Tanto
va el cántaro a la fuente que al fín se rompe, dice el viejo refrán. En
este caso, el cántaro lleva haciendo el camino de ida y vuelta nada
menos que seis décadas, pues en junio de este año se cumplen los sesenta
años del final de la guerra de Corea. Seis décadas de bravatas y
desafíos, de tensiones y vueltas a la calma, como recordaba hace pocos
días el general Martín E. Dempsey, cabeza de la Junta de Jefes de Estado
Mayor norteamericana, hablando del eterno rifirrafe en el que casi
nunca llega la sangre al río, y cuando lo hace, Corea del Norte niega su
responsabilidad, el mundo condena el hecho, se adoptan sanciones y todo
vuelve, al cabo de algún tiempo, a la tensa normalidad de siempre.
Una vieja partida con jugadores nuevos
La
novedad ahora es que, si el juego es muy viejo, los jugadores no llevan
mucho tiempo en la cancha, tanto en las dos Coreas como en China y en
Estados Unidos, declarados valedores de cada uno de ellos. Sólo Obama y
el joven Kim Jung- Un llevan unos años, pocos, en el poder, pues los
secretarios de Estado y Defensa norteamericanos, John Kerry y Chuck
Hagel, acaban de acceder al cargo. Por su parte, el presidente de China,
Xi Jinping, acaba de aterrizar en su despacho pekinés, y la presidenta
de Corea del Sur, Park Geun hye, tomó posesión de su puesto a finales
del pasado febrero.
Y
en esta ocasión, además, se han puesto sobre el tapete armas nucleares y
aviso de evacuación de embajadas, en un envite apocalíptico y patético a
partes iguales que, en el fondo, nadie se toma demasiado en serio,
independientemente del envío de buques de guerra USA a la zona y la
activación de la alerta antimisiles en el sur y en las bases americanas
del Pacífico.
En
todo caso, la nueva presidenta surcoreana tiene algo en común con su
homólogo del norte. Ambos son hijos de dictadores que gobernaron con
mano de hierro sus países, vástagos herederos, a primera vista, de
dinastías de similar textura. Pero sólo a primera vista. Park Chung Hee,
padre de la actual mandataria, fue asesinado en 1979 por su jefe de los
servicios secretos; años antes, en otro atentado contra el presidente
con la mano de Corea del Norte detrás, un pistolero acabó con su madre. Y
aunque los progenitores de ambos rigieron en su momento los destinos de
dos países pobres y enfrentados, ella ha sido elegida en unos comicios
democráticos y libres -muy diferentes de la proclamación de opereta del
presunto líder norcoreano- celebrados en un país avanzado y pujante
frente al horripilante esperpento de su vecino, erizado de cañones y
misiles para "proteger", en teoría, a una población muerta de hambre y
esclavizada mentalmente hasta extremos inimaginables en una sociedad de
nuestro tiempo.
La conexión entre China y USA es clave para aliviar la tensión
El
hecho es que la belicosa retórica del régimen de Pyongyang ha
vigorizado el diálogo chino-norteamericano. Probablemente porque ambos
países están en cierto modo sorprendidos por la vertiginosa escalada
retórica de un joven, de cuya inexperiencia todo el mundo está seguro, y
de su sentido común no tanto. El general Dempsey tiene previsto visitar
a fines de este mes a Pekín, con la intención, según sus propias
palabras, de tratar de comprender la base de las preocupaciones de
seguridad de Corea del Norte, que quizá estén en el origen de sus
insensatos aspavientos, y de encontrar alguna pista sobre quién mueve
realmente los hilos de la presunta marioneta que rige el país.
En
abril, será el secretario de Estado, John Kerry, quien visitará a su
homólogo chino, tras una escala previa en Seúl y antes de terminar su
gira asiática en Tokio, durante la que reafirmará el compromiso de
Estados Unidos de defender a toda costa a sus aliados. El patente hastío
chino ante las provocaciones de su pendenciero protegido es una baza a
favor de acordar una política de contención; en su contra está el
interés de Pekín de mantener, aún pagando un precio por ello, el actual
statu quo de dos Coreas separadas y hostiles, pues una hipotética
reunificación no le reportaría beneficio estratégico alguno.
Una prueba de fuego para la nueva presidenta
Park
Geun hye asumió su cargo hace apenas dos meses, pero no es ajena a los
mecanismos del poder en Corea del Sur. Defensora del legado de su padre,
artífice del despegue económico de su país, ha reconocido los abusos
cometidos durante su régimen, pedido perdón por ellos y apoyado los
esfuerzos por "reescribir la historia de Corea" para recoger las
violaciones de los derechos humanos durante los períodos oscuros del
pasado.
Al mismo tiempo, ha desarrollado una larga y combativa carrera política jalonada por fracasos parciales, e incluso un atentado, que ha forjado su imagen de dama de hierro con guantes de seda. Su declarada política hacia Corea del Norte es de cooperación y mano tendida y, al mismo tiempo, de firmeza sin contemplaciones ante cualquier ataque a su país o a sus ciudadanos por parte de Pyongyang. En ello se siente apoyada, como el resto de sus compatriotas, por la comunidad internacional.
Al mismo tiempo, ha desarrollado una larga y combativa carrera política jalonada por fracasos parciales, e incluso un atentado, que ha forjado su imagen de dama de hierro con guantes de seda. Su declarada política hacia Corea del Norte es de cooperación y mano tendida y, al mismo tiempo, de firmeza sin contemplaciones ante cualquier ataque a su país o a sus ciudadanos por parte de Pyongyang. En ello se siente apoyada, como el resto de sus compatriotas, por la comunidad internacional.
Sin Corea del Sur, Corea del Norte no tiene futuro
Kim
Jung-Un haría bien en considerar, sólo o con sus consejeros
-probablemente con su tío Chang Sun-Taek, señalado como el líder en la
sombra-, las perspectivas de futuro de su país si se produce algún
cambio en sus dos valedores. Uno de ellos es China, el otro es Corea del
Sur. Sólo los beneficios de Samsung son seis veces superiores al PIB
norcoreano; las ventas norcoreanas a Corea del Sur fueron de mil
millones de dólares en 2010. No hay futuro sin los vecinos. Es posible
que algún día alguien considere en Pyongyang que la capacidad nuclear
debe dejar de ser un "tesoro" para convertirse en una moneda de cambio.
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