Se nos va el portaviones Príncipe de Asturias. Finaliza su vida operativa tras sólo 25 años, quizás victima de su parto prematuro, de un trance económico actual extraordinariamente duro y de unas prioridades del Gobierno que dejan las FAS al borde de la inoperatividad.
Se
concibió el Príncipe en tiempos de cambio politico y con miedo a un
primer gobierno socialista que se intuía iba hacerse cargo por primera
vez, lleno de prejuicios pacifistas, hablando de sólo patrulleros y desarme.
Miedo que luego se pudo comprobar no estaba justificado cuando -entre
otras decisiones- se permaneció en la OTAN y se adquirieron los F-18 en
EEUU. Pero ni la Armada ni nadie podía imaginar el cambio que los antiguos marxistas iban a protagonizar,
así que forzó una orden de ejecución del portaviones para la que no se
estaba aun técnicamente preparado, lo que resultó, a su vez, en unos
periodos de diseño detallado y construcción excesivamente dilatados.
También que algunos sistemas auxiliares no fueran los óptimos.
Con todo, el Príncipe, con su revolucionario diseño, fue claramente superior a las comparables plataformas británicas e italiana.
La
Armada concibió el Príncipe como el núcleo de un todo -el Grupo de
Combate- constituido, además, por cinco fragatas clase Santa María, con
sus helicópteros, aviones AV-8B y un centro de mantenimiento de software
y adiestramiento en tierra. Tambien su modernización de media vida fue
planeada como un conjunto y, consecuentemente, parcialmente ejecutada.
Pero no hubo tiempo para el turno del portaviones; la crisis golpeó
antes y se tuvo que elegir. Me alegro de no haber tenido que formar parte del grupo que ha tomado la decisión de desguazarlo; ha debido ser muy amargo.
El Príncipe tenía
un grave defecto estratégico: que era uno solo y, por lo tanto, en los
periodos de inmovilización por mantenimiento, no había disponibilidad de
aviación embarcada. Uno solo, en cierto modo, es sinónimo de ninguno. Este problema, con su "reemplazo" por el Juan Carlos I,
no sólo no desaparece sino se agrava, al tener, este ultimo, tres
misiones de diseño adicionales, incompatibles con su empleo como
portaviones puro.
El Príncipe de Asturias ha participado en numerosas misiones a lo largo de su vida operativa.
Sin embargo, sus aeronaves nunca han entrado en combate. Esto se puede
contemplar de distintas maneras. La mía es que la Armada debe sentirse
orgullosa de haber tenido siempre listo un instrumento adecuado para
graves situaciones internacionales. El que ningún gobierno español -de
cualquier color- haya tenido la determinación de emplearlo no es falta
de la Armada sino que mide más bien los complejos, la inexperiencia y la ingenuidad de la clase politica y la opinión publica de la que venimos disfrutado a lo largo de estos 25 últimos años. Ocasiones no han faltado, lo que ha faltado es otra cosa.
Cuando
nace un buque de guerra se elije un lema para él. Si a su muerte se
hiciera lo mismo, yo sé qué epitafio escogería para nuestro Príncipe:
¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!
¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!
Angel Tafalla
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