Las Fuerzas Armadas de EEUU obtendrán próximamente una nueva superarma. Algunos expertos ven en ello el afán de apuntalar el estatus de superpotencia en la nueva espiral del progreso técnico-científico.
Se trata del láser de combate en estado sólido que, según
 la prensa, puede quemar objetivos “como una lámpara de soldar”. Ya en 
2014 aparecerá en uno de los buques de guerra norteamericanos en el 
golfo Pérsico, dos años antes de lo planificado, merced a la 
intensificación de las investigaciones científicas y trabajos de diseño.
 La nueva arma puede abatir vehículos aéreos no tripulados (drones) y 
lanchas de combate. Por ahora le falta potencia para los aviones y 
misiles supersónicos en el tramo final de la trayectoria. Pero esto es 
cuestión de tiempo.
Lo más importante es que la nueva 
arma energética tiene, según la prensa, una “carga” prácticamente 
interminable. Otra cualidad importante consiste en que su explotación 
resulta económica. Un disparo de cañón láser sale menos de un dólar. A 
título de comparación diremos que el lanzamiento de un misil interceptor
 de corto radio de acción cuesta cerca de un millón y medio de dólares.
Pero,
 sea como sea, la nueva superarma también tiene sus deficiencias. La 
lluvia, la niebla, el polvo y la arena disminuyen su eficacia de 
combate. Cabe reconocer que para estos casos los norteamericanos están 
instrumentando un sistema óptico adaptable. El prototipo del sistema 
estaba destinado a ser aplicado en telescopios. En calidad de elemento 
básico se usaba un espejo capaz de variar los indicadores de su 
curvatura hasta seiscientos setenta veces por segundo. Pues todo parece 
indicar que los norteamericanos, incluso con mal tiempo, podrán elevar 
la eficacia de tipo a un nivel admisible.
El láser 
presenta asimismo algunas insuficiencias sistémicas imposibles de 
corregir. Puede impactar solo en objetivos visibles. Si el objetivo se 
encuentra detrás de la línea del horizonte o está detrás de otros 
objetos se vuelve inalcanzable para el cañón láser. En lo que se refiere
 a los objetos voladores, por ejemplo los drones, la superficie 
reflectante puede protegerlos. De todos modos, el nuevo cañón láser 
representa en sí un arma temible y despiadada. Se ve que los 
norteamericanos se sienten orgullosos con el trabajo realizado y cifran 
grandes esperanzar en la nueva arma.
El quid de la 
cuestión reside en que EEUU debe mantener el estatus de superpotencia, 
aventajando a los rivales geopolíticos en el área técnico-militar. Los 
norteamericanos necesitan un impulso, deben tomar la delantera como 
cuando lo hicieron con la bomba atómica. Hoy el arma atómica dejó de ser
 acogida como algo inalcanzable. Desde luego que por ahora no todos, ni 
mucho menos, la poseen. Pero ya no se puede hablar de exclusividad. Es 
más, no solo los norteamericanos están perdiendo el monopolio del arma 
nuclear, sino también todos los demás miembros del Consejo de Seguridad 
de la ONU, que cierta vez decidieron limitar una posible competencia 
aprobando el Tratado de No Proliferación. El régimen de no proliferación
 se está disolviendo paulatinamente, pese a todos los esfuerzos que se 
hacen para frenar ese proceso. Y los principales actores, que aún 
pretenden el dominio mundial, experimentan una preocupación 
comprensible.
Es importante comprender que no hay 
superpotencia sin superarma. La fuerza militar, que se diferencia 
sustancialmente de la fuerza militar de otros estados, es uno de los 
cuatro elementos importantes que determinan la exclusividad del estado 
en la palestra internacional. Los otros tres elementos de la 
superpotencia son la autoridad político-ideológica a escala mundial, el 
alto potencial económico y las ambiciones expansionistas globales, que 
los norteamericanos tienen en cierto grado. Ahora todo depende de la 
posesión del nuevo y temible garrote, que permite promover los intereses
 propios mucho más que todos los subterfugios diplomáticos.
