Las largas sombras de la confrontación
Durante
los decenios que duró la Guerra Fría las tropas estadounidenses
constituían el núcleo de fuerzas de la OTAN para la defensa de Europa
Occidental frente a la “amenaza soviética”. En el apogeo de la
confrontación el contingente de EEUU contaba con 300.000 efectivos,
grupos de aviación y artillería pesada. En su momento, Estados Unidos
desplegó veinte divisiones acorazadas con unos 6.000 carros de combate.
Las tropas de los no menos poderosos Bundeswehr y el Ejército británico
del Rin, junto con otros contingentes aliados, estaban dispuestos a
enfrentarse en cualquier momento al bloque militar más grande de la
historia, formado por la URSS y sus aliados. En aquella época hablar de
una posible guerra nuclear no era ninguna exageración - los países
poseedores de armas nucleares disponían de planes de guerra prediseñados
para su uso. Los planes de la OTAN, en particular, preveían la
posibilidad de detener radicalmente una invasión enemiga mediante el uso
táctico de las armas nucleares en el propio territorio nacional.
Los
A-10 Thunderbolt II, aviones de ataque a tierra, desarrollados en
Estados Unidos a principios de los años 1970 y desplegados en Europa
Occidental en la segunda mitad de la misma década, estaban destinados a
proporcionar apoyo aéreo cercano a las tropas terrestres de la OTAN en
el caso de la invasión soviética. Durante los numerosos ejercicios los
pilotos hacían volar sus aparatos a altura ultrabaja siguiendo las
posibles rutas de avance del Ejército de la URSS. De esta manera
pretenían reducir al máximo las pérdidas de los Warthog (‘facóquero’
en inglés, el popular apodo que el А-10 Thunderbolt recibió en EEUU).
Pero en cualquier caso, a pesar de todos los esfuerzos, en caso de una
guerra total entre las dos superpotencias, según los pronósticos, se
perderían unos siete aparatos cada cien vuelos. Esto significaba que el
grupo de aviones de asalto estadounidenses dejaría de ser apto para el
combate dos semanas después de haber empezado la contienda.
Aunque,
la verdad es que si se hubiera desatado la guerra nuclear, en dos
semanas también podría haber desaparecido toda la civilización humana.
Un paso más
La
caída del muro de Berlín y la disolusión de la URSS pusieron fin a la
confrontación de los dos bloques. Actualmente ninguna de las partes
tiene posibilidad ni deseo de lanzar una ofensiva en Europa, y la
reducción de contingentes militares por ambas partes lo pone de
evidencia. Las tropas estadounidenses en Europa fueron reducidas a dos
brigades, en Italia y en Alemania, y seis escuadrillas de la fuerza
aérea (una en Alemania, dos en Italia y tres en Gran Bretaña).
La
retirada por EEUU en primavera de 2013 de los últimos carros de combate
y aviones de asalto es un paso más hacia el alivio de las tensiones
heredadas de la época de la Guerra Fría. Las bases militares de Estados
Unidos en Europa ya no son las fortalezas de la Guerra Fría, sino las
bases para operaciones avanzadas en Oriente Próximo, Asia Central y en
la región Asia-Pacífico.
La nueva cara de la guerra
La
desaparición de la amenaza en Europa, por desgracia, no significa que
disminuyan tensiones en el resto del mundo. Al sur de Europa (desde el
océano Atlántico oriental hasta Oriente Medio) existe un arco de
inestabilidad, mientras el terrorismo burla todas las fronteras.
Pero
en los conflictos modernos las divisiones acorazadas y escuadrillas de
asalto pierden su importancia. Todos los países del mundo, sin excluir
Rusia y EEUU, buscan nuevas formas de organización de sus Fuerzas
Armadas ante nuevas amenazas y nuevos enemigos. Lo único que está claro
es que una guerra nuclear, en su forma clásica, ya sería imposible en el
mundo actual. Y saberlo es un alivio.
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