La última cumbre de la OTAN en Gales pasará a la historia de la
Alianza del Atlántico Norte como la más antirrusa de las últimas dos
décadas. Aunque la agenda de los dirigentes de los 28 países de la
Alianza incluía cuestiones de gran trascendencia, la situación de
Ucrania y los planes de reacción a la ‘política agresiva de Rusia’
pasaron al primer plano.
El presidente de EE UU, Barack Obama, expuso
sus acusaciones contra Rusia antes de la cumbre celebrada en Gales, que tuvo lugar los pasados 4 y 5 de
septiembre; también lo hicieron el primer ministro de Gran Bretaña David
Cameron, la canciller alemana Angela Merkel, el ministro de relaciones
exteriores Frank-Walter Steinmeier, el ex primer ministro de Polonia y actual
presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, el ministro de Asuntos Exteriores
de Canadá John Baird y otros.
De hecho, el secretario general de la OTAN,
Anders Fogh Rasmussen, calificó a Rusia directamente como el ‘principal
enemigo’ de la Alianza. Aunque, por otro lado, trató de atribuir al Kremlin la
responsabilidad por la situación desatada con el pretexto de que es “Moscú la
que tilda a la OTAN de enemigo”.
De golpe y porrazo, Bruselas ha entendido
hacia dónde quiere dirigir toda la energía contenida, aunque la cosa no ha
pasado de una retórica amenazante.
Y es que no se puede calificar de serio el
plan aprobado por la OTAN como reacción al ejercicio de soberanía de Rusia,
denominado Plan de Acción Inmediata
(RAP, por sus siglas en inglés), que prevé el despliegue de una coalición de
7.000 soldados de reacción rápida —es decir, unas fuerzas militares conjuntas
(JEF, por sus siglas en inglés)— además de una infraestructura militar
adicional en el territorio de sus aliados orientales, así como la puesta en
marcha de un plan de formación regular parar las tropas de la alianza y la
realización de vuelos junto a las fronteras rusas, incluida la presencia
rotativa de buques de la OTAN en el Mar Negro y en el Báltico.
Bruselas asegura que estas medidas no
constituyen una violación del Acta Fundacional OTAN-Rusia firmada en 1997, que
prohíbe el despliegue de grandes contingentes en las proximidades de las líneas
fronterizas.
Según la dirección de la Alianza, una
coalición de 7.000 soldados de reacción rápida no constituye un contingente
significativo, aunque dichas fuerzas estén preparadas para el despliegue en un
plazo de dos días y cuenten con el apoyo de los contingentes marítimos, aéreos
y especiales de las fuerzas armadas unificadas de la OTAN.
Por otra parte, para garantizar su
funcionamiento, la dirección del bloque ha decidido crear los órganos de
control necesarios y distribuirlos en el territorio de los aliados orientales,
es decir, en los países Bálticos, Polonia y Rumanía, mientras que el mando de
las fuerzas de reacción rápida se situará en Londres.
Además, la dirección de la OTAN tiene la
intención de utilizar las instalaciones militares de Polonia, Rumanía y los
países Bálticos como bases de operaciones avanzadas. El primer ministro de Gran
Bretaña, David Cameron, declaró que piensa destinar 3.500 soldados británicos a
la ejecución de este plan. La base aérea estonia de Ämari, situada a cien
kilómetros de San Petersburgo, y la lituana de Zokniai, a cien kilómetros de
Kaliningrado, servirán de apoyo a los aviones de la alianza.
Moscú aún no ha respondido de manera oficial a
los planes de despliegue junto a sus fronteras aprobados por la OTAN en la
cumbre de Gales. El Kremlin no prevé destinar ninguna partida presupuestaria
adicional al fomento y la modernización de sus Fuerzas Armadas ni planea
enfrascarse en una ruinosa carrera armamentística.
El único objetivo de la Alianza del Atlántico
Norte es actuar como instrumento político-militar de los Estados Unidos,
alineados con los Estados europeos, para castigar a los indómitos países y
gobiernos del tercer mundo. Aunque en este sentido las relaciones entre
Bruselas y Washington van, como se suele decir, de mal en peor.
La operación contra Irak durante el gobierno
de Saddam Hussein, aunque se saldó con una victoria de las fuerzas de la
coalición, condujo al caos y al desarrollo del terrorismo islámico, en el que
está incluido el grupo ISIS, al que EE UU y sus aliados llevan un año tratando
de controlar.
Lo mismo ocurrió con la operación desplegada
contra la yamahiriya libia y Muamar el Gadafi. Otro fracaso fue la operación
llevada a cabo por las fuerzas armadas internacionales al amparo de Washington
y Bruselas en Afganistán. Se acerca la fecha fijada para el retiro de tropas
del país y ni el Consejo de Seguridad de la ONU ni EE UU están en condiciones
de rendir cuentas.
Tampoco la oposición siria, apoyada por EE UU
y la OTAN y financiada y armada por otros países árabes, ha logrado vencer a
las tropas del presidente electo de Siria Bashar al-Asad. De hecho, el Estado
Islámico de Irak y Levante (ISIS), contra el que EE UU está tratando de reunir
una coalición militar en la actualidad, tiene sus raíces en ella.
Queda pues abierta la cuestión sobre el futuro
de la OTAN. Si Bruselas continúa apoyándose solo en EE UU —quien proporciona el
70% del presupuesto de la Alianza— e ignora las alianzas comerciales con
importantes actores del marco internacional como Rusia, la Organización del
Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC) o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), el futuro de la Alianza del Atlántico Norte tendrá poco que envidiar.
Muchos países miembros de la OTAN están cada
vez más preocupados por su seguridad (en relación con Rusia) y menos dispuestos
a destinar siquiera el 2 % de su PIB a una defensa común dentro de la Alianza.
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