Veinte
años después de que el comunismo echara el telón en casi todo el
planeta, Corea del Norte sigue en estado de guerra con el mundo. La
reciente muerte de su "amado líder", Kim Jong-il, no va a cambiar ni un
ápice la realidad de que el perverso Estado comunista, que no Irán o
Pakistán, es la principal amenaza para la paz mundial merced a su
potente arsenal nuclear y, lo que no es menos peligroso, sus
exportaciones de armas de destrucción masiva y su legendaria sangre fría
ante Occidente.
Y
es que, aún tratándose de la primera dinastía comunista de la historia,
el Reino Ermitaño es en verdad dirigido desde hace décadas por los
altos mandos del Ejército Popular de Corea (EPC), el auténtico cordón
umbilical del régimen estalinista. No podía ser de otra forma, ya que la
más septentrional de las dos Coreas se encuentra en estado de guerra
técnica con el Sur desde 1953. Es decir, más de medio siglo.
Los
norcoreanos siguen manteniendo su fe en el Juche, es decir la sagrada
doctrina de la autarquía acuñada por el fundador de la República Popular
Democrática de Corea, Kim Il-sung. Pero, la política que guía a su
dirigentes es el Songun o la prioridad del gasto militar sobre el resto
de consideraciones, incluso las humanitarias. Todo el dinero se canaliza
hacia el Ejército. Esto explica el inescrutable comportamiento de
Pyonyang a ojos de Occidente. El órdago nuclear norcoreano es la carta
de supervivencia del régimen comunista y seguirá sacándose de la manga
ese as hasta el fin de sus días.
Corea
del Norte es una potencia nuclear que cuenta con un programa de
enriquecimiento de uranio y la capacidad para fabricar varias bombas
atómicas. En esto coinciden los expertos surcoreanos, occidentales,
chinos y rusos. Además, ha demostrado que dispone de la tecnología para
lanzar misiles de corto y medio alcance, que podrían ser equipados con
cargas nucleares. Lo que no se ha podido confirmar es si es cierto lo
que dice la propaganda norcoreana sobre el misil balístico Taepodong-2,
que podría alcanzar la costa estadounidense. Por lo que se sabe, todos
los ensayos con ese cohete intercontinental han resultado hasta ahora
fallidos.
La
llegada al poder del hijo menor del fallecido dictador, Kim Jong-un,
abre una nueva etapa histórica en Corea del Norte, pero son los
militares los que tienen la última palabra. Igual que el KGB soviético,
la Stasi en Alemania Oriental o la Securitate en la Rumanía de Ceacescu,
en el país asiático es el EPC el que controla todos los resortes de la
economía y la seguridad nacional. Aunque el nuevo líder tenga un
increíble parecido con su abuelo, sus menos de 30 años de edad le
convierten más en una marioneta o un regente, que en un líder
propiamente dicho.
Recientemente,
Pyongyang propuso a Estados Unidos la enésima congelación de su
programa nuclear a cambio de ayuda humanitaria. Occidente tiene dos
opciones, negarse y arriesgarse a que una de las bravatas norcoreanas
desemboque en una guerra en el Paralelo 38, la frontera más militarizada
del mundo, o aceptar y armarse de paciencia. Esta segunda opción no es
una receta de éxito, ni mucho menos, pero Washington no tiene otra
salida.
China,
el principal aliado del denostado régimen comunista, y Rusia, por puro
interés geopolítico, harán todo lo posible para que toda la península
coreana no caiga en manos de Estados Unidos. Digan lo que digan, la
tensión nuclear les conviene. Por ello, EEUU no tiene más remedio que
entablar conversaciones bilaterales con Corea del Norte y aceptar sus
condiciones para la reanudación de las negociaciones nucleares
multipartitas.
El
objetivo a corto plazo es la desnuclearización de la península, pero el
anhelo es la reunificación coreana. La cuestión no es tanto el cuándo,
sino el cómo. El coste en pérdidas humanas podría ser brutal. Nadie, ni
Seúl, ni tampoco Japón, otro de los objetivos favoritos de la ira
norcoreana, están dispuestos a pagar ese precio.
Corea del Norte es un país necesitado de urgente ayuda humanitaria y energía. Sus únicas divisas provienen
del contrabando, especialmente, de tecnología de misiles. Una tercera
parte de sus 23 millones de habitantes sufre hambruna crónica y el resto
de la población vive en la miseria.
El
presidente de EEUU, Barack Obama, haría bien en no fiarse de los
norcoreanos, pero no puede sino sentarse a negociar. La muerte del
inestable líder norcoreano abre tanto una etapa de transición en ese
reducto de esclavitud socialista como una nueva ventana a la paz. Para
ello, Obama necesitará persuadir a China de que, como ocurriera con la
Unión Soviética en el caso del Muro de Berlín, una Corea del Norte
abierta al mundo es la mejor garantía de estabilidad.
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