Grabado sobre la batalla y asedio a San Quintín. Cosmografía de Sebastian Münster; 1598
Con
la intención de conquistar Nápoles al Rey de España, Enrique II de
Francia y el Papa Paulo IV rompen el Tratado de Vaucelles del 5 de
noviembre de 1556. Entre otras medidas, el Papa manda apresar al
embajador español y a otros notables partidarios de España y revoca la
titularidad de Felipe II como Rey de Nápoles. Éste, ante la tesitura de
tener que hacer la guerra al Papa, pide a los sabios juristas (Melchor
Cano, entre otros) un dictamen que concluye que, al ser el Papa también
soberano temporal y haber sido el agresor, puede legítimamente hacerle
la guerra.
Contra el Papa, guerra justa y corta
Superada
esta prevención, Felipe II, que a la sazón estaba en Flandes, dispone
dos frentes. En Italia, el Duque de Alba, Gobernador de Nápoles, ha de
derrotar a las tropas pontificias y evitar que las francesas invadan su
territorio. El Duque consigue con tanta facilidad tanto lo uno como lo
otro, gracias al componente español de sus tropas, integrado por los
tercios de Sicilia y de Milán, que los soldados ya sueñan con repetir el
'Saco de Roma' de la época de Carlos I. Pero Felipe II paraliza las
acciones al querer salvaguardar la posición del Papa pues, al fin y al
cabo, es la cabeza de la Cristiandad.
A Francia, gran derrota
Felipe II; estatua de Felipe
de Castro. Foto: Luis García |
En
cambio, en el otro frente, Felipe II buscará la oportunidad de asestar
una buena derrota a Francia. Tropas españolas de Flandes (unos 60.000 h.
con 8.000 ingleses aliados, por ser rey consorte de Inglaterra)
atacarán el norte de Francia bajo el mando de Manuel Filiberto, Duque de
Saboya, otro de los brillantes capitanes de esos momentos. Éste engaña a
los franceses sobre el objetivo de sus avances y, en una maniobra
magistral, el 3 de agosto de 1557 pone sitio a la importante ciudad de
San Quintín.
El
10 de agosto, día de San Lorenzo, en las cercanías de la ciudad se
libra una gran batalla con las tropas francesas que acuden a salvarla y
que acaba con una importante victoria española, que se debe,
fundamentalmente, a la clarividencia de Manuel Filiberto, a la osadía de
sus órdenes, al ímpetu del Conde de Egmont al frente de la caballería
española y al valor de sus 'bandas negras' y 'herreruelos'; la
infantería española apenas ha tenido que combatir. Por otra parte, los
franceses han contribuido a su propia derrota por el mal despliegue de
sus tropas.
Muchos nobles franceses prisioneros
Da
idea de la magnitud de la victoria española el número y calidad de
algunos de sus prisioneros: el mismo jefe del ejército francés, el
Condestable Montmorency, los duques de Enghien, Borbón, Montpensier y
Longueville, el conde de Villars y el vizconde de Turena, entre otros
casi 4.000 más. Los franceses han sufrido 6.000 muertos contra 80 los
españoles. En total, las pérdidas francesas suponen la mitad de sus
fuerzas presentes en la batalla.
Los
trofeos franceses tomados tras la batalla también dan la medida del
éxito: 52 banderas, 18 estandartes, 20 cornetas (tipo de enseña; no el
instrumento musical), 18 piezas de artillería y 300 carros de
suministros.
El Rey quiere besar la mano a su general
El
13 de agosto Felipe II llega al campamento español cerca de San Quintín
donde sucede el episodio en el que Manuel Filiberto de Saboya, al ir a
arrodillarse para besar la mano al Rey, éste le dice: "Más bien me toca a
mí besar las vuestras, que han ganado una victoria tan gloriosa y que
nos cuesta tan poca sangre".
La
victoria se completa con el asalto a la ciudad de San Quintín, que se
logra el 27 de agosto. La primera y segunda brechas las asaltan los
tercios españoles de Cáceres y de Navarrete secundados por los alemanes y
los valones. La tercera brecha la asaltan los ingleses apoyados por los
borgoñones. El Almirante Coligny, jefe de la defensa, fue otro de los
prisioneros insignes que quedaron en manos españolas.
¿Ya es español París?
También
ilustra la magnitud de la derrota francesa, que les dejó sin fuerzas de
importancia, el que, cuando las noticias llegaron al Emperador Carlos,
ya retirado en Yuste, preguntó si ya las tropas españolas habían entrado
en París.
La
tradición vincula los deseos de Felipe II de conmemorar esta gran
victoria con la construcción del Monasterio de San Lorenzo de El
Escorial.
Antonio Manzano
http://www.revistatenea.es
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