miércoles, 11 de septiembre de 2013

Estrategias de papel

 


 
Por estas tierras abundan las estrategias de papel. No se esfuercen en buscar la definición de este concepto. Lo acabo de inventar, tratando de bautizar aquellos altos documentos que imaginan metas y objetivos para la nación, pero de los cuales es imposible deducir los medios personales, materiales u organizativos para alcanzarlos.

Cuando de una estrategia promulgada no surge la fuerza necesaria para obtener los medios militares y de otra índole para implementarla, nace muerta, aunque caritativamente pudiéramos denominarla de papel. Como viene sucediendo en España desde hace muchas décadas.

El nivel ejecutivo español, dada la debilidad actual de las instituciones, se nutre básicamente de unos partidos políticos -cuya calidad esta a la vista de todos- que se plantean metas temporales basadas más en calendarios electorales -asociados a su supervivencia- que en los plazos prolongados necesarios para obtener los medios militares.

 
No es de extrañar, pues, que el planeamiento estratégico avance a trompicones y sostenido por una débil voluntad política con pocas explicaciones y apoyo popular. Las cuestiones políticas -y las industriales que suelen estar detrás de ellas- marcan realmente los objetivos de fuerza a adquirir que, a su vez, arrastran lo que estratégicamente se puede alcanzar con ellos.

Estas incertidumbres de financiación hacen que sea siempre arriesgado que el nivel militar proponga una panoplia de objetivos de fuerza, pues una disminución de los fondos totales con los que se ha programado hará que se pierda el control de las prioridades y deje de tener sentido el conjunto.

Como todo lo anterior pudiera parecer algo abstracto -aunque les aseguro que es completamente real- voy a centrarme en cómo la Armada ha tratado de navegar estos últimos años por estos mares de estrategias de papel, planes de financiación que no se van a cumplir y disminuciones presupuestarias brutales e insospechadas.

Los dos hechos definitorios marítimos de la presente época son -al menos para mí- el predominio sin parangón histórico de la Marina norteamericana y la dependencia del tráfico mercante para mantener el nivel de globalización asociado al desarrollo mundial.

La US Navy supera actualmente a cualquier combinación de las marinas que le siguen en todos los conceptos imaginables: tonelaje, personal, potencia de fuego, tecnología, etc. Sin embargo, al estar tan basada en la calidad de sus unidades, estas se van encareciendo con la sofisticación e inevitablemente disminuye su número pese a un presupuesto anual que multiplica por más de 50 el de la Armada española. Y pocas unidades es sinónimo de no poder estar en todos los sitios donde se les necesita.

 
La globalización precisa de conexiones baratas, y por lo tanto eficientes, en todos los ámbitos. El tráfico comercial permite que un mismo objeto sea diseñado, fabricado y consumido de manera rentable en diferentes países lo que exige un transporte marítimo económico y libre. Que el transporte de combustibles fósiles -que se realiza básicamente por mar y representan el 80% de la energía mundial- sea eficiente, es tambien básico.

Esta libertad de los mares está amenazada -y son solo dos ejemplos- por una renacida piratería y por políticas de "nacionalización" de los mares tales como la que se pretende con el mar meridional de China, aguas internacionales para todos menos para ellos.

Ante este conocido panorama internacional y doméstico descrito más arriba en sus rasgos más genéricos, la Armada ha tratado de obtener hasta ahora dos tipos de fuerzas: las dedicadas a la preparación de combates de alta intensidad y las de guerra irregular o seguridad marítima.

 
El tener buques específicos para la seguridad marítima parte de la base de que no es rentable emplear fragatas polivalentes -caras y con mucha dotación- para estas misiones en las que la mejor arma es la información y la clave, la permanencia. 

La superioridad marítima norteamericana no sirve aquí pues sus pocos y potentes buques no van a estar en todos los mares, pudiendo suceder, además, que no coincidan los intereses económicos específicos que estas misiones tratan de proteger. Por esto, la Armada decidió construir los BAM, magníficos y relativamente baratos buques, aunque su número actual no sea suficiente para proteger los intereses en juego.
Las capacidades de alta intensidad propias pretenden ofrecer a nuestros gobiernos futuros la posibilidad de apoyar a los norteamericanos , tal como hicimos -en diversas formas- en Kosovo, Irak, Libia y Afganistán.

Si este enorme instrumento naval que tienen los norteamericanos se pone en marcha algún día -y si lo mantienen es porque piensan que lo van a utilizar- nuestro Gobierno puede decidir colaborar con ellos -caso de que nuestros intereses lo demanden- como al parecer sucedió en las ocasiones mencionadas. Los intereses compartidos son la única base estable para mantener una alianza.

Tambien estos medios diseñados para los combates de alta intensidad servirían para protegernos en caso de recibir una agresión en nuestro territorio o intereses nacionales básicos.


El arma aérea de la Armada -sus aviones Harrier-, los buques anfibios -tales como el reciente " Juan Carlos I" con su infantería embarcada-, las fragatas F-100 y los submarinos S-80 son ejemplos de plataformas pensadas por si llega ese día de tener que combatir contra un adversario en escenarios de alta intensidad. 
 
O lo que seria aun mejor; si se evita llegar a esto, al disuadirle con nuestros medios y voluntad.
 
Como los S-80 están siendo objeto de un cierto debate, me detendré -si bien brevemente- en ellos. La Armada estuvo dudando más de diez años si proponer al Gobierno dar continuidad, o no, a nuestra arma submarina: desde que cayó la URSS en 1990 hasta el 2002. 

Y esto fue así por la incertidumbre del horizonte presupuestario -anteriormente aludida- que podría hacer que, una vez aceptado el submarino, pasara por delante de la obtención de otras plataformas prioritarias -por ejemplo el "Juan Carlos I"- al que la prematura baja del "Príncipe de Asturias" ha confirmado posteriormente como imprescindible.

Los submarinos en situaciones operativas reales tienen unas formidables capacidades que no puedo describir aquí por falta de espacio. Solo voy a poner un ejemplo ¿Quiénes de ustedes seguiría nadando en una playa si sospecharan que hay un tiburón merodeando? 

Pues cuando llega la hora de la verdad, el submarino es como un tiburón para las otras unidades navales, peligroso incluso -en este caso- para los que miran desde tierra.

El S-80 va a salir adelante porque se pensó bien, lo necesitamos y sabemos hacer bien las cosas, aunque a veces nos equivoquemos.

En el panorama estratégico arriba descrito, estas son -a mi juicio- las herramientas que la Armada pretende obtener para defender los intereses marítimos nacionales. Un poco de comprensión y apoyo popular -incluso critico- no vendrían mal.

Ruego al amable lector que considere estas pobres líneas como mi contribución al seminario sobre los intereses marítimos nacionales encuadrado en la III Semana Naval, que se celebrará en Madrid los próximos 25 y 26 de septiembre.

Ángel Tafalla

http://www.revistatenea.es

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