Quienes nos dedicamos a la geopolítica tenemos trabajo a raudales.
Aunque eso no sea necesariamente una buena noticia. Y es que las aguas
bajan revueltas. El África subsahariana está adquiriendo un protagonismo
inusitado y Mali se lleva la palma. Las razones son, en parte,
conocidas y, por otra parte, algo más opacas. Pero si Afganistán era (y
aún es) el equivalente a la “tormenta perfecta” en la que incluso un
buen pilotaje de la nave podía ser insuficiente para salir del
atolladero, en el caso de Mali se pueden agotar los calificativos.
Mali
es un país rico en recursos naturales y materias primas, muchos de
ellos subexplotados o, simplemente, incluidos en el apartado de
reservas. La lista es dilatada. En el convulso norte del Azawad,
petróleo, en el este, rayano en la frontera con Níger, uranio. Pero
también podemos encontrar oro, bauxita, litio o cobre, entre otros
minerales apreciados.
¿Apreciados por quién, por cierto?
Por todos. Por
Francia, desde luego. Por ejemplo, su empresa AREVA ha venido actuando
en régimen cuasi monopólico (hasta hace poco) en la región –por sí misma
o bien participando de empresas formalmente nigerinas-. Pero ese
discurso “neo-colonialista” clásico se queda muy corto cuando se trata
de explicar la realidad de Mali.
No es casual, sin ir más lejos, que a los tuareg les haya dado por el
independentismo en este momento, aglutinados en torno al Movimiento
Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), pues son la etnia
dominante en dicha región norteña que, de hecho, declaró su
independencia unilateralmente sin apenas receptividad en la sociedad
internacional.
Tampoco lo es la entrada en escena de China, ese actor
que bajo palio de un discurso “sur-sur” y de “no injerencia en los
asuntos internos” de otros Estados revestido de ideología (empleo aquí
este vocablo en su acepción más despectiva, que es la considerada por
Marx –paradojas de la vida, tratándose del gigante asiático-) ha
penetrado con fuerza en África para hacerse con esos y otros recursos.
China juega sus propias cartas, mediante una política crediticia que
aspira a ocupar el lugar del FMI/Banco Mundial, que pasa por construir
infraestructuras –sobre todo de comunicaciones- en dichos Estados y que
también conlleva el desembarco de súbditos chinos en esos lares (más de
1.5 millones de chinos en diversos Estados africanos a día de hoy).
En
particular, a China le interesa sobremanera la extracción de crudo, del
que es altamente dependiente desde hace más de 20 años (Angola es su
principal proveedor en la zona). Pero también de uranio. De hecho, la
empresa pública China Guangdong Nuclear Power Holding Company (CGNPC)
firmó contratos con AREVA en 2010. Pero, lógicamente, trata de tomar
posiciones en varios Estados africanos motu proprio.
De esta forma, ya
explota minas en Níger y en Namibia –en este caso, el cuarto yacimiento
de uranio más grande del mundo, ubicado en Hurab- ya que este recurso es
imprescindible para su plan de dotarse de al menos 60 centrales
nucleares hacia el año 2020.
El
problema, como siempre, es que a perro flaco todo son pulgas. Si
nuestro análisis se circunscribiera a lo anteriormente descrito, aún
podríamos afirmar que sería de gestión relativamente fácil. Sin embargo,
algunos de los más dramas más difundidos de la posguerra fría se
reproducen de nuevo -y con especial virulencia- en Mali: un Estado
fallido, con gobiernos (pro-chinos, por cierto) derrocados por golpes de
Estado, con unas fuerzas armadas débiles y divididas, con una sociedad
civil virtualmente inexistente, con la penetración de grupos islamistas
radicales que podríamos considerar satélites de Al Qaida o, al menos de
AQMI (con matices y en diversos grados) como es el caso del Movimiento
para la Unicidad del Islam y la Yihad en África Occidental (MUYAO) y de
Ansar Dine.
La guerra civil Libia tampoco ha ayudado, en la medida en
que ha propiciado la llegada de hombres y armas. En conjunto, se trata
de un cóctel explosivo que contribuye a convertir el Sahel en una de las
zonas más inestables del orbe.
Por lo demás, hay que tener en cuenta que los actores reseñados
mantienen relaciones complicadas entre sí, pese a algunas tentativas de
aunar esfuerzos. Incluyo aquí al propio MNLA, al que mueven intereses
bien diferentes de aquellos que nominalmente defienden los herederos más
o menos putativos del discurso de Bin Laden en estas latitudes (para
otra ocasión habrá que dejar el asunto de los intereses crematísticos
que los mueven). Todo lo cual propició enfrentamientos armados en
Tumbuctú entre el MNLA y los milicianos de Ansar Dine. Situación que
podría repetirse dada la incompatibilidad de los discursos de corte
nacionalista con el internacionalismo religioso de la yihad, más allá
–claro- de lo puramente táctico.
Por si este totum revolutum
no fuese suficiente, los Estados vecinos de Mali tampoco sostienen
posturas unívocas en torno a las mejores soluciones para esa situación.
Mientras que Nigeria podría ver en esa situación otra oportunidad para
ganar terreno en la región, a través en su caso de la CEDEAO, la verdad
es que desde el norte de Mali no lo ven tan claro. Los recelos de los
que han dado muestra reiteradamente Estados como Mauritania y, sobre
todo, Argelia, son muy significativos en este sentido.
El drama que subyace, como siempre, es el de miles y miles de
malienses que no pueden desarrollar una vida digna (ni siquiera para los
estándares de la región) ni forjarse un futuro. El drama que subyace es
también el de la pobreza latente en Estados ricos en recursos así como
la inseguridad que no cesa en el seno de Estados supuestamente libres. A
la postre, pues, hambrunas, desesperanza y desplazamientos masivos de
población.
El reto que este escenario plantea es términos de una
sociedad internacional que quiera dignificar ese apelativo es enorme.
Pero, como suele suceder en estos casos, nada fácil de resolver.
Ni que
decir tiene que la casa no se puede comenzar por el tejado. Lo
importante en este momento es robustecer las estructuras malienses,
tanto políticas como económicas. El problema es que no todos los actores
están por la labor. Y, como se ha visto, eso no sólo acontece con los
actores exteriores.
Por Josep Baqués
http://www.defensa.com
Josep Baqués es Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona y miembro del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI).
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