Siria se ha convertido en un retorcido 
escenario, una lucha interna con tres patas en la que los más buenos 
(Ejército Libre Siro) pactan con los más malos (Al Qaeda, filiales y 
asociados) para luchar juntos contra los sólo, pero no poco, malos (el 
Gobierno de Al Assad). 
Y ahí estamos los buenos del todo (potencias de 
Occidente), sin saber qué hacer, ni hasta qué punto hacer, ante este 
nudo gordiano: si cortarlo o tratar de desatarlo. Más allá, la filiación
 suní o chií marca las amistades y los respaldos. 
En términos 
económicos, la gracia ha bendecido a los suníes, donde se enmarcan las 
ricas monarquías del Golfo, aliadas de Occidente, que quieren el 
derrocamiento de Al Assad, en tanto el Gobierno sirio, alauita, rama 
chií del Islam, es apoyado por Irán y la también chiita Hezbolá.
Estados Unidos, que se partió la cara en Irak sacando a los suníes del 
poder, sembró el campo a su salida para que internamente estallara el 
conflicto civil suní-chiita en todo su esplendor, ese cuya deriva y 
final tiene largo recorrido.
Años antes armó hasta los dientes a los 
talibanes, a los que después ha dedicado lustros tratando de aplastar en
 Afganistán. Y así, bien escaldados (aquí sólo tiene clara la película 
Rusia) y con menos presupuesto que nunca, llegamos al punto actual: 
¿Qué  hacer si para liberar a los sirios del salvaje Al Assad, que 
aplasta inmisericorde a su pueblo, la única opción es favorecer a 
aquellos contra los que se lleva luchando desde que entramos en el Siglo
 XXI? ¿Vamos a darle armamento al enemigo público número uno sin saber 
con qué nos encontremos después?
Ejercer de árbitro y juez en este mundo es cada día más complejo, amén de caro. Estados Unidos, obligada a asumir este rol, tiene que salvar la cara. Pero Obama se pilló los dedos cuando fijó la famosa línea roja en el uso de armas químicas por Al Assad. Ya, de entrada, la propia definición de la línea es curiosa. ¿No hubiera sido más razonable fijar un cupo de víctimas, por ejemplo, independientemente del armamento empleado para ello? ¿Tienen más impacto 500 muertos que los 100.000 anteriores?
No hay que recurrir al gas sarín para provocar una gran matanza. Con armamento del denominado convencional puede, y de hecho así está resultando, generarse mayor número de bajas.
La otra pregunta es si realmente es Al Assad ese 
desafiante tarado capaz de dar justo el pasito que le echaría encima a 
todo el poder militar de Occidente, cuando el uso de armas químicas no 
le era vital para avanzar en la contienda. 
Porque ni en las bajas 
causadas por el empleo de éstas se han puesto de acuerdo Estados Unidos y
 Francia. Las cifras de muertos ratificadas por ambas partes son tan 
dispares en uno y otro caso que el asunto resulta inquietante. 
Definitivamente, aquí sólo tiene clara la película Rusia.









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