Un académico estadounidense se pregunta si gracias a 
los avances modernos ha llegado la hora de que las armadas del mundo 
vuelvan a construir este tipo de buques protegidos que habían quedado 
obsoletos tras la Segunda Guerra Mundial.  
              
"Durante décadas, los ingenieros navales se han 
concentrado en la construcción de buques que, según los estándares de 
las Guerras Mundiales, son notablemente frágiles", escribe el profesor 
adjunto de una escuela de la Universidad de Kentucky, Robert Farley, en 
su artículo publicado por 'The National Interest'. 
La forma del acorazado moderno fue establecida alrededor de los años 
90 del siglo XIX, con la Clase Royal Sovereign. Aquellos acorazados 
desplazaban unas 15.000 toneladas, con dos armas pesadas en torretas en 
la proa y la popa, así como blindaje de acero. Las armadas de otros 
países también adoptaron estos parámetros básicos de diseño. 
En los años posteriores, la letalidad y la supervivencia 
incrementaron de forma drástica con el tamaño de los buques, de modo que
 en 1920, el acorazado más grande del mundo (HMS Hood) desplazaba ya 
45.000 toneladas. No obstante, con la llegada del poder aéreo y de 
misiles, el tamaño dejó de aumentar la letalidad de las naves de 
superficie. Al mismo tiempo, la proliferación de amenazas supuso nuevos 
obstáculos para asegurar su supervivencia. 
"Los enormes acorazados de la Segunda Guerra Mundial no podían 
sobrevivir un coordinado ataque aéreo y submarino, y no podían responder
 de forma suficientemente amplia como para justificar su armamento 
principal", escribe el autor.
Farley precisa que excepto los portaaviones, donde la letalidad 
todavía aumentaba con el tamaño, la arquitectura naval hizo un giro 
hacia el tamaño pequeño. Asimismo, los buques de la época de posguerra 
también descartaron la idea del blindaje como un medio para asegurar la 
supervivencia.
No obstante, desde la Segunda Guerra Mundial, varias armadas "han 
jugado con la idea de buques de guerra de grandes superficies". 
Recientemente, tanto Rusia como EE.UU. y China han considerado la 
construcción de naves de este tipo, señala el autor. 
Una de las propuestas de la armada estadounidense para el programa 
Crucero de la siguiente generación (CG[X] en inglés) incluía un buque de
 guerra de propulsión nuclear que alcanzaba 25.000 toneladas. Mientras 
tanto, China supuestamente pone a prueba su buque de guerra de 
superficie Type 055,
 la nave militar más grande de Asia. La Armada rusa, a su vez, ha 
anunciado los planes de empezar la construcción de los destructores de 
la nueva clase Líder en 2019. 
La posible vuelta al escenario de los acorazados se debe, en primer 
lugar, a que los grandes buques todavía tienen ventajas de letalidad, ya
 que, por ejemplo, pueden llevar mayores almacenes de misiles. Mientras 
tanto, los avances tecnológicos hacen posible que la artillería naval 
grande pueda lanzar ataques a unas distancias mayores y de forma más 
precisa que nunca. 
Otra ventaja importante consiste en que las innovaciones más 
interesantes en la tecnología naval incluyen sensores, tecnología no 
tripulada y láseres, entre otras, la mayoría de las cuales dependen de 
la electricidad. Los buques más grandes son capaces de generar más 
energía, lo cual aumenta no solo su letalidad, sino también su 
supervivencia.
    






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