Suele
 decirse que con buenas palabras y una pistola se pueden lograr muchas 
más cosas que simplemente con buenas palabras. El más fuerte es el que 
tiene la razón. Y siempre fue así. El ejemplo más brillante lo tenemos 
en el Imperio Romano de los siglos I y II d. C. Se alzaba por encima del
 resto del mundo prácticamente en todos los índices que caracterizan el 
poderío nacional. A la vez, Roma se guiaba por la misión de 
superpotencia – civilizar a los pueblos colindantes a su imagen y 
semejanza.
A lo largo de los últimos 1700 años más de 
una vez surgieron potencias muy adelantadas a otras por su poderío, 
escribe el Doctor en Ciencias Políticas, Nikolái Spasski. El Imperio 
carolingio y los califatos árabes en tiempos de los primeros califas, 
los imperios de Gengis Kan y de Timur, el Imperio de Carlos V, en 
Turquía Mehmet el Conquistador y Suleimán el Magnífico. No obstante y 
dicho con rigor, ninguno de ellos poseía el conjunto necesario de los 
signos de superpotencia. Siempre algo faltaba, ya sea el ímpetu 
conquistador, o una base económica suficiente, o una ideología 
articulada. La máquina estatal no estaba orquestada, sin ella no puede 
haber una verdadera superpotencia. El poderío y la furia del ímpetu se 
sostenían exclusivamente en la personalidad del conquistador. La misión 
pacífica se reducía a la destrucción, sin el mínimo de creatividad.
Hoy
 todos los signos de superpotencia los detectamos en EEUU. Lo único que 
le queda por crear es la nueva superarma, cuya propia existencia pondría
 a los oponentes potenciales de EEUU en la situación del Imperio azteca,
 poblado por más de quince millones de personas, contra los quinientos 
degolladores de Hernán Cortés armados con arcabuces. El arcabuz es cien 
veces más mortífero que la lanza, la ametralladora, que el fusil de 
chispa, y el acorazado con máquina de vapor supera a la galera, ya sea 
con cien o con mil esclavos remando.
Sin duda alguna, 
el efecto de la desigualdad técnica y entre las civilizaciones en 
semejantes enfrentamientos funciona con una eficacia asombrosa. A ello 
se debe el actual afán de los norteamericanos de adelantarse lo más 
pronto y lo más lejos posible en la carrera de las tecnologías militares
 y en su aplicación práctica. El observador Víctor Litovkin, dice:
—El
 arma nuclear aún durante mucho tiempo seguirá presente. Pero ya está 
cerca el tiempo del arma láser, de rayos, el arma radiológica (que hoy 
se introduce cada vez más activamente), los sistemas de lucha 
radioelectrónica, que dejan fuera de servicio a los sistemas de 
espionaje, de navegación, de indicación de blanco. Y sin estos sistemas 
las guerras modernas son hoy imposibles. Ahora ya no se trata de los 
vehículos blindados, del hierro, sino de que todo ese hierro no puede 
desplazarse, porque los motores están neutralizados, porque se trabó el 
cerrojo del cañón, los dispositivos ópticos no funcionan, los aviones no
 pueden volar, etc. A esto le pertenece el futuro, en primer lugar.
Por
 lo demás, diez años atrás el destacado político ruso Evgueni Primakov 
predijo el fin de la época de las superpotencias. El propio concepto de 
“superpotencia”, en opinión del político, siendo una categoría de la 
época de la guerra fría, se determinaba no solo con índice 
cuantitativos, sino también cualitativos. La superpotencia aunaba a su 
alrededor a un conglomerado de estados, les garantizaba la seguridad en 
rigurosa confrontación con el bloque enemigo. Precisamente las garantía 
de seguridad a otros estados le permitía dominar en la aprobación de las
 resoluciones, a las que estaban obligados a someterse los miembros de 
la alianza. Ahora el panorama ha cambiado. La ausencia de una 
confrontación global excluye la necesidad, por ejemplo, de la “sombrilla
 nuclear”, que EEUU y la URSS “abrían” sobre sus aliados y socios.
