El Enola Gay llevaba en sus
entrañas una descomunal capacidad de destrucción. Hasta su entrada en
escena en Hiroshima, nunca antes un sólo artefacto había sido capaz de
quitar la vida a decenas de miles de personas en un instante. Veamos
cuáles eran sus secretos.
En la II Guerra Mundial, en el teatro de operaciones del océano Pacífico, Estados Unidos se enfrentaba a un verdadero problema para el que no encontraba una fácil solución. En su guerra contra Japón estaba padeciendo un inusitado número de bajas en los desembarcos en las numerosas islas que les iban aproximando al archipiélago japonés.
Los analistas estadounidenses no comprendían la sorprendente
capacidad de lucha y de resistencia de los soldados japoneses, que peleaban por cada centímetro cuadrado de un minúsculo islote como si fuera su territorio nacional.
Por ello reflexionaban de un modo parecido a este: ‘Si nos cuesta tanto
vencer a los japoneses en una isla alejada de su metrópoli ¿cuánto nos
costará desembarcar en Japón, derrotarles en su territorio e imponerles
la paz?’
Esta preocupación desencadenó en junio de 1944
diversos estudios sobre la psicología del pueblo japonés a fin de
desentrañar sus valores, normas y motivaciones, y tratar de encontrar
sus puntos débiles para establecer la mejor forma de derrotarles. Sus
resultados tuvieron la forma de libro de Ruth Benedict titulado ‘El crisantemo y la espada’. Interesantísimo.
Bombardeos aéreos
La solución ya clásica de bombardear desde el aire el territorio
metropolitano enemigo se venía haciendo desde la I Guerra Mundial y
siguió haciéndose en la II con resultados devastadores aunque menos
efectivos de lo que deseaban sus defensores.
El primer bombardeo
estadounidense sobre Japón tuvo mucho de deseo de
demostrar su voluntad de respuesta, más que la de su capacidad
destructora. Lo llevaron a cabo, despegando del portaaviones 'USS Hornet' que se acercó a las costas japonesas, los 16 aviones B-25 del coronel James Doolittle el 18 de abril de 1942. Era una réplica al bombardeo japonés sobre Pearl Harbor del 7 de diciembre anterior.
Los 6 meses de bombardeos convencionales llevados a cabo por EE.UU.
sobre más de 60 ciudades de Japón durante la guerra tuvieron un final
definitivo tras la autorización del presidente de EE.UU., Harry Truman, para emplear por primera vez una nueva y descomunal fuerza destructora. La bomba, bautizada como ‘Little Boy’, cargaba 64 kg de uranio 235 y provocaría una explosión de 16 kilotones de potencia, equivalente a la de 16.000.000 kg de TNT.
Para transportar a ‘Little Boy’ –de unos 4.400 kg de peso, 3 m de
longitud y 0,71 m de diámetro- se acomodó un bombardero B 29
Superfortress, al que su piloto, Paul Tibbets -el coronel jefe del 509
Grupo Mixto- bautizó en honor de su madre como ‘Enola Gay’.
Era un avión de una serie especial denominada ‘Silverplate’
especialmente preparada para transportar las bombas atómicas, con
mejores motores y al que se le retiraron los blindajes para la
tripulación y las torres con las ametralladoras defensivas.
Despegó desde un antiguo territorio español
El ‘Enola Gay’ recibió la bomba atómica en un aeródromo de la isla de Tinian –la base aérea más activa de aquel teatro de operaciones-, perteneciente a las islas Marianas del Norte. Estas islas habían sido posesión española hasta 1899 cuando, tras la guerra de Cuba-Filipinas con EE.UU., el Gobierno español por no poder ejercer dominio sobre ellas las vendió a Alemania,
que venía mostrando interés por adquirirlas desde tiempo atrás. Luego
vino la ocupación japonesa y el desembarco de EE.UU. en julio de 1944.
El ‘Enola Gay’ despegó junto con otros dos B-29 –el segundo con instrumentación y el tercero para recoger en imágenes lo que sucediera- y volaron durante 6 horas hacia Hiroshima.
Al llegar sobre la ciudad a las 8.15 horas, y a casi 9.500 m de
altitud, soltaron la bomba que cayó hasta que, a 600 m del suelo, hizo
explosión. Nada más soltar la bomba, los aviones regresaron y, al cabo
de unos minutos, les alcanzó la onda expansiva transmitida en la
atmósfera.
Tras un tiempo de empleo operativo, el bombardero ‘Enola Gay’ fue
retirado del servicio y, aunque se decidió conservarlo, acabó
prácticamente olvidado en un aeródromo, como otros muchos aviones. A él
se acercaban los aficionados y se llevaban partes como recuerdo.
Al cabo
de un tiempo, diversas voces solicitaron y obtuvieron su restauración
completa y conservación en un museo. Actualmente, tras diversas
peripecias, el B 29 más famoso y destructivo de la historia se conserva
en el Centro Steven F. Udvar-Hazy, del National Air and Space Museum perteneciente al Smithsonian Institute.
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