante. “Yo no tengo manías al
disparar; he sido tirador de fusil medio y cuando
comencé con el pesado me costó amoldarme”, reconoce el experto.
Ellos
son capaces de aislarse del entorno y mantener la concentración para
disparar con precisión tanto en situaciones ofensivas -las de mayor
estrés-, como defensivas -mientras están siendo atacados-.
"Cuando vas a disparar, ves un punto negro -a pesar de lo que sale en las películas, a cientos de metros no le ves el rostro-. Además, una vez que focalizas el blanco centras la mirada en la cruz del visor, por lo que el objetivo se te desenfoca y sólo ves algo borroso. Entonces, vacías los pulmones de aire... y sueltas el disparo", explica.
¿Y después de disparar? "Recargas el arma directamente. No te quedas a ver lo maravilloso que eres o si has fallado". De eso se encarga el observador. ¿Qué sientes? "Es cómo en un ejercicio. Cuando vives una situación real, como la que he vivido yo en Afganistán, te das cuenta de que el combate es como lo has entrenado", indica el sargento primero. Al fin y al cabo, “somos conscientes de que es la misión. No buscamos que nos satisfaga… pero tampoco podemos tener remordimientos”.
Por qué decidió ser francotirador
Como en todas las profesiones, para algunos es vocacional y otros las descubren por casualidad. En el caso del jefe de la patrulla de Reconocimiento Avanzado de la BRIPAC,
ser francotirador se cruzó en su carrera cuando ascendió a sargento.
"Se me encargó dirigir la instrucción de los tiradores de mi unidad.
Por
aquel entonces no sabía mucho de esto, pero el tema me gustó y comencé a
interesarme por libros, material de otros países -sobre todo EE.UU.-,
hablando con gente... Después, hice el curso de tirador y ya llevo en
esto 12 años", explica. Y reconoce que, para eso, hace falta realizar
"un sacrificio personal". "En 2014 participé en 30 ejercicios, por lo
que renuncias a mucho tiempo con tu familia. Por eso, es fundamental
contar con su apoyo y su respaldo".
Así van equipados
Los francotiradores deben cargar con equipos muy pesados: Fusil
de precisión, de asalto, pistola, medios de visión nocturna,
prismáticos, telescopio, agua, comida, equipos de transmisiones...
En total, cuando el despliegue es largo -3 ó 4 días-, el peso de sus
mochilas puede alcanzar los 40 kg; en el caso de operaciones más cortas
-de un día-, el peso se reduce a unos 15 kilos. Su principal herramienta
son los fusiles. Las Fuerzas Armadas españolas disponen de dos tipos:
los Accuracy y los Barret.
Los
primeros se utilizan, normalmente, contra objetivos humanos, a unos 600
metros de distancia. Pesan unos siete kilos, su precio ronda los 12.000
euros y el cartucho en torno al euro y medio. Con los segundos,
generalmente, se abaten objetivos materiales: equipos
de transmisiones, vehículos, etc., a entre un kilómetro y kilómetro y
medio. Pesan cerca de 11 kilos y su precio puede alcanzar unos 24.000
euros. Sin embargo, “ambos alcanzan distancias mayores –sobre 900 y
1.700 metros, respectivamente-, pero nos acercamos más para garantizar
el tiro, aunque, cuanto más cerca estemos, más peligro corremos de ser
descubiertos”, indica el francotirador.
Además de los trajes guillie -como el de la foto superior-, disponen de monos blancos que pintan con sprays en función del terreno en el que deban desenvolverse. "Tenemos varios: uno de montaña con zonas verdes, otro para la nieve, otro para terrenos rocosos, para zonas urbanizadas hay otro con pintura gris e, incluso, tengo uno de color ladrillo", explica el jefe de la patrulla. Además, cuentan con pinturas de enmascaramiento y redecillas de colores que simulan un pasamontañas.
Además de los trajes guillie -como el de la foto superior-, disponen de monos blancos que pintan con sprays en función del terreno en el que deban desenvolverse. "Tenemos varios: uno de montaña con zonas verdes, otro para la nieve, otro para terrenos rocosos, para zonas urbanizadas hay otro con pintura gris e, incluso, tengo uno de color ladrillo", explica el jefe de la patrulla. Además, cuentan con pinturas de enmascaramiento y redecillas de colores que simulan un pasamontañas.
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