Muy pocos miembros del Ejército del Aire
reciben este calificativo. Los escudos de sus escuadrones tienen unas
garras de águila, negras, sobre fondo amarillo y rojo, respectivamente.
Son los pilotos que, tras su adiestramiento en el Ala 23, la Escuela de Caza y Ataque, ubicada en Talavera la Real (Badajoz), pilotarán los Eurofighter y los F-18, las columnas de la fuerza aérea de España.
Un largo y exigente proceso
Cada año, en las primeras semanas de julio hay nuevos tenientes que
van destinados a las alas de caza, tras un proceso largo y exigente que
empezó cinco años atrás, en la Academia General del Aire (AGA), ubicada en San Javier (Murcia) tras obtener por oposición una de las plazas convocadas para futuros oficiales.
En los dos primeros cursos los alumnos tuvieron que superar las más
diversas asignaturas académicas y militares, y además de tiro,
supervivencia, pruebas físicas y reconocimientos médicos, entre otras.
El tercer curso, ya como alféreces alumnos, incluía volar la avioneta Tamiz.
Algunos no superaron este primer curso de vuelo y perdieron la
posibilidad de ser pilotos. Por ello, cada vez que a un alumno se le
autorizaba a volar solo –hito muy importante- , recibía de sus
compañeros el tradicional, atronador y divertido homenaje en el comedor
de alumnos, además del rapado de la ‘T’ en la nuca.
En cuarto curso, además de sus asignaturas, pilotaron el reactor C-101, el mismo de la Patrulla Águila.
Bastantes instructores son los mismos pilotos de la patrulla acrobática
que simultanean sus propios entrenamientos y la formación de los
alféreces alumnos; así, la transferencia de experiencias es muy
importante e inmediata.
El aprendizaje del C-101 incluye horas de simulador para aprender el vuelo instrumental y, lo más importante, a resolver las emergencias
más complicadas. También a lo largo de este curso se puede dar a un
alférez alumno la baja como piloto si no logra el adiestramiento en el
número de clases prescrito.
Al final de curso, y según las calificaciones académicas, de vuelo y
conceptuales, se asignaron las especialidades que se desarrollarían en
el quinto y último curso. De aquella cincuentena que ingresaron en la
AGA cuatro años atrás, sólo unos 15 alumnos –la cifra puede variar cada
año- pasaron a caza y ataque; el resto fueron a transporte o a
helicópteros.
Para desarrollar el quinto curso, los futuros pilotos de caza y ataque pasaron al Ala 23, ubicada en Talavera la Real (Badajoz).
La centrífuga y la visión negra
Pero antes de comenzar la formación específica en el Ala 23, los alféreces alumnos tuvieron que, como todos los aspirantes a pilotos de caza de la OTAN, enfrentarse a otro filtro, la ‘centrífuga humana’.
En ella, el piloto se sienta en una cabina situada en el extremo de
un brazo que gira acelerando hasta extremos casi insoportables para el
cuerpo humano –se alcanzan 8 G-. El piloto ha de superar diversos
ejercicios realizando técnicas respiratorias especiales que, junto con
el traje anti-G, evitan la ‘visión negra’
que aparece por el desplazamiento del torrente sanguíneo hacia los
pies, privando de riego al cerebro y pudiendo producir el desmayo que,
en un vuelo real, provocaría un accidente.
¿Qué aparatos vuelan?
El Ala 23 tiene en dotación los F-5, un interesante aparato, pequeño, birreactor, muy ágil y potente, diseñado según el principio de la ‘regla del área’
para mejorar las características de vuelo. Han sido remodelados
recientemente tan a fondo que están a la altura de los equivalentes T-38
norteamericanos. Usa posicionamiento GPS-inercial y representación de
rutas en pantallas digitales multifunción, el HUD tiene simbología estándar aire-aire y aire-suelo, radar virtual y lanzamiento simulado y real de bombas, así como un ‘scoring’
que dirá la precisión en el lanzamiento de bombas, entre otros
sistemas.
Además, al ser un aparato de entrenamiento derivado de un
caza, hace que el piloto se acostumbre a tomar las decisiones correctas
en un muy corto espacio de tiempo pues todo en el vuelo, dentro y fuera
de la cabina, sucede a una endiablada velocidad.
El día a día en el Ala 23
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La
actividad prioritaria es el vuelo en el F-5 de sus alféreces alumnos de
5º curso y a su alrededor gravita toda la actividad de la base, que
cuenta con unos 700 miembros.
Los pilotos alumnos desarrollan ejercicios, siempre con grados de dificultad crecientes, en acrobacias, formaciones, navegación instrumental, combate aéreo, ataque a tierra y vuelo nocturno.
Un ejercicio de menos de una hora de vuelo puede exigir a cada alférez
alumno una o dos horas de preparación si es para un ‘combate’ aire-aire y
entre 6 y 8 si es para un ataque a tierra, pues nada ha de dejarse al
azar; las misiones han de cumplirse con absoluta exactitud, bien
‘derribando’ al otro –que puede ser desde otro F-5 hasta un Eurofighter,
en combate 1 contra 1 ó 2 contra 1-, bien ‘dando’ en los blancos
terrestres con apenas segundos de diferencia del instante planificado.
Tras la preparación, y justo antes del vuelo, se lleva a cabo el ‘briefing’,
la reunión en la que los pilotos alumnos exponen a los demás
participantes en el ejercicio y los respectivos instructores –que,
normalmente son capitanes, y vuelan en las cabinas traseras- lo que van a
realizar, sobre todo, las medidas de seguridad, aspecto siempre
prioritario. Tras el vuelo se reúnen de nuevo para analizarlo
minuciosamente, en ocasiones durante varias horas, para afianzar lo bien
hecho y concretar en qué mejorar.
Para ello, además de la imprescindible ayuda del instructor, el avión
graba en vídeo el HUD –el visor transparente que ofrece al piloto los
datos instantáneos relativos al vuelo- y las comunicaciones; también
graba las posiciones y las velocidades.
Estas grabaciones pueden combinarse con las de los otros aviones
participantes en el mismo ejercicio para obtener mayores enseñanzas.
Lo que se siente ahí arriba
Sólo el hecho de pilotar un caza es una tarea mucho más complicada de
lo que comúnmente se cree; la mente ha de estar completamente
concentrada en el manejo del aparato –un caza es inestable porque vuela a
gran velocidad y no tiene capacidad de planeo-, a la vez que,
paradójicamente, ha de estar completamente dedicado al ejercicio.
Por ello queda poca atención para lo que no sea el ejercicio. Aún así, volar bajo un cielo azul purísimo por encima de las nubes,
o dentro de ellas, o de noche en formación, o pegado al suelo a más de
800 km/h, son vivencias muy singulares que sólo siendo un piloto de caza
pueden experimentarse.
El futuro inmediato
Tras superar la formación inicial del piloto de caza y el regreso a
la AGA, con sus últimas actividades académicas allí, se han cumplido los
cinco años de formación, se alcanza el empleo de teniente quedando
integrado en la escala de oficiales y siendo destinado a una de las alas
de caza, entre las que, significativamente, no consta la número 13.
Los lemas de las unidades revelan el espíritu que anima a sus pilotos: “Vista, suerte y al toro” (lema de Joaquín García Morato,
el as de la aviación española), “No le busques tres pies…”, “Quien ose,
paga”, “Cara a cara”, “Ay, si voy, con lo que te doy” y así otros,
presiden el constante proceso de mejora del adiestramiento en los más
modernos aparatos de caza para dar cobertura a los cielos de España y
ser capaces de participar de modo inmediato en las misiones que el
gobierno les encomiende, como la reciente en los cielos de los países
bálticos.
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