Unas niñas dan clases de español en la 
base Ruy González de Clavijo, en Qala-i-Naw (Afganistán), ante la 
vigilancia de un soldado.  / CLAUDIO ÁLVAREZ
La cuenta atrás para la retirada de las tropas españolas de Afganistán
 ya ha empezado. El próximo 1 de noviembre la responsabilidad sobre la 
seguridad de la provincia de Badghis, hasta ahora bajo control español, 
pasará a manos de la tercera brigada del 207 Cuerpo de Ejército afgano. 
En adelante, tal como se ha ensayado en dos ocasiones, la última ayer 
mismo, las operaciones de limpieza contra la insurgencia serán planeadas
 y dirigidas por los mandos afganos, aunque bajo tutela de los 
españoles. Y no solo con su asesoramiento. A la hora de la verdad, serán
 estos últimos quienes deberán sacarles las castañas del fuego, mediante
 su intervención directa o pidiendo el apoyo aéreo de la OTAN.
Eso sí, los soldados españoles ya no van mezclados con los afganos 
sino en retaguardia. Así se quiere evidenciar que son los mandos locales
 quienes llevan en todo momento la batuta; y se dificulta de paso que 
algún talibán infiltrado vuelva el arma contra sus aliados; lo que se ha
 convertido últimamente en la mayor pesadilla de la OTAN.
Más significativo aún: entre enero y febrero del próximo año, las 
tropas españolas se irán de la base Bernardo de Gálvez, en Ludina. Y en 
marzo o abril dejarán la Rickets, en Moqur. Para la próxima primavera se
 habrán retirado de sus dos únicos Puestos Avanzados de Combate (COP), 
los más expuestos al hostigamiento talibán y donde más ataques han 
sufrido. El abandono de Ludina y Moqur marcará el inicio de la retirada,
 primero hacia Qala-i-Naw, capital de la provincia de Badghis, y luego 
hacia el aeropuerto de Herat, desde donde serán repatriados los 
militares.
El comienzo del repliegue corresponderá a la Brigada Ligera 
Aerotransportable (Brilat), que el 11 de noviembre tomará el relevo a la
 Brigada Paracaidista. El nuevo contingente, el número 32 desde que el 
Ejército español llegó a Afganistán hace ya una década, será un 10% más 
reducido que el actual. De 1.520 efectivos se pasará a 1.370. El recorte
 se ha conseguido mediante la supresión de algunas unidades (una sección
 de reconocimiento), la no sustitución de otras (un avión de transporte 
C-295) o el cambio de los llamados equipos de mentorización del Ejército
 afgano (OMLT), con 45 miembros, por los equipos de asesoramiento 
militar (MAT), con solo 30. En enero regresarán también los 125 mandos 
de la base de Bétera (Valencia) y del Eurocuerpo que durante un año han 
formado parte del cuartel general conjunto de la OTAN en Kabul.
Pero la gran reducción se producirá en primavera, con la entrega al 
Ejército afgano de los puestos de combate avanzados; lo que, por sí 
solo, permitirá traer de vuelta a España a más de 500 soldados. El 
ministro de Defensa, Pedro Morenés, anunció recientemente en Bruselas 
que el calendario de retirada (que prevé recortar este año el 10% del 
contingente, el 40% en 2013 y el resto el año siguiente) podría acelerarse sustancialmente.
 Aún así, España seguirá en la misión ISAF (Fuerza Internacional de 
Asistencia para la Seguridad de Afganistán) hasta que eche el cierre, a 
finales de 2014.
Eso no significa que se haya superado la fase más complicada o de 
mayor riesgo. Al contrario. Desmontar la base Ruy González de Clavijo, 
en Qala-i-Naw, que ocupa 70 hectáreas y alberga a más de 1.000 
militares; y proteger convoyes de decenas de vehículos a través de una 
ruta de montaña de más de cien kilómetros desde Qala-i-Naw a Herat 
constituye un reto logístico sin precedentes. Por eso, el Estado Mayor 
de la Defensa ha planeado por vez primera el envío a Afganistán de 
helicópteros de ataque Tigre y el Ejército ha dotado al nuevo 
contingente de morteros israelíes con mayor rapidez y cadencia de 
disparo.
Para complicar más el panorama, las tropas italianas y 
estadounidenses se han retirado de Bala Murghab, el distrito más 
peligroso de la provincia española, sin esperar a que se dieran ni 
siquiera las condiciones teóricas para traspasar su control al Gobierno 
de Kabul. Responsables militares españolas admiten que, con esta salida 
precipitada, los talibanes “se han crecido y han aumentado sus ataques” 
aunque, sostienen, el Ejército afgano los mantiene por ahora a raya. 
Como no hay mal que por bien no venga, EE UU ha dejado en Qala-i-Naw el 
hospital de campaña y los tres helicópteros de evacuación médica que 
tenía en Bala-Murghab, lo que garantiza una más rápida atención a los 
heridos.
La salida de las tropas italianas ha dejado, además, inconcluso el 
tramo norte de la llamada ruta Lithium, la carretera que el Gobierno 
español ha financiado como alternativa a la Ring Road, el anillo de 
circunvalación de Afganistán que solo falta por cerrar precisamente a su
 paso por la provincia de Badghis. Para hacerlo, habría que atravesar el
 valle del Murghab, en el que nadie se atreve a entrar porque está 
infestado de talibanes. Fiel a sus compromisos, España se propone 
culminar en noviembre las obras de cubrir de grava la ruta Lithium hasta
 la localidad de Mangan, aunque ya sabe que nadie le espera al otro 
lado.
A medida que acerca la hora de poner punto final a la ISAF queda 
claro que muchos de sus objetivos no podrán cumplirse. La duda es si se 
logrará el principal: que el régimen de Karzai no se derrumbe como el de
 Najibullah cuando se retiraron las tropas soviéticas en 1989. Para 
apuntalarlo, la OTAN prepara ya una nueva misión de asesoramiento e 
instrucción (ITAM), a partir de 2014. España participará y su propósito 
es mantener el control aéreo de la base de Herat, la misma por la que 
saldrán ahora sus tropas. Así que, por esta vez, al salir, no cierren la
 puerta.
elpais.com 












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