Otro
 testimonio del fin de la época de las superpotencias, según Evgueni 
Primakov, es el hecho de que al término de la guerra fría el mundo 
comenzó a desarrollarse en dirección de una estructura multipolar. Esta 
conclusión puede ser demostrada con una serie de ejemplos. Uno de ellos 
es la Unión Europea, que se está convirtiendo en uno de los centros de 
fuerza comparables con EEUU. ¿Quién puede afirmar que China, cuya 
economía se está desarrollando impetuosamente, será parte del mundo 
unipolar y sumisamente estará a la cola de los hechos que se determinan 
desde un centro? Esto mismo tiene que ver con Rusia, la India y Japón.
Claro
 está que el establecimiento de la multipolaridad avanza con 
dificultades y requerirá mucho tiempo, pero tal es precisamente el 
vector principal del desarrollo. Y no cambiará solo porque algunos están
 seguros que el mejor modelo de formación del mundo es aquel en que todo
 lo dirige EEUU. La afirmación de que cualquier acción de EEUU es un 
bien para la humanidad es muy cuestionable, concluye Evgueni Primakov.
Pero
 si seguimos reflexionando en términos de “superpotencia”, habrá que 
aceptar el hecho de que cada pretendiente a ese estatus puede tener su 
propia superarma. Y la respuesta no siempre puede ser simétrica. Lo 
importante es responder a la pregunta ¿en qué reside tu fuerza? Para 
unos es el láser de combate, para otros los recursos energéticos. Por 
ejemplo, la fuerza de Rusia consiste en que es el proveedor principal de
 hidrocarburos al mercado mundial. Por consiguiente, en caso de que lo 
desee puede ser perfectamente una potencia energética, porque cualquier 
láser de combate, por más eficaz que sea, no reducirá el déficit de 
calor en invierno.
Otra cosa diferente es que Rusia, en
 general, no está ligada a pujar por el estatus de superpotencia, si 
bien las características geográficas, y el potencial técnico-militar y 
cultural la colocan por encima del nivel general. Sin duda, Rusia no es,
 ni mucho menos, un Estado regional, sino mundial. Pero estar en el 
proscenio geopolítico y ser una superpotencia son cosas diferentes. Lo 
primero es la cooperación multivectorial y la seguridad en la fiabilidad
 de los socios; y lo segundo es la soledad del señor feudal y del miedo 
ante los vasallos, que, en todo caso, no hay que perder del campo de 
visión. Al parecer, EEUU, para bien propio, debe optar por la primera 
variante, garantizándose de esa manera un desarrollo estable. Y sin 
láseres de combate y otras superarmas el mundo será más tranquilo
mj/rl







Muy interesante este artículo, me gusta la objetividad con que trata el tema de las SUPREMASIA de las potencias, pero tengo que admitir que en el caso de Rusia tampoco veo que este país aporte mucho para la paz proveyendo de armas a países con una cuestionable violación a los derechos humanos (Siria, Venezuela entre otros), si bien ya no es la hegemonía americana como potencia militar y económica, es de reflexionar que ahora son muchas las potencias que quieren ocupar su lugar, poniendo en práctica todo lo aprendido por su antecesor, la historia se sigue repitiendo en otros tiempos, en otros espacios, con otros protagonistas, pero igualmente se repite, es un ciclo que empieza donde acaba otro.
ResponderEliminarTienes toda la razòn Alez ! a Rusia se le ha abierto un gran mercado, sobre todo de las seudodemocracias latinoamericanas y dictaduras de oriente pròximo. China logra pasar a EEUU en el volùmen econòmico, pero muy lejos en el militar y tecnologìas avanzadas, Rusia seguirà en su puesto en el aspecto econòmico, pero nunca llegarà a tener el poder militar que obstentò en la antigua URSS, ellos avanzan a su ritmo, pero EEUU les mantiene una gran ventaja muy dificil de superar y que avanza rapidamente a tecnologìas muy sofisticadas.
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