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Para los seis oficiales franceses y los
cuarenta y nueve soldados españoles –lo que quedaba del regimiento “José
Bonaparte”– la campaña de Rusia de 1812 estaba a punto de terminar.
Estaban cerca de Kovno (Kaunas,
Lituania), a la vista de la frontera del Imperio Ruso, agotados y
decepcionados. A diferencia de sus camaradas franceses, los soldados
españoles lucían uniforme blanco con ribetes verdes y en la placa del
chacó estaban grabadas las iniciales: “JB”.
Las
tribulaciones de estos españoles habían comenzado en 1807, cuando el rey
Carlos IV, decidió enviar tropas de apoyo al ejército francés que
combatía en el Norte de Europa.
Mientras tanto, en
España los acontecimientos se precipitaban. El 6 de junio de 1808, los
borbones se vieron obligados a abdicar y el trono pasó a manos del
hermano de Napoleón, José Bonaparte. En Dinamarca, gran parte de fuerza
expedicionaria española se mantuvo fiel a Carlos IV y tomó el puerto
danés de Nyborg para regresar a la patria. No tuvieron éxito y todos
fueron reducidos y hechos prisioneros.
Sin embargo,
la Grand Armeé de Napoleón era un monstruo fagocitador de hombres y
necesitaba de efectivos frescos desesperadamente para sus planes de
expansión, aunque fueran prisioneros insurrectos. En otoño de 1908, el
general francés Jean Kindelán, que había estado al mando de las tropas
españolas insurrectas conformó un cuerpo de combate español con los
hombres que se habían mantenido fieles al emperador y muchos de los tres
mil quinientos prisioneros de Nyborg. Era el 13 de noviembre de 1809 y
por decreto de Napoleón nacía el regimiento “José Bonaparte”.
José
Bonaparte solicitó que el regimiento volviera a España para servir a su
causa en las revueltas internas, pero esta solución se descartó por la
inestabilidad que podría crear un cuerpo armado español luchando por
intereses franceses en suelo español. Finalmente, la unidad fue
desmembrada y sus partes terminaron luchando bajo mando francés en
Italia, Países Bajos y Alemania…
En realidad, el
principal motivo que guiaba a los soldados españoles al alistarse era la
posibilidad de desertar cuando el curso de la guerra les llevara cerca
de su tierra. Pero muy en contra de estos deseos, a mediados de 1812, el
estado mayor francés decidió incluirlos en la campaña de invasión de
Rusia.
El regimiento José Bonaparte era sólo una
pequeña parte del ejército multinacional que era la Grand Armeé del
emperador de Francia. A Rusia marcharon alrededor de seiscientos mil
hombres, de los que más de la mitad eran tropas extranjeras, en su
mayoría cedidas obligatoriamente por los países aliados de Francia,
entre los que se encontraba España. Sin embargo, y a pesar de su
fundamental aportación en las victorias, Napoleón nunca llegó a confiar
en estas tropas extranjeras, algunas a sueldo mercenario, y las
despreciaba. El brillante estratega era, a su vez, un general de
soldados, experto en enardecer la moral de sus soldados, pero sus
arengas patrióticas solamente iban dirigidas a los soldados franceses,
mientras que las legiones y destacamentos extranjeros eran considerados
carne de cañón barata, materia prima para ser empleada en las tareas más
ingratas y peligrosas. Y esta era la tesitura en la que se movieron los
hombres del “José Bonaparte”, ocupados en tareas de zapa y refuerzo de
vías de comunicación, cuando no de ser el objetivo de los obuses de la
artillería enemiga.
La mañana del 24 de junio de
1812, los primeros hombres del regimiento español cruzaban el río Neman,
que delimitaba la frontera con Rusia. A partir de ahí comenzaron un
duro y tortuoso camino que les llevaría a tomar parte de forma poco
activa en batallas tan decisivas para el curso de la guerra como, la de
Smolensk, o la de Borodinó que les abriría las puertas de Moscú.
Posteriormente,
ya en plena retirada, con el ejército ruso del general Kutúzov azuzando
la retaguardia, participaron activamente en las catastróficas batallas
de Krasnoi y la del río Berézina, donde la Grand Armeé en general, y el
regimiento “José Bonaparte”, en particular, sufrieron las mayores
pérdidas de la campaña rusa.
Soldados vestidos de
vivos colores asaltando un puesto enemigo, fusil en mano, anticipando
las vistosas cargas de los granaderos a caballo. Esta fueron escenas
poco habituales, raras, surgidas de la fuente creadora de mitos de la
literatura y la pintura patrióticas.
La realidad
resultó bien distinta: en las Guerras Napoleónicas participaron
alrededor de 4,5 millones de hombres y perdieron la vida 2,5 millones,
de los cuales solamente ciento cincuenta mil cayeron en combate.
La
Campaña de Rusia fue una guerra sucia, gris y cruel, ausente de todo
romanticismo. La mayoría de los hombres del “José Bonaparte” se quedaron
en las cunetas del camino, derrotados por el hambre, el frío, las
enfermedades y las muchas penalidades. En los raros combates, machacados
por el masivo fuego de artillería enemigo. El combate directo arrojaba
pocas bajas: entonces las balas eran casi testimoniales, ya que sólo
cinco, de cada mil disparos, daba en el blanco.
También
fueron víctimas de las brutalidades de la cruel guerrilla local durante
la desbandada hacia casa y de las tierras yermas ya desoladas. Uno de
los grandes dramas del ejército napoleónico en Rusia fue que hizo el
mismo camino de ida y de vuelta. Y en este punto hay que resaltar la
condición de ejército regular, no profesional (sólo los oficiales
recibían remuneración), y pobremente abastecido se daba al saqueo
vandálico para su supervivencia. Estas prácticas habían sido prohibidas
desde la devastación que causaron en tierras alemanas durante la Guerra
de los treinta años en el siglo XVII, pero general francés las recuperó y
utilizó la posibilidad de enriquecimiento como acicate para sus tropas,
y no sólo para la soldadesca... Y los rusos se las hicieron pagar todas
juntas.
Reducido a su más mínima expresión, el
regimiento “José Bonaparte” llegaba exhausto a su base en Marienwerder
(Brandeburgo) el día de nochevieja de 1812. La guerra había resultado un
absoluto fracaso y el cuerpo español se había dejado en ella al 96 % de
sus hombres.
Pero no todo fueron muertos y heridos
en esta historia: muchos de los soldados, movidos por la desesperación o
por intereses personales, optaron por pasarse al bando ruso. Con ellos
el ejército ruso formó un regimiento español, el “Imperial Alejandro”,
en honor al soberano ruso, que se encargó de perseguir a sus antiguos
camaradas de la Grand Armeé en su retirada.
El
regimiento español “José Bonaparte” dejó de existir en 1813 después de
ser revitalizado y de guerrear por tierras alemanas casi un año más.
Curiosamente, como unidad militar nunca estuvo en España. No así, el
“Imperial Alejandro” que, en verano del 1813 fue embarcado desde la base
de la marina rusa en Krondstadt en barcos ingleses con rumbo a España.
Casi siete años después, aquellos hombres, después de una larga singladura de sufrimiento y guerra, volvían a casa.
jg/kg
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