El principal armamento que llevan los submarinos nucleares rusos toma su nombre de un arma cuya historia comenzó hace 1.000 años y que tiene un simbolismo especial en Rusia. 

En tiempos soviéticos, cada submarino estratégico con capacidad nuclear era siempre bautizado con el nombre de una ciudad rusa, mientras que la serie o clase tomaba su nombre de los moradores del mar: 'Akula' (tiburón), 'Kalmar' (calamar) o 'Delfin'.

Sin embargo, cuando se encargó en 1996 el nuevo submarino 'Boréi' (personificación del dios de los vientos en la mitología rusa), se decidió que había que romper con esa larga tradición y utilizar nombres de grandes príncipes rusos, como Yuri Dolgoruki. 

 
El nombre del arma principal de estos navíos, como el nuevo cohete de combustible sólido Bulavá  (“maza”), también tiene una gran carga simbólica.

Palabra de origen eslavo que significa “bulto” o “pomo”, la bulavá es un arma con la forma de una maza coronada por una pesada cabeza. Esta maza se originó en el Imperio romano y en Oriente y más tarde fue adoptada ampliamente en toda la Rus antigua.

A pesar de su aparente crueldad, la bulavá se convirtió en símbolo de poder en la antigua Rus, Polonia, Turquía y el Hetmanato Cosaco (actual Ucrania). 

Dejando de lado sus asociaciones fálicas, el arma era también el atributo del dios de la vida y la muerte entre los celtas, además de estar relacionada con Hércules y Melpómene en la cultura grecorromana. Por el contrario, en mano de la suprema deidad de los pueblos semíticos, simbolizaba el arrepentimiento.

Y ¿qué mejor nombre puede haber para un misil con ojivas nucleares? La bulavá cumplía todos los requisitos para transformarse de una maza en un bastón de mando, y de ahí en un misil encargado de la prevención de conflictos nucleares a nivel global.

Fueron los nómadas los primeros que trajeron la maza a Rusia desde el sudeste, alrededor del siglo XI. En los siglos XII y XIII ganó popularidad rápidamente entre los campesinos y gentes de ciudad debido a que era un arma barata y fácil de conseguir. Las mazas se producían principalmente en Kiev y en las ciudades del sur de Rusia; es en estas áreas donde se ha producido el 90% de los hallazgos arqueológicos.

 
La bulavá se fabricaba tradicionalmente en forma de un cubo con los cantos recortados, lo que creaba algo parecido a tachuelas y protuberancias puntiagudas, esenciales para abollar armaduras pesadas. 

Los artesanos rusos modelaban la cabeza de la maza con cera recubierta de arcilla para después verter bronce en el molde, creando así una carcasa hueca que después rellenaban con plomo. Los ejemplares más elaborados se adornaban con oro, plata o incluso piedras preciosas.

Al igual que su predecesora medieval, el misil Bulavá del siglo XX fue pensado para traspasar armaduras, haciendo que se tambaleen los escudos antimisiles. El cohete fue diseñado para ser combinado con los misiles de tierra Tópol-M producidos por el Instituto de Moscú de Tecnología Térmica.

En la Edad Media la bulavá colgaba del cinto del guerrero como arma auxiliar, capaz de asestar un golpe rápido e inesperado directo al casco, ya que los golpes más poderosos vienen con una trayectoria baja. Por el contrario, la bulavá nuclear es un arma de prevención. 

Según los cálculos de la Comandancia Militar, debería restaurar el desequilibrio de poder en la tríada nuclear rusa, reforzando su componente naval con el potencial de responder a un golpe mediante un contraataque nuclear o de lanzar un ataque preventivo en el caso de un conflicto global.

Incluso desde los amarraderos de la Flota del Norte de la Marina Rusa, el rango de los misiles bastaría para alcanzar cualquier objetivo en el territorio de los EE UU o China. Es precisamente esta capacidad la que, a pesar de de los nuevos sistemas de defensa antimisiles de EE UU y el concepto de ataque preventivo global con armas convencionales, aleja de las fronteras rusas la perspectiva de que estalle una guerra y capacita al país para mantener una postura independiente en el escenario global.

Por tanto, a diferencia de su belicoso predecesor, la Bulavá moderna solo lucha en las pruebas, aunque también ha experimentado algunas pérdidas. Hasta ahora se han realizado 19 lanzamientos experimentales, nueve de los cuales tuvieron éxito y cuatro un éxito parcial. El último lanzamiento, el 6 de septiembre de 2013, falló debido al mal funcionamiento de una tobera extensible.

Pero, al igual que la maza rusa al cinto de un guerrero medieval, aunque pueda parecer menos terrorífica y mortal que una espada o una lanza, la Bulava moderna, escondida en el fondo de los silos de lanzamiento, es la garantía de poder devolver el ataque.

Alexánder Korolkov
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