Un Santo visigodo da nombre a la Cruz que Oficiales y Suboficiales obtienen cuando cumplen 20 años de servicios intachables.
Además
 de ser potentes, profesionales, motivados y modernos, los Ejércitos de 
España son también herederos y depositarios de una gloriosa tradición 
militar -según feliz expresión de las anteriores Ordenanzas-. Por ello 
conservan instituciones antiguas y respetables como la Real y Militar 
Orden de San Hermenegildo cuya creación, por la Real Orden de la fecha, 
tenía por objeto ". premiar a aquellos dignos Oficiales que dedican lo 
mejor de su vida al servicio de mis Reales Exércitos y Armada, sufren 
las penalidades e incomodidades de esta penosa carrera, sacrificando su 
libertad y propias conveniencias para perpetuarse en ella y que, con su 
larga permanencia, conservan el orden, disciplina y subordinación que 
hacen invencibles a los Ejércitos veteranos y los conducen a la 
victoria".
VOLUNTAD REAL
El
 Rey Fernando VII, una vez verificada la derrota y retirada de España de
 los invasores franceses, regresó para volver a sentarse en su Trono y 
recuperar la parte de su soberanía como monarca absoluto que las Cortes 
de Cádiz le habían arrebatado por su ausencia. La RMO. de San 
Hermenegildo nació con los grados de Cruz, Placa y Gran Cruz -que es 
otra Placa y la banda-, por cumplir los 25, 35 y 40 años de servicio, en
 el último caso, siendo además General. Toma el nombre del príncipe 
visigodo, hijo del rey Leovigildo que, inducido por su esposa Ingunda y 
San Leandro, abjuró del arrianismo oficial y se convirtió al catolicismo
 enfrentándose a su padre, también en lo político, quien le derrotó y le
 condenó a muerte. Fernando VII vio en este lejano episodio una 
trasposición de sus propias luchas como Príncipe de Asturias contra su 
padre el Rey Carlos IV y por ello lo eligió como titular de la nueva 
Orden.
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Una
 lectura reposada de la disposición, además de percibir el propósito de 
favorecer a la Oficialidad ofreciendo el estímulo del premio del ingreso
 en la nueva Real y Militar Orden -como se venía haciendo con la Real y 
Distinguida Orden Española de Carlos III-, permite leer entre líneas que
 Fernando VII pretendía premiar a los Oficiales veteranos del, por así 
decirlo, 'su' Ejército, aquellos que comenzaron la Guerra de la 
Independencia y lograron la victoria. Los requisitos establecidos 
excluían a los Oficiales de conveniencia, aquellos que, una vez lograban
 el Real Despacho -recurriendo incluso a su compra, procedimiento 
dieciochesco presente en los ejércitos europeos del momento, y en 
algunos hasta apenas hace 150 años-, pedían el retiro para quedarse con 
todas las ventajas posibles de ser Oficial, pero las menos de sus 
servidumbres.
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Detalle del anverso de la Cruz 
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También,
 y sobre todo, dejaba de lado a aquellos nuevos y numerosos Oficiales 
aparecidos durante la Guerra de la Independencia, de quienes temía que 
tuvieran sintonía con el liberalismo porque las Juntas y Cortes, en su 
afán revolucionario, habían concedido despachos de Oficial eximiendo de 
la exigencia de pertenecer a la Nobleza, como era preceptivo con 
carácter general.
Por
 otra parte, no debe dejarse de lado lo verdaderamente meritorio que a 
principios del siglo XIX era alcanzar 25 años de servicios continuados 
en filas pues, si bien la letalidad de las armas no era como la de las 
actuales, la sanidad militar de entonces no lograba las recuperaciones 
de heridos y enfermos en los niveles de hoy en día. Además, entrando en 
campaña la salud quedaba pronto resentida por factores como la dieta, 
los modestos alojamientos o el simple nivel de vida, a causa de unas 
pagas no siempre percibidas regularmente.
EVOLUCIÓN
El
 originario espíritu corporativo de esta Real y Militar Orden, que en 
origen fue muy elevado, fue, con el tiempo, perdiendo fuerza al compás 
de dos factores: el primero, la profesionalización total de los 
Oficiales entre los que disminuyeron grandemente los de conveniencia, su
 evolución general hacia el liberalismo, una vez derrotado el carlismo, y
 el segundo, el aumento de la esperanza de vida, que, 
imperceptiblemente, hacía no tan meritorio cumplir los años de servicio 
exigidos. Tanto es así que algunos, de flojo espíritu militar, han 
llegado a referirse a la Cruz y la Placa como las de "ser viejo", no 
llegando a constituir para ellos un motivo de orgullo obtenerlas.
LAS INSIGNIAS
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Placa de San Hermenegildo 
 | 
Antonio Manzano
http://www.revistatenea.es










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