"Si nuestro coronel quiere que el Ejército afgano vaya a Kabulché, pues que vaya él mismo. Nosotros no vamos". El comandante Juan Luis Carranza explica que eso es lo que le contestaron los soldados afganos destinados en el campamento Hernán Cortés, en el valle de Darr-e-bum,
cuando llegó a la base y les comunicó que su coronel les ordenaba que
hicieran una operación al día siguiente en la peligrosa localidad de
Kabulché, situada al sur del valle.
Decenas de militares españoles se habían desplazado hasta Darr-e-bum
para apoyar a los soldados afganos en la operación y ¿ahora ellos no
querían ir? Argumentaron que no disponían de suficientes efectivos, y
que nadie les había informado de que tendrían que meterse en la boca del
lobo al día siguiente. Había sido imposible contactar con ellos antes
por teléfono móvil o radio.
"No es preocupéis, ISAF entrará a Kabulché con vosotros", relata
Carranza que contestó a los soldados afganos para evitar que la 'operación Goshawk'
-así la bautizaron los españoles- se fuera al garete después de todos
los esfuerzos realizados. "ISAF" significaba las tropas españolas,
porque las estadounidenses no se habían presentado aunque en teoría
debían participar, y allí no había nadie más.
Efectivos de la Brigada de Infantería Ligera Aeorotransportable
(Brilat) iniciaron los movimientos a las seis y media de la mañana y se
desplegaron con ