Por estas tierras abundan las estrategias de papel.
No se esfuercen en buscar la definición de este concepto. Lo acabo de
inventar, tratando de bautizar aquellos altos documentos que imaginan
metas y objetivos para la nación, pero de los cuales es imposible
deducir los medios personales, materiales u organizativos para
alcanzarlos.
Cuando
de una estrategia promulgada no surge la fuerza necesaria para obtener
los medios militares y de otra índole para implementarla, nace muerta,
aunque caritativamente pudiéramos denominarla de papel. Como viene
sucediendo en España desde hace muchas décadas.
El
nivel ejecutivo español, dada la debilidad actual de las instituciones,
se nutre básicamente de unos partidos políticos -cuya calidad esta a la
vista de todos- que se plantean metas temporales basadas más en
calendarios electorales -asociados a su supervivencia- que en los plazos
prolongados necesarios para obtener los medios militares.
No es de
extrañar, pues, que el planeamiento estratégico avance a trompicones y
sostenido por una débil voluntad política con pocas explicaciones y
apoyo popular. Las cuestiones políticas -y las industriales que suelen
estar detrás de ellas- marcan realmente los objetivos de fuerza a
adquirir que, a su vez, arrastran lo que estratégicamente se puede
alcanzar con ellos.
Estas
incertidumbres de financiación hacen que sea siempre arriesgado que el
nivel militar proponga una panoplia de objetivos de fuerza, pues una
disminución de los fondos totales con los que se ha programado hará que
se pierda el control de las prioridades y deje de tener sentido el
conjunto.
Como
todo lo anterior pudiera parecer algo abstracto -aunque les aseguro que
es completamente real- voy a centrarme en cómo la Armada ha tratado de
navegar estos últimos años por estos mares de estrategias de papel,
planes de financiación que no se van a cumplir y disminuciones
presupuestarias brutales e insospechadas.
Los
dos hechos definitorios marítimos de la presente época son -al menos
para mí- el predominio sin parangón histórico de la Marina
norteamericana y la dependencia del tráfico mercante para mantener el
nivel de globalización asociado al desarrollo mundial.
La
US Navy supera actualmente a cualquier combinación de las marinas que
le siguen en todos los conceptos imaginables: tonelaje, personal,
potencia de fuego, tecnología, etc. Sin embargo, al estar tan basada en
la calidad de sus unidades, estas se van encareciendo con la
sofisticación e inevitablemente disminuye su número pese a un
presupuesto anual que multiplica por más de 50 el de la Armada española.
Y pocas unidades es sinónimo de no poder estar en todos los sitios
donde se les necesita.
La
globalización precisa de conexiones baratas, y por lo tanto eficientes,
en todos los ámbitos. El tráfico comercial permite que un mismo objeto
sea diseñado, fabricado y consumido de manera rentable en diferentes
países lo que exige un transporte marítimo económico y libre. Que el
transporte de combustibles fósiles -que se realiza básicamente por mar y
representan el 80% de la energía mundial- sea eficiente, es tambien
básico.
Esta libertad de los mares está amenazada -y son solo dos ejemplos- por una renacida piratería y por políticas de "nacionalización" de los mares tales como la que se pretende con el mar meridional de China, aguas internacionales para todos menos para ellos.
Esta libertad de los mares está amenazada -y son solo dos ejemplos- por una renacida piratería y por políticas de "nacionalización" de los mares tales como la que se pretende con el mar meridional de China, aguas internacionales para todos menos para ellos.
Ante
este conocido panorama internacional y doméstico descrito más arriba en
sus rasgos más genéricos, la Armada ha tratado de obtener hasta ahora
dos tipos de fuerzas: las dedicadas a la preparación de combates de alta
intensidad y las de guerra irregular o seguridad marítima.
El
tener buques específicos para la seguridad marítima parte de la base de
que no es rentable emplear fragatas polivalentes -caras y con mucha
dotación- para estas misiones en las que la mejor arma es la información
y la clave, la permanencia.
La superioridad marítima norteamericana no
sirve aquí pues sus pocos y potentes buques no van a estar en todos los
mares, pudiendo suceder, además, que no coincidan los intereses
económicos específicos que estas misiones tratan de proteger. Por esto,
la Armada decidió construir los BAM, magníficos y relativamente baratos
buques, aunque su número actual no sea suficiente para proteger los
intereses en juego.
Las
capacidades de alta intensidad propias pretenden ofrecer a nuestros
gobiernos futuros la posibilidad de apoyar a los norteamericanos , tal
como hicimos -en diversas formas- en Kosovo, Irak, Libia y Afganistán.
Si este enorme instrumento naval que tienen los norteamericanos se pone
en marcha algún día -y si lo mantienen es porque piensan que lo van a
utilizar- nuestro Gobierno puede decidir colaborar con ellos -caso de
que nuestros intereses lo demanden- como al parecer sucedió en las
ocasiones mencionadas. Los intereses compartidos son la única base
estable para mantener una alianza.
Tambien
estos medios diseñados para los combates de alta intensidad servirían
para protegernos en caso de recibir una agresión en nuestro territorio o
intereses nacionales básicos.
El
arma aérea de la Armada -sus aviones Harrier-, los buques anfibios
-tales como el reciente " Juan Carlos I" con su infantería embarcada-,
las fragatas F-100 y los submarinos S-80 son ejemplos de plataformas
pensadas por si llega ese día de tener que combatir contra un adversario
en escenarios de alta intensidad.
Como
los S-80 están siendo objeto de un cierto debate, me detendré -si bien
brevemente- en ellos. La Armada estuvo dudando más de diez años si
proponer al Gobierno dar continuidad, o no, a nuestra arma submarina:
desde que cayó la URSS en 1990 hasta el 2002.
Y esto fue así por la
incertidumbre del horizonte presupuestario -anteriormente aludida- que
podría hacer que, una vez aceptado el submarino, pasara por delante de
la obtención de otras plataformas prioritarias -por ejemplo el "Juan
Carlos I"- al que la prematura baja del "Príncipe de Asturias" ha
confirmado posteriormente como imprescindible.
Los
submarinos en situaciones operativas reales tienen unas formidables
capacidades que no puedo describir aquí por falta de espacio. Solo voy a
poner un ejemplo ¿Quiénes de ustedes seguiría nadando en una playa si
sospecharan que hay un tiburón merodeando?
Pues cuando llega la hora de
la verdad, el submarino es como un tiburón para las otras unidades
navales, peligroso incluso -en este caso- para los que miran desde
tierra.
El
S-80 va a salir adelante porque se pensó bien, lo necesitamos y sabemos
hacer bien las cosas, aunque a veces nos equivoquemos.
En
el panorama estratégico arriba descrito, estas son -a mi juicio- las
herramientas que la Armada pretende obtener para defender los intereses
marítimos nacionales. Un poco de comprensión y apoyo popular -incluso
critico- no vendrían mal.
Ruego
al amable lector que considere estas pobres líneas como mi contribución
al seminario sobre los intereses marítimos nacionales encuadrado en la
III Semana Naval, que se celebrará en Madrid los próximos 25 y 26 de
septiembre.
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