lunes, 8 de abril de 2013

Corea del Norte y el cuento del cántaro y la fuente


Tanto va el cántaro a la fuente que al fín se rompe, dice el viejo refrán. En este caso, el cántaro lleva haciendo el camino de ida y vuelta nada menos que seis décadas, pues en junio de este año se cumplen los sesenta años del final de la guerra de Corea. Seis décadas de bravatas y desafíos, de tensiones y vueltas a la calma, como recordaba hace pocos días el general Martín E. Dempsey, cabeza de la Junta de Jefes de Estado Mayor norteamericana, hablando del eterno rifirrafe en el que casi nunca llega la sangre al río, y cuando lo hace, Corea del Norte niega su responsabilidad, el mundo condena el hecho, se adoptan sanciones y todo vuelve, al cabo de algún tiempo, a la tensa normalidad de siempre.
Una vieja partida con jugadores nuevos
La novedad ahora es que, si el juego es muy viejo, los jugadores no llevan mucho tiempo en la cancha, tanto en las dos Coreas como en China y en Estados Unidos, declarados valedores de cada uno de ellos. Sólo Obama y el joven Kim Jung- Un llevan unos años, pocos, en el poder, pues los secretarios de Estado y Defensa norteamericanos, John Kerry y Chuck Hagel, acaban de acceder al cargo. Por su parte, el presidente de China, Xi Jinping, acaba de aterrizar en su despacho pekinés, y la presidenta de Corea del Sur, Park Geun hye, tomó posesión de su puesto a finales del pasado febrero.
Y en esta ocasión, además, se han puesto sobre el tapete armas nucleares y aviso de evacuación de embajadas, en un envite apocalíptico y patético a partes iguales que, en el fondo, nadie se toma demasiado en serio, independientemente del envío de buques de guerra USA a la zona y la activación de la alerta antimisiles en el sur y en las bases americanas del Pacífico.
En todo caso, la nueva presidenta surcoreana tiene algo en común con su homólogo del norte. Ambos son hijos de dictadores que gobernaron con mano de hierro sus países, vástagos herederos, a primera vista, de dinastías de similar textura. Pero sólo a primera vista. Park Chung Hee, padre de la actual mandataria, fue asesinado en 1979 por su jefe de los servicios secretos; años antes, en otro atentado contra el presidente con la mano de Corea del Norte detrás, un pistolero acabó con su madre. Y aunque los progenitores de ambos rigieron en su momento los destinos de dos países pobres y enfrentados, ella ha sido elegida en unos comicios democráticos y libres -muy diferentes de la proclamación de opereta del presunto líder norcoreano- celebrados en un país avanzado y pujante frente al horripilante esperpento de su vecino, erizado de cañones y misiles para "proteger", en teoría, a una población muerta de hambre y esclavizada mentalmente hasta extremos inimaginables en una sociedad de nuestro tiempo.
La conexión entre China y USA es clave para aliviar la tensión
El hecho es que la belicosa retórica del régimen de Pyongyang ha vigorizado el diálogo chino-norteamericano. Probablemente porque ambos países están en cierto modo sorprendidos por la vertiginosa escalada retórica de un joven, de cuya inexperiencia todo el mundo está seguro, y de su sentido común no tanto. El general Dempsey tiene previsto visitar a fines de este mes a Pekín, con la intención, según sus propias palabras, de tratar de comprender la base de las preocupaciones de seguridad de Corea del Norte, que quizá estén en el origen de sus insensatos aspavientos, y de encontrar alguna pista sobre quién mueve realmente los hilos de la presunta marioneta que rige el país.
En abril, será el secretario de Estado, John Kerry, quien visitará a su homólogo chino, tras una escala previa en Seúl y antes de terminar su gira asiática en Tokio, durante la que reafirmará el compromiso de Estados Unidos de defender a toda costa a sus aliados. El patente hastío chino ante las provocaciones de su pendenciero protegido es una baza a favor de acordar una política de contención; en su contra está el interés de Pekín de mantener, aún pagando un precio por ello, el actual statu quo de dos Coreas separadas y hostiles, pues una hipotética reunificación no le reportaría beneficio estratégico alguno.



 

Una prueba de fuego para la nueva presidenta
Park Geun hye asumió su cargo hace apenas dos meses, pero no es ajena a los mecanismos del poder en Corea del Sur. Defensora del legado de su padre, artífice del despegue económico de su país, ha reconocido los abusos cometidos durante su régimen, pedido perdón por ellos y apoyado los esfuerzos por "reescribir la historia de Corea" para recoger las violaciones de los derechos humanos durante los períodos oscuros del pasado.
Al mismo tiempo, ha desarrollado una larga y combativa carrera política jalonada por fracasos parciales, e incluso un atentado, que ha forjado su imagen de dama de hierro con guantes de seda. Su declarada política hacia Corea del Norte es de cooperación y mano tendida y, al mismo tiempo, de firmeza sin contemplaciones ante cualquier ataque a su país o a sus ciudadanos por parte de Pyongyang. En ello se siente apoyada, como el resto de sus compatriotas, por la comunidad internacional.



 

Sin Corea del Sur, Corea del Norte no tiene futuro
Kim Jung-Un haría bien en considerar, sólo o con sus consejeros -probablemente con su tío Chang Sun-Taek, señalado como el líder en la sombra-, las perspectivas de futuro de su país si se produce algún cambio en sus dos valedores. Uno de ellos es China, el otro es Corea del Sur. Sólo los beneficios de Samsung son seis veces superiores al PIB norcoreano; las ventas norcoreanas a Corea del Sur fueron de mil millones de dólares en 2010. No hay futuro sin los vecinos. Es posible que algún día alguien considere en Pyongyang que la capacidad nuclear debe dejar de ser un "tesoro" para convertirse en una moneda de cambio.

Marín Bello Crespo

http://www.revistatenea.es


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