viernes, 14 de diciembre de 2012

Factor de la disuasión nuclear en la historia moderna

 
 
 

Según evidencia la historia posbélica, la disuasión nuclear no es garantía absoluta que impida el desencadenamiento de guerras.
Ello no obstante, sigue siendo un factor que impide el estallido de guerra entre las grandes potencias. ¿Cuál es el papel de la disuasión nuclear en la historia moderna? ¿Mantendrá su importancia también en el futuro?
La esencia de la disuasión nuclear no reside en la disponibilidad de unas cargas superpotentes, sino en los misiles dotados de ojivas nucleares. La diferencia entre bomba nuclear de aviación y ojiva nuclear de misil balístico intercontinental es bien sencilla: el ataque de masivo bombarderos es factible repeler, el lanzamiento masivo de misiles balísticos intercontinentales, no.

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Precisamente esta inevitabilidad del golpe, la imposibilidad de repelerlo, en combinación con el enorme poder destructivo convierte los misiles con ojivas nucleares en un arma absoluta, incomparable con las demás. Ello no obstante, muchos expertos ponen en tela de juicio la eficacia de la disuasión nuclear.
El “escepticismo nuclear” se reduce, en lo fundamental, a dos planteamientos. El primero tiene que ver con la historia de la Segunda Guerra Mundial, cuando unos descomunales arsenales de armas químicas, acumulados por sus principales participantes, no llegaron a intervenir como factor de disuasión. El segundo reza que de por sí, el poder destructivo de una munición nuclear no decide nada: la Humanidad sabe arrasar ciudades sin emplear armas nucleares, más no por eso las guerras dejaron de estallar.
Ambos planteamientos son erróneos por su esencia. Las armas nucleares y químicas solo formalmente se catalogan entre una misma categoría de armas de destrucción masiva. Las primeras difieren de las segundas por los efectos destructivos y su duración.
Según demostró la experiencia de la Primera Guerra Mundial, las armas químicas, no es tan peligrosa, si el enemigo adopta medidas elementales de protección. El efecto de su empleo sería muy dudoso, mientras las consecuencias (en forma de una mayor crueldad del enemigo) no se harían esperar.
Para comprender las características específicas del arma nuclear, se ha de tener presente que el principal efecto destructivo de una explosión nuclear no es la radiación con la sucesiva contaminación del terreno, sobre todo, teniendo en cuenta que cada nueva generación de las municiones de las cargas nucleares es más limpia que la anterior. La mayor parte de las destrucciones ocasionadas por una explosión nuclear, la provoca la onda de choque cuya potencia no se ha de desestimar.

 
Cabe recordar, a propósito, que las enormes destrucciones en Dresden y Tokio fueron provocadas por una cantidad no muy grande de municiones: dentro de dos mil toneladas. Debido a que estos golpes se asestaron contra un área amplia, el número de víctimas era homologable con el de personas que sucumbieron a raíz del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. También es preciso subrayar que las primeras bombas nucleares, de unos quince kilotones, no pueden ni compararse con las cargas de centenares de kilotones de potencia que tienen hoy en sus arsenales las superpotencias.
La vulnerabilidad de grandes ciudades creció desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. La dependencia de las megapolis del suministro de energía y agua, sistemas de información y comunicación las convierte en víctimas potenciales hasta para las armas nucleares de baja potencia. Y un posible empleo de las cargas de mayor potencia conllevará a lo que se califica en los medios de información como la destrucción mutua asegurada.
En cuanto a las consecuencias del empleo hipotético de armas nucleares, es necesario tener en cuenta su efecto inmediato. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados podían realizar maniobras, eliminar o reparar los daños causados por las destrucciones y continuar la guerra en los períodos entre los ataques aéreos. Pero un impacto instantáneo con empleo de varias centenas de municiones la potencia de cada una de las que será en decenas veces mayor que la de los pocos ataque aéreos masivos con los efectos más destructivos que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. En este caso, será imposible reparar los daños.
A principios de la guerra fría, EEUU opinaba que para derrotar y desintegrar a la URSS era suficiente unas trescientas cargas nucleares de primera generación con una potencia de diez a treinta kilotones. Pero, al inicio, el número insuficiente de tales municiones hizo tal impacto imposible, mientras que las capacidades de cazas soviéticos demostradas durante la Guerra de Corea de 1950-1953 convencieron a EEUU que era poco probable conseguir el objetivo anunciado solo con bombarderos convencionales. Hacia el momento cuando EEUU puso los primeros misiles nucleares en servicio operacional, estas armas ya habían completado los arsenales de las Fuerzas Armadas de la URSS. Durante la Crisis de los Misiles en Cuba en octubre de 1962 la comunidad internacional se dio cuenta de esta nueva realidad. El entonces presidente estadounidense, John Kennedy, entendía sin duda alguna que EEUU era capaz de destruir la Unión Soviética. Pero en aquella época, un golpe de represalia asestado por la URSS, aunque habría sido mucho menos potente, pudo aniquilar a decenas de millones de los ciudadanos estadounidenses. Y con un alto grado de probabilidad esto habría puesto fin a EEUU. En aquel momento, se dio cuenta que era imposible obtener la victoria en una guerra nuclear y esto determinó las futuras relaciones entre EEUU y la URSS.

 
A día de hoy, el estado de cosas no ha cambiado, sino se ha agravado. A medida que un país se desarrolle, sufriría más daños y mayor retraso en caso de un hipotético conflicto nuclear.
El entendimiento de la eficacia de la disuasión nuclear es la mejor garantía de la paz entre las superpotencias. Pero esto suscita deseos de defenderse de un hipotético ataque nuclear. Y la amenaza principal que proviene de los sistemas de defensa antimisiles no consiste en su capacidad de interceptar misiles del enemigo sino en su efecto psicológico. La subestimación de sus capacidades empujaba en reiteradas ocasiones a los líderes de varios países a emprender una aventura. Pero el aventurerismo en la era nuclear puede conllevar a lo que no habrá quién juzgue a los responsables en la situación cuando se libren muchas guerras locales por las reservas de alimentos, agua y medicamentos a los que se logre salvar.
A juzgar por todo, la potencia de armas nucleares y las posibles consecuencias de su empleo son los mejores argumentos a favor de la renuncia a la disuasión nuclear, ante todo, en las condiciones cuando se libren cada vez más conflictos locales en el mundo. Pero hoy en día, el factor nuclear sigue ocupando la posición dominante. Podemos esperar que un día la humanidad evolucione hasta que sea capaz de mantener la paz de un modo distinto de la amenaza de destrucción mutua.

Ach/mo
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