Hay varios hechos incontestables: el Boeing 777-200 derribado era un avión civil, con pasajeros civiles, con rumbo ajeno a lo que estaba sucediendo en Ucrania, siguiendo una ruta comercial y a la altitud correcta.
Dos grandes grupos de causas pudieron derribarle: causas internas o causas externas. En el primer caso, podría ser una súbita despresurización de la cabina
 o una explosión causada por un artefacto no detectado en los controles 
de pasajeros y equipajes –lo que explicaría la súbita desaparición de 
las pantallas de radar-. También podrían ser graves fallos
 en sistemas fundamentales del avión, pero esto parece menos probable 
porque nunca hay una sola causa y el piloto habría avisado a los 
controles en tierra del inicio de la emergencia nada más ser detectada.
Esto lleva al siguiente grupo de causas: las de origen externo.
 Descartando, dada la altitud, que los dos motores hubieran quedado 
inutilizados a la vez por haber engullido grandes pájaros volando en una
 bandada, habrá que señalar una causa de gran fuerza que sólo puede ser 
originada por la voluntad de derribarlo.
Volando a 30.000 pies de 
altitud -10.000 metros-, sólo hay dos medios para derribar un avión tan 
grande como este modelo –mide más de 60 metros de longitud por otros 
tantos de envergadura-: dañándolo con disparos de cañón o con la explosión de un misil. Lo primero señala a un avión de caza, lo segundo también, junto con los misiles antiaéreos lanzados desde tierra.
AVIÓN DE CAZA O MISIL ANTIAÉREO
A un avión de caza le cuesta muy poco llegar hasta la altura de un avión grande y de trayectoria rectilínea
 como un avión de pasajeros y dispararle con su cañón –de 30 mm de 
calibre, según los modelos- o lanzarle uno o varios misiles –de los que 
hay varios tipos de potencia y alcance-. Lo más dificultoso de este 
proceso es la identificación y señalamiento previo del blanco por parte 
del controlador que guíará al piloto de caza.
En cualquier caso, ya sea un ataque aéreo o la acción de misiles
 disparados desde el suelo, se necesita un proceso, un tiempo necesario 
para detectar el blanco, identificarlo, tomar la decisión de derribarlo,
 dar la orden u obtener la autorización, programar en disparo, etc. 
Hacen falta unos individuos que lleven a cabo este proceso y otros que 
asuman la responsabilidad de lo que va a ocurrir.
Y este detalle 
es sumamente importante porque estaríamos ante el gravísimo hecho de 
atacar a un avión civil ajeno por completo al conflicto, lo que podría 
constituir un crimen de guerra, de posibles consecuencias, no ya sobre los militares relacionados, sino sobre los políticos situados por encima de ellos.
Habría
 de descartarse que el derribo fuera obra voluntaria de un incontrolado y
 fanático que hubiera robado un misil antiaéreo aprovechando la fractura
 de las fuerzas armadas de Ucrania. Y también el hecho 
de que, adiestrándose con el misil –o incluso jugando con él-, lo 
disparara involuntariamente, ya que en situaciones irregulares en las 
que las armas caen en manos de no militares –revolucionarios, 
milicianos…- pueden ocurrir situaciones de descontrol como esta.
Los únicos misiles de esa zona que pueden robarse, esconderse en lugares relativamente pequeños como una furgoneta, y salirse del control de los mandos militares son los de origen ruso que, en código OTAN, se llaman Grail (SA-7 Strela
 en ruso), pues miden menos de 2 metros y pesan unos 15 kg cada uno. 
Pero, en este caso, ha de descartarse su lanzamiento porque estos 
misiles no son capaces de subir más allá de los 7.000 pies –unos 2.300 
m-, y el avión derribado iba a 3.000 pies más alto –un kilómetro más-.
Esto lleva a señalar sistemas de misiles antiaéreos
 más potentes y capaces como, por ejemplo aunque no serían los únicos, 
los que desde el inicio se han señalado: los de fabricación rusa que en 
código OTAN se llaman Gladfly -tábano-. 
Son misiles de 
casi 700 kg de peso, capaces de subir hasta los 72.000 pies –unos 22.000
 metros-, más del doble de la altitud a la que volaba en avión 
derribado. Para dispararlos se necesita un radar de exploración del 
espacio aéreo, un proceso de elección del objetivo, una transferencia de
 datos a otro radar –el que dirigirá el misil-, y la programación del o 
los misiles. Una vez tomada la decisión de dispararlo, el misil volará 
hacia el objetivo a una velocidad que puede alcanzar los 2 o 3 mach –el 
doble o el triple de la velocidad del sonido, que es de unos 1.200 km/h-. Desde luego, nadie en el avión de pasajeros pudo percatarse de lo que iba a suceder.
¿PODRÍA AVERIGUARSE QUIÉN LANZÓ EL MISIL?
Centrados en la mayor probabilidad de que la causa del derribo haya sido un misil, pasamos a la cuestión del origen del disparo, qué bando de los enfrentados –ucranianos y rebeldes ucranianos pro rusos-, o incluso los rusos lo lanzó.
Esto
 sólo podría averiguarse si se localizaran, entre los restos, piezas del
 misil que permitieran identificar el tipo y además conservaran números 
de serie que, contrastándolos con los inventarios del ejército de 
Ucrania se viera que el misil le perteneció o si lo tenía identificado 
como en poder de los pro rusos. Asimismo, la comparación con los inventarios rusos
 daría como resultado que estaba en su poder o no. Pero el avión ha 
caído en una zona controlada por los pro rusos que, según se ha 
relatado, se han hecho con la ‘caja negra’ y la han remitido a Moscú.
En
 cualquier caso, esto no deja de ser una conjetura que, muy 
probablemente, no conducirá a ningún resultado, ya que, como en alguna 
ocasión se ha dicho, en las guerras la primera víctima es la 
información. Cada bando llevará a cabo su propia batalla, esta vez para 
vencer en el terreno de la información o desinformación.
¿QÚE HA PODIDO PASAR?
Falta
 aun una última consideración, como es la de que, efectivamente, el 
misil fue lanzado, pero no contra ese avión de pasajeros. Esta semana se
 ha producido el derribo de dos aviones militares ucranianos –un An-26 de transporte y un Su-25, de apoyo táctico-. ¿Por qué no considerar que el objetivo era, en realidad, otro avión militar ucraniano?
Los misiles modernos
 siguen siendo máquinas que en su naturaleza está la posibilidad de que 
no funcionen como se espera. De hecho, al querer batir un blanco, se 
considera el número de proyectiles que harán falta para
 lograr su destrucción en un porcentaje suficiente. Así, el número de 
proyectiles a disparar puede ir desde uno solo para los sistemas más 
potentes, fiables y precisos, hasta varias decenas o más de ellos, si 
son menos precisos.
Así pues, habrá que considerar un fallo en los
 sistemas de guiado del misil que hubiera acabado por ‘confundir’ al 
avión de pasajeros con el objetivo a batir. En caso contrario, es decir,
 si no se diera esta circunstancia, el ataque deliberado a un avión 
civil ajeno por completo al conflicto, constituiría un crimen de guerra.
(Foto: Newsweek)
A. Manzano
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