Alrededor de a la una de la madrugada, un grupo de criminales camuflados de policías cercaron un campamento de alpinistas extranjeros, a los que saquearon y dieron muerte a diez de ellos, el 23 de junio, al pie de una montaña en Pakistán.
Ese mismo día, el cabecilla de la banda 
declaró: “Estos extranjeros son nuestros enemigos y con orgullo hemos 
asumido el asesinato de su muerte. Continuaremos perpetrando ataques 
similares”, apostillaba.
En 2012, esa misma banda 
asesinó a dieciocho peregrinos chiíes. Es verdad que, entonces, eran 
enemigos “por motivos religiosos”. Aunque más tarde se aclaró que los 
enemigos del robustecimiento de los lazos de Pakistán con Irán pagaron 
esa masacre.
La banda se hace llamar Jundallah, el 
“ejército de Dios”. Sus ataques responden ya sea a encargos políticos, o
 simplemente crímenes graves cometidos con alevosía. El primer atamán de
 esta banda Qasim Toori está siendo juzgado en Pakistán por terrorismo y
 por el cargo de apropiación ilícita de bienes de una persona en el 
momento de su defunción. En otras palabras, por asesinato con fines de 
saqueo.
En el norte de Pakistán abundan las bandas del 
tipo de Jundallah. Desde tiempos inmemoriales en esa región era posible,
 por una suma modesta, hacerse con una cáfila de asesinos. Reyes y 
espías, coterráneos y extranjeros contrataban a los belicosos 
montaraces. Es un tema aparte quién paga ahora, pero es necesario 
resolver de alguna manera el problema multisecular.
Es 
necesario, sobre todo, detectar a los criminales, pero las bandas de ese
 tipo se ocultan casi siempre en lugares del interior que resultan 
difíciles encontrar con métodos corrientes. ¿Será posible que no haya 
formas de meterlos en cintura? Las formas existen pero, como siempre, 
distan de gustar a todos.
Ellos sobrevuelan largo 
tiempo, lenta e imperceptiblemente los lugares sospechosos, una y otra 
vez, antes de propinarles el golpe mortal. En Pakistán, la CIA se 
encarga de estas operaciones; en Afganistán, las fuerzas especiales de 
la coalición y del ejército, a veces para el apoyo de las tropas 
atacadas por el enemigo. Estamos hablando de los drones,
 los aviones no tripulados MQ-1, Predator y MQ-9 Reaper. Cuentan que los
 que dirigían sus acciones han cometido muchos errores y que, en 
general, hay que prohibir su empleo. ¿Por qué?
En primer
 lugar, a causa de las víctimas entre la población civil que ocasionan. 
Desgraciadamente son demasiadas. Pero, nadie ha planteado oficialmente 
el asunto de manera distinta: ¿por qué prefieren siempre los bandidos 
ocultarse en puntos densamente poblados, detrás de las mujeres y los 
niños, a sabiendas de las posibles consecuencias?
Se han
 tomado ya medidas para una disminución de las víctimas. El año pasado, 
el entonces jefe de las tropas en Afganistán, el general John Allen, 
ordenó restringir los ataques de los drones
 en regiones de densa población. Según datos de la ONU, las muertes 
entre la población civil, provocadas por ataques aéreos se redujeron en 
un 42 %. 
En febrero de este año, después de que un ataque aéreo se 
cobrara la vida de diez civiles, además de cuatro jefes de campo, el 
presidente de Afganistán prohibió a sus tropas solicitar apoyo desde el 
aire a los aliados occidentales, en puntos lindantes con poblados. Eso 
fue válido también para los no aviones tripulados. ¿Qué más aún? 
¿Prohibir completamente su empleo, y en lugar de los aparatos dirigidos 
por operadores desde Gran Bretaña y EEUU, desplegar “a la antigua” 
operaciones con tropas de carne y hueso? Cualquier militar responderá 
que las pérdidas, incluso de civiles, serán mayores, amén de que 
perecerán soldados y oficiales propios.
En Pakistán, como consecuencia de los ataques de drones
 han perecido, en los ocho años de su empleo, unas 3500 personas. Los 
civiles, que suman entre quinientos y novecientos, son muchos. Pero, 
¿habrían sido muchos más si el ejército regular se hubiera entregado a 
la caza de los bandidos con su aviación y artillería pesada? Además, los
 tres mil y tantos extremistas eliminados ya no dispararán, nunca más, 
contra soldados norteamericanos ni paquistaníes.
Se 
afirma además que “no son acertados” los objetivos de los aviones no 
tripulados en Pakistán. Investigaciones de Reuters y de New America 
Foundations llegaban este año a conclusiones similares: los blancos 
“singularmente valiosos”, a saber cabecillas de Al Qaeda y de otras 
bandas son menos de cincuenta o un dos por ciento. Mientras que los 
“extremistas rasos” son, con mucha más frecuencia, los blancos de los drones.
 Por consiguiente se concluye que, en Pakistán, los aparatos no 
tripulados son empleados como un medio para eliminar personas, de las 
que se sospecha que van a disparar contra soldados de la coalición en 
Afganistán. ¿Es esto incorrecto?
Se cometen además 
errores. En Baziristán del Norte, en lugar de acabar con Badruddin 
Hakkani, el número dos de ese clan familiar, un dron
 asesinó a su hermano menor, a Mohamed. Los amigos contaban que este no 
se dedicaba al terrorismo, lo que es difícil de creer. La Inteligencia 
norteamericana, por el contrario, afirmaba que era un miembro activo de 
la clandestinidad criminal. De ser así, no fue mucho lo que se 
equivocaron. A propósito, un año y medio más tarde, la CIA encontró y 
dio muerte a Badruddin.
Los aparatos no tripulados pueden atacar también a los suyos. En Pakistán, en 2011, un dron
 segó la vida de Jude Kenan Mohamed, ciudadano estadounidense, miembro 
de un grupo islamista que en 2009 se disponía a atacar una base de la 
infantería de Marina de EEUU en Quantico, Virginia. Sus cómplices fueron
 arrestados, pero Jude Kenan se fue a Pakistán. Es cierto que la patria 
lo encontró allí también. Además de este, los drones castigaron a tres estadounidenses yihadistas en Afganistán y Yemen.
El 29 de mayo de este año, un dron
 asesinó a Waliur Rehman, el número dos en la jerarquía de la rama 
paquistaní de los talibanes. Su muerte significó un duro golpe a la 
banda, culpable de cientos de explosiones y de ataques en Pakistán. EEUU
 acusaba a Waliur de estar involucrado en el acto terrorista de un 
suicida en 2009, en el que perecieron siete norteamericanos que 
trabajaban para la CIA. Por su cabeza ofrecieron una recompensa de cinco
 millones de dólares. La cancillería de Pakistán reaccionó de manera 
predecible, al definir los ataques de los drones
 de contraproducentes y que atentan contra la soberanía del país. Pero, 
¿cuáles serían las pérdidas de sus tropas y de civiles, si militares 
paquistaníes llevaran a cabo operaciones especiales para su arresto?
A pesar de las críticas, crece continuamente la cantidad de ataques de los drones.
 En Afganistán, en 2010 sumaron 278; en 2011, 294, y en 2012, 333. En 
Pakistán, en ocho años de cacería de terroristas, la CIA lanzó unos 360 
ataques con drones. Los 
argumentos a favor es que no perecen personas, pues un avión no 
tripulado con una óptica potente tiene pocas posibilidades de errar en 
la elección de los blancos. Por lo demás, si un operador se equivoca, y 
da al dron la orden de lanzar 
un misil contra el “ejército de Dios”, Jundallah, pensamos que son pocos
 los que en este mundo lo van a considerar como un error.
© Fotо: ru.wikipedia.org 







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