(Autor: Spc. Kalie Frantz)
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Mientras la discusión sobre
la inmigración y la crisis griega monopolizaban el debate sobre el
futuro de la Unión Europea, el Consejo de Europa aprobó a finales del
pasado mes de junio la "Estrategia Global de la UE sobre política
Exterior y de Seguridad", una iniciativa que podría cambiar la manera en
la que Europa se enfrenta a los retos actuales y a los que podrían
aparecer en un futuro.
Aunque la propuesta solo
implica un proceso de reflexión que debería materializarse como muy
tarde en la cumbre de junio de 2016, con ella se busca encontrar una
estrategia global de política exterior y seguridad y se pide a los
países miembros dedicar "recursos suficientes al gasto en defensa".
Afrontar con una visión nueva estos desafíos es algo en lo que
coinciden la mayoría de los expertos. Así la exministra española de
Exteriores, Ana Palacio, afirma que la actual estrategia, elaborada en
2003, se ha quedado obsoleta, juicio que apoya en la frase introductoria
de la misma: "Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura, ni tan
libre". Palabras que revelan un optimismo en el porvenir que la realidad
ha convertido en pura inocencia.
La caída del Muro de Berlín en 1989 impulsó un nuevo orden en Europa
basado en el consenso y en el respeto de la legalidad internacional, una
especie de "statu quo" en el que una visión economicista parecía
suficiente para superar las diferencias y desterrar un enfoque más
ideológico de las relaciones de la UE con sus vecinos.
Pero veinticinco años después del fin de la "Guerra Fría" la anexión
de Crimea por parte de Rusia ha hecho que Europa se replantee su
estrategia geopolítica e incluso la necesidad de revitalizar la OTAN,
una organización que languidecía por la percepción de que las fronteras
del continente se hallaban fuera de peligro.
En la última edición del estudio "The European Foreign Policy
Scorecard" del European Council on Foreign Relations (ECFR), un
"think-tank" paneuropeo que desarrolla investigaciones y promueve el
debate en Europa, se apunta que 2014 "supone el fin del autoengaño
europeo en su enfoque sobre la vecindad, el apoyo a las reformas y la
cooperación como las mejores herramientas que la UE podía ofrecer a sus
vecinos".
Esta nueva postura se manifiesta en la imposición de sanciones al
Kremlin tras el derribo del avión MH17, presumiblemente por rebeldes
ucranianos prorusos, una decisión que sorprendió a Vladimir Putin
acostumbrado a una mayor pasividad por parte de Europa, que con esta
iniciativa asumía posiciones de poder y una estrategia activa frente a
meras respuestas circunstanciales a las situaciones de crisis, de tipo
reactivo.
Pero si el frente oriental ha resucitado el miedo europeo por la
integridad de sus fronteras, no es ese el único desafío que ocupa las
agendas de las cancillerías europeas, donde los éxitos del Estado
Islámico y su expansión en Irak y Siria se contemplan con creciente
desasosiego.
También el impacto del terrorismo transnacional, la situación en
África, presente diariamente en los medios de comunicación por tener en
la crisis migratoria su manifestación más visible, o el ascenso de China
y la inestabilidad que introduce en el equilibrio en Asia, suponen
otros tres importantes retos en el horizonte de la política exterior de
Europa.
Desafíos que, según el informe "Our Collective Interest" del European
Think Tanks Group, requieren implicaciones y soluciones de carácter
global, pero sobre todo una respuesta más integrada y cohesionada de los
miembros de la UE, tradicionalmente divididos por sus intereses
nacionales.
Éxitos como el alcanzado en el acuerdo nuclear de Irán, impulsado por
la representante de la política exterior europea, Federica Mogherini,
pueden contribuir a movilizar a la opinión pública y a comprometer a los
ciudadanos y políticos europeos en proyectos más ambiciosos y en la
búsqueda de soluciones a los retos del futuro.
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