viernes, 10 de agosto de 2012

10 de agosto de 1557. Batalla de San Quintín. Gran victoria sobre Francia

 

Grabado sobre la batalla y asedio a San Quintín. Cosmografía de Sebastian Münster; 1598

Con la intención de conquistar Nápoles al Rey de España, Enrique II de Francia y el Papa Paulo IV rompen el Tratado de Vaucelles del 5 de noviembre de 1556. Entre otras medidas, el Papa manda apresar al embajador español y a otros notables partidarios de España y revoca la titularidad de Felipe II como Rey de Nápoles. Éste, ante la tesitura de tener que hacer la guerra al Papa, pide a los sabios juristas (Melchor Cano, entre otros) un dictamen que concluye que, al ser el Papa también soberano temporal y haber sido el agresor, puede legítimamente hacerle la guerra.

Contra el Papa, guerra justa y corta
Superada esta prevención, Felipe II, que a la sazón estaba en Flandes, dispone dos frentes. En Italia, el Duque de Alba, Gobernador de Nápoles, ha de derrotar a las tropas pontificias y evitar que las francesas invadan su territorio. El Duque consigue con tanta facilidad tanto lo uno como lo otro, gracias al componente español de sus tropas, integrado por los tercios de Sicilia y de Milán, que los soldados ya sueñan con repetir el 'Saco de Roma' de la época de Carlos I. Pero Felipe II paraliza las acciones al querer salvaguardar la posición del Papa pues, al fin y al cabo, es la cabeza de la Cristiandad.
A Francia, gran derrota
Felipe II; estatua de Felipe
de Castro. Foto: Luis García
En cambio, en el otro frente, Felipe II buscará la oportunidad de asestar una buena derrota a Francia. Tropas españolas de Flandes (unos 60.000 h. con 8.000 ingleses aliados, por ser rey consorte de Inglaterra) atacarán el norte de Francia bajo el mando de Manuel Filiberto, Duque de Saboya, otro de los brillantes capitanes de esos momentos. Éste engaña a los franceses sobre el objetivo de sus avances y, en una maniobra magistral, el 3 de agosto de 1557 pone sitio a la importante ciudad de San Quintín.
El 10 de agosto, día de San Lorenzo, en las cercanías de la ciudad se libra una gran batalla con las tropas francesas que acuden a salvarla y que acaba con una importante victoria española, que se debe, fundamentalmente, a la clarividencia de Manuel Filiberto, a la osadía de sus órdenes, al ímpetu del Conde de Egmont al frente de la caballería española y al valor de sus 'bandas negras' y 'herreruelos'; la infantería española apenas ha tenido que combatir. Por otra parte, los franceses han contribuido a su propia derrota por el mal despliegue de sus tropas.
Muchos nobles franceses prisioneros
Da idea de la magnitud de la victoria española el número y calidad de algunos de sus prisioneros: el mismo jefe del ejército francés, el Condestable Montmorency, los duques de Enghien, Borbón, Montpensier y Longueville, el conde de Villars y el vizconde de Turena, entre otros casi 4.000 más. Los franceses han sufrido 6.000 muertos contra 80 los españoles. En total, las pérdidas francesas suponen la mitad de sus fuerzas presentes en la batalla.
Los trofeos franceses tomados tras la batalla también dan la medida del éxito: 52 banderas, 18 estandartes, 20 cornetas (tipo de enseña; no el instrumento musical), 18 piezas de artillería y 300 carros de suministros.
El Rey quiere besar la mano a su general
El 13 de agosto Felipe II llega al campamento español cerca de San Quintín donde sucede el episodio en el que Manuel Filiberto de Saboya, al ir a arrodillarse para besar la mano al Rey, éste le dice: "Más bien me toca a mí besar las vuestras, que han ganado una victoria tan gloriosa y que nos cuesta tan poca sangre".
La victoria se completa con el asalto a la ciudad de San Quintín, que se logra el 27 de agosto. La primera y segunda brechas las asaltan los tercios españoles de Cáceres y de Navarrete secundados por los alemanes y los valones. La tercera brecha la asaltan los ingleses apoyados por los borgoñones. El Almirante Coligny, jefe de la defensa, fue otro de los prisioneros insignes que quedaron en manos españolas.
¿Ya es español París?
También ilustra la magnitud de la derrota francesa, que les dejó sin fuerzas de importancia, el que, cuando las noticias llegaron al Emperador Carlos, ya retirado en Yuste, preguntó si ya las tropas españolas habían entrado en París.
La tradición vincula los deseos de Felipe II de conmemorar esta gran victoria con la construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Antonio Manzano
http://www.revistatenea.es 

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