Puede pensarse que lo más sencillo para el gobierno de Israel, es prolongar semanas y semanas el bombardeo de objetivos relacionados con Hamás,
hasta considerar que ha quebrantado a esta organización,
desarticulándola, destruyendo sus medios y dejándola inoperativa.
¿Para
qué? Para que deje de lanzar cohetes contra las localidades israelíes a
su alcance. Gastar munición -todo hace pensar que Israel tiene grandes
cantidades y de muy variadas clases- es siempre preferible a que se
pierdan vidas de soldados.
Pero ahora la infantería israelí está atacando. Netanyahu,
su gobierno y las fuerzas armadas israelíes sabían desde el primer
instante que, iniciado el ataque terrestre, empezarían a tener bajas
mortales entre sus filas. Así está sucediendo, pues las últimas
informaciones aluden a 25 militares israelíes muertos y más de 50 heridos, cifras que, sin duda, seguirán aumentando durante los próximos días en esa proporción, 1x2 o 1x3.
Pero,
¿por qué y para qué se ha de atacar así ahora? ¿Merecen la pena estas
muertes y heridas? ¿Habría manera de evitarlas? ¿Se conseguirán mejor
los objetivos?
La primera de las preguntas se responde
considerando los objetivos que el alto mando israelí ha fijado. El
ideal, lo máximo, es la destrucción de Hamás, hacer que
desaparezca y, con ellos, los ataques con cohetes sobre las ciudades
israelíes. Pero, como todo el mundo sabe, no se logrará nunca con los
bombardeos desde la distancia.
En todas las guerras sucede que, hasta
que la infantería no derrota a la enemiga, los
objetivos finales no se consiguen; esta es su función. Ejemplos
significativos los tenemos en las últimas guerras: hasta que el 13 de
diciembre de 2003 un fusilero no sacó a Sadam Husein
del minúsculo agujero en el que se escondía, podrían haberse gastado
toneladas de bombas y millones de dólares sin conseguirlo.
Para capturar
a Bin Laden tuvo que enviarse a un conjunto de tropas, de individuos,
de soldados; no había otro modo de lograrlo, y lo consiguieron el 1 de
mayo de 2011.
Así pues, señalados como objetivos la destrucción de túneles, talleres, almacenes, arsenales y polvorines de Hamás,
y la captura o muerte de sus miembros, sólo podría tener Israel la
certeza de haberlo logrado enviando a sus tropas de infantería, con el
inconveniente de que, con toda seguridad, los combatientes de Hamás les saldrían al encuentro llegando al cuerpo a cuerpo.
La
segunda pregunta sólo debería contestarla quien tiene la
responsabilidad de garantizar la seguridad de Israel, el primer ministro
Netanyahu, que es quien ha llevado a cabo la
valoración última de este dilema y de quien, en definitiva, ha partido
la orden de entrar en la Franja de Gaza y
que sus soldados lleguen al combate cercano.
Los familiares y amigos de
quienes mueren o quedan heridos en los combates creerán, muy
probablemente, que no merecía la pena, que podría haberse hecho otra
cosa. Pero, en ocasiones, la realidad impone a los gobernantes la toma
de decisiones que, pretendiendo un bien común, imponen dolorosos
sacrificios.
Hasta ahora, los bombardeos israelíes se hacían desde
la seguridad que proporciona la distancia: desde el aire –aviones,
helicópteros y drones- y desde tierra y mar –artillería-.
Pero ahora,
con la infantería israelí metida en el territorio de Gaza, las cosas
están cambiando pues ya no se combate ‘desde lejos’, sino que ha
empezado la fase de combatir de cerca, ‘hombre a hombre’, podría
decirse.
Las tropas israelíes están dotadas de medios acorazados –los
carros de combare Merkava, de producción nacional y los transportes
blindados de tropas Achzarit, adaptaciones israelíes de los carros rusos T-54/55
capturados en 1967 a Egipto y Siria- que resisten los disparos de
fusil, pero pueden quedar averiados e incluso inutilizados o destruidos
por cohetes tipo RPG, de los que Hamás tiene cantidades importantes de producción propia.
No obstante los disparos de cañón de los Merkava que acompañan a los fusileros israelíes y el poder desplazarse éstos en los fuertemente blindados Achzarit, hay objetivos que sólo se conseguirán bajando a tierra los soldados y exponiéndose a los disparos de Hamás.
En cuanto a la protección individual, los soldados israelíes cuentan con cascos de fibra –de más de 1,6 kg y que cubren con una especie de boina amplia para disimular su forma esférica- y chalecos que protegen el torso, más el añadido de pesadas placas cerámicas.
Ante el impacto directo de una bala de fusil,
estas protecciones tienen un papel limitado pues no son capaces de
detenerla consumiendo toda su energía cinética; por ello, el soldado
recibe como mínimo un gran ‘puñetazo’ que le dejará fuera de combate un
tiempo aunque no resulte herido, y más si así sucede.
Si el impacto lo
recibe en el casco, su cuello padecerá mucho por esa misma razón. El
resto del cuerpo no tiene más protección salvo una muy limitada
capacidad contra el fuego de las prendas como la camisola y el pantalón.
Así
pues, en esta fase de los combates, resulta inevitable el combate
cercano entre infantes israelíes y milicianos de Hamás, con su
inevitable resultado de muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos.
Los infantes israelíes han de detectar los túneles -por
los que Hamás se infiltra en Israel y se abastece desde Egipto- los
talleres de fabricación y los escondrijos de los cohetes y otras armas y
destruirlos con explosivos; además, si se puede, capturar milicianos.
Los de Hamás, naturalmente, se opondrán a ello combatiendo a los
israelíes en condiciones de bastante igualdad, a pesar de que éstos no
tienen carros de combate ni blindados ni cascos y casi no se les ve con
chalecos de protección.
En cualquier caso, a pesar de que los
combates continúen durante mucho tiempo y la cifra de muertos y de
heridos siga aumentando, ni unos ni otros lograrán su objetivo final,
como son, para Hamás la destrucción de Israel, y para Israel la de
Hamás. Israel prevalecerá en cualquier caso, a pesar de
que Hamás se recupere y reanude los disparos de cohetes, los ataques y
atentados, a los que Israel responderá de vez en cuando con reacciones
como esta.
Por su parte, Hamás acusará los daños de esta guerra y
soportará el descrédito ante los mismos palestinos ajenos a su causa de
ser el inicio de sus males, pero, con el tiempo, se recuperará aunque
tanto más tarde cuanto más se empeñe Israel en ello.
Por ello y
para ello Netanyahu ha enviado a la infantería, para que derrote a Hamás
de la manera más duradera posible. Porque sabe que, aunque dejara la Franja de Gaza arrasada a base sólo de bombardeos, no lo conseguiría.
A. Manzano
http://www.onemagazine.es
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