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Según evidencia la historia posbélica, la disuasión nuclear no es garantía absoluta que impida el desencadenamiento de guerras.
Ello no obstante, sigue siendo un
factor que impide el estallido de guerra entre las grandes potencias.
¿Cuál es el papel de la disuasión nuclear en la historia moderna?
¿Mantendrá su importancia también en el futuro?
La
esencia de la disuasión nuclear no reside en la disponibilidad de unas
cargas superpotentes, sino en los misiles dotados de ojivas nucleares.
La diferencia entre bomba nuclear de aviación y ojiva nuclear de misil
balístico intercontinental es bien sencilla: el ataque de masivo bombarderos es factible repeler, el lanzamiento masivo de misiles balísticos intercontinentales, no.
Precisamente
esta inevitabilidad del golpe, la imposibilidad de repelerlo, en
combinación con el enorme poder destructivo convierte los misiles con
ojivas nucleares en un arma absoluta, incomparable con las demás. Ello
no obstante, muchos expertos ponen en tela de juicio la eficacia de la
disuasión nuclear.
El “escepticismo nuclear” se
reduce, en lo fundamental, a dos planteamientos. El primero tiene que
ver con la historia de la Segunda Guerra Mundial, cuando unos
descomunales arsenales de armas químicas, acumulados por sus principales
participantes, no llegaron a intervenir como factor de disuasión. El
segundo reza que de por sí, el poder destructivo de una munición nuclear
no decide nada: la Humanidad sabe arrasar ciudades sin emplear armas
nucleares, más no por eso las guerras dejaron de estallar.
Ambos
planteamientos son erróneos por su esencia. Las armas nucleares y
químicas solo formalmente se catalogan entre una misma categoría de
armas de destrucción masiva. Las primeras difieren de las segundas por
los efectos destructivos y su duración.
Según
demostró la experiencia de la Primera Guerra Mundial, las armas
químicas, no es tan peligrosa, si el enemigo adopta medidas elementales
de protección. El efecto de su empleo sería muy dudoso, mientras las
consecuencias (en forma de una mayor crueldad del enemigo) no se harían
esperar.
Para comprender las características
específicas del arma nuclear, se ha de tener presente que el principal
efecto destructivo de una explosión nuclear no es la radiación con la
sucesiva contaminación del terreno, sobre todo, teniendo en cuenta que
cada nueva generación de las municiones de las cargas nucleares es más
limpia que la anterior. La mayor parte de las destrucciones ocasionadas
por una explosión nuclear, la provoca la onda de choque cuya potencia no
se ha de desestimar.
Cabe recordar, a propósito, que
las enormes destrucciones en Dresden y Tokio fueron provocadas por una
cantidad no muy grande de municiones: dentro de dos mil toneladas.
Debido a que estos golpes se asestaron contra un área amplia, el número
de víctimas era homologable con el de personas que sucumbieron a raíz
del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. También es preciso
subrayar que las primeras bombas nucleares, de unos quince kilotones, no
pueden ni compararse con las cargas de centenares de kilotones de
potencia que tienen hoy en sus arsenales las superpotencias.
La
vulnerabilidad de grandes ciudades creció desde los tiempos de la
Segunda Guerra Mundial. La dependencia de las megapolis del suministro
de energía y agua, sistemas de información y comunicación las convierte
en víctimas potenciales hasta para las armas nucleares de baja potencia.
Y un posible empleo de las cargas de mayor potencia conllevará a lo que
se califica en los medios de información como la destrucción mutua
asegurada.
En cuanto a las consecuencias del empleo
hipotético de armas nucleares, es necesario tener en cuenta su efecto
inmediato. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados podían
realizar maniobras, eliminar o reparar los daños causados por las
destrucciones y continuar la guerra en los períodos entre los ataques
aéreos. Pero un impacto instantáneo con empleo de varias centenas de
municiones la potencia de cada una de las que será en decenas veces
mayor que la de los pocos ataque aéreos masivos con los efectos más
destructivos que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. En
este caso, será imposible reparar los daños.
A
principios de la guerra fría, EEUU opinaba que para derrotar y
desintegrar a la URSS era suficiente unas trescientas cargas nucleares
de primera generación con una potencia de diez a treinta kilotones.
Pero, al inicio, el número insuficiente de tales municiones hizo tal
impacto imposible, mientras que las capacidades de cazas soviéticos
demostradas durante la Guerra de Corea de 1950-1953 convencieron a EEUU
que era poco probable conseguir el objetivo anunciado solo con
bombarderos convencionales. Hacia el momento cuando EEUU puso los
primeros misiles nucleares en servicio operacional, estas armas ya
habían completado los arsenales de las Fuerzas Armadas de la URSS.
Durante la Crisis de los Misiles en Cuba en octubre de 1962 la comunidad
internacional se dio cuenta de esta nueva realidad. El entonces
presidente estadounidense, John Kennedy, entendía sin duda alguna que
EEUU era capaz de destruir la Unión Soviética. Pero en aquella época, un
golpe de represalia asestado por la URSS, aunque habría sido mucho
menos potente, pudo aniquilar a decenas de millones de los ciudadanos
estadounidenses. Y con un alto grado de probabilidad esto habría puesto
fin a EEUU. En aquel momento, se dio cuenta que era imposible obtener la
victoria en una guerra nuclear y esto determinó las futuras relaciones
entre EEUU y la URSS.
A día de hoy, el estado de
cosas no ha cambiado, sino se ha agravado. A medida que un país se
desarrolle, sufriría más daños y mayor retraso en caso de un hipotético
conflicto nuclear.
El entendimiento de la eficacia de
la disuasión nuclear es la mejor garantía de la paz entre las
superpotencias. Pero esto suscita deseos de defenderse de un hipotético
ataque nuclear. Y la amenaza principal que proviene de los sistemas de
defensa antimisiles no consiste en su capacidad de interceptar misiles
del enemigo sino en su efecto psicológico. La subestimación de sus
capacidades empujaba en reiteradas ocasiones a los líderes de varios
países a emprender una aventura. Pero el aventurerismo en la era nuclear
puede conllevar a lo que no habrá quién juzgue a los responsables en la
situación cuando se libren muchas guerras locales por las reservas de
alimentos, agua y medicamentos a los que se logre salvar.
A
juzgar por todo, la potencia de armas nucleares y las posibles
consecuencias de su empleo son los mejores argumentos a favor de la
renuncia a la disuasión nuclear, ante todo, en las condiciones cuando se
libren cada vez más conflictos locales en el mundo. Pero hoy en día, el
factor nuclear sigue ocupando la posición dominante. Podemos esperar
que un día la humanidad evolucione hasta que sea capaz de mantener la
paz de un modo distinto de la amenaza de destrucción mutua.
Ach/mo
http://spanish.ruvr.ru
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