Un político italiano declaró, en el marco de una discusión dedicada a la política internacional celebrada hace poco en Roma, que estaba preocupado por la postura agresiva que volvió a manifestar Rusia. Se trataba de una hipotética intervención de Rusia en los acontecimientos que se desarrollaron en Kiev y de la decisión de Rusia de desplegar misiles nucleares tácticos Iskander en el enclave báltico de Kaliningrado que posteriormente fue desmentida.
Este
 político, como muchos otros, olvidó que los políticos europeos están 
entre los actores principales de las protestas contra el Gobierno 
legítimo ucraniano y que la Unión Europea no estaba dispuesta a ayudar a
 Ucrania a restablecer su economía, pese a su interés en firmar un 
acuerdo de asociación con este país. 
Olvidó también que antes de que 
Moscú tomase la decisión de desplegar misiles en Kaliningrado, EEUU 
quiso desplegar sus misiles en Rumania, Polonia y Turquía. Si el 
objetivo principal del despliegue de misiles estadounidenses fue 
interceptar misiles iraníes, en caso de un eventual ataque lanzado por 
Teherán, ¿para qué fue necesario confirmar esta decisión después de que 
la tensión entre EEUU e Irán se redujera?
Tras
 el colapso de la URSS en 1991, muchos políticos occidentales centraron 
sus esfuerzos en la disuasión de Rusia. Los estadounidenses y sus 
aliados financiaron abiertamente varias revoluciones de colores que 
tuvieron lugar en el espacio postsoviético con el fin de desestabilizar 
al país más grande en el mundo. 
Esta tarea no ha perdido todavía su 
actualidad, ante todo, para los republicanos. Muchas acciones de 
Occidente en Asia Central que no fueron siempre diplomáticas, así como 
críticas del sistema político ruso por los medios de comunicación 
buscaban debilitar al Gobierno ruso por fuera y por dentro y 
posiblemente contribuir a la desintegración del país. Así las cosas, no 
debería sorprender el hecho que Moscú, cansada de estas acciones 
hostiles, manifiesta un reacción agresiva.
Italia
 nunca participó en este sabotaje, a pesar de que se puso de moda, ante 
todo, entre los periodistas occidentales, buscar la paja en el ojo de 
Rusia y no la viga en el propio.
A
 juzgar por todo, estas contradicciones se han agudizan en los últimos 
meses. Parece que tanto una parte como la otra pasa por alto los 
intereses mutuos.
El
 Occidente industrial experimentará cada vez más necesidad en materias 
primas, en particular, en hidrocarburos. Rusia tiene grandes reservas de
 estos recursos y quiere continuar exportándolos. Al mismo tiempo, es 
evidente que el gigante eurasiático necesita las nuevas tecnologías y 
conocimientos técnicos que podría recibir de Occidente. 
Está claro que 
los países que anteriormente eran enemigos, ahora deben estar a un lado y
 que ninguna de las partes quiere poner obstáculos a la cooperación. 
Rusia no quiere perder a un cliente serio, mientras que Europa no está 
interesada en renunciar a Rusia como fuente de materias primas y mercado
 que seguirá desarrollándose. La amenaza real para estos países proviene
 de Oriente, o sea, de China. 
No es Moscú sino Pekín que en un futuro 
previsible puede plantear desafíos que pondrán en duda no sólo nuestro 
bienestar sino también el papel que desempeñamos a día de hoy en el 
mundo. Pese que hubo períodos positivos y negativos en la historia del 
desarrollo de China, cada habitante de este país - el antiguo Imperio 
Celeste - considera que es “Estado central” (zhongguo) y por eso tiene 
derecho histórico para desempeñar el papel central en el mundo.
Las
 autoridades chinas saben esperar con paciencia y desarrollar una 
estrategia del desarrollo del país a largo plazo. Al mismo tiempo, Pekín
 evidentemente está dispuesto a hacer realidad sus objetivos. China 
entiende perfectamente que no debería manifestar abiertamente su deseo 
de convertirse en el actor principal del mundo, sino quedarse relegada a
 un segundo plano durante varios años, disimulando sus fines reales. 
Pero a pesar de todos sus esfuerzos, la presencia de China fuera de Asia
 se siente cada vez más. Pekín establece con cada vez más frecuencia el 
control sobre África y sus recursos, invierte en América del Sur y 
Europa, adquiriendo empresas de tecnología avanzada de cuya experiencia 
podría apropiarse.
Los
 chinos tienen derecho de soñar con alcanzar el mismo nivel de 
desarrollo económico que el que se registra en Europa. Pero es evidente 
que Pekín nunca logrará tal nivel de desarrollo si lo extiende para al 
menos una mitad de un mil quinientas millones de personas sin una dura 
competencia en materia de suministro de materias primas y sin una 
explotación intensiva del medio ambiente. Se podría hacerlo sólo a 
cuenta de Europa, porque el mundo tiene límites.
¿Quizás
 sea oportuno abrir los ojos y ver quién es nuestro rival real, en vez 
de seguir temiendo a los rusos con los que nos une la historia, cultura y
 exigencias comunes? Y es necesario dejar de instigar los ánimos que 
podrían aproximar a nuestros amigos reales a los que representan una 
amenaza para nuestro futuro.
Foto: RIAN 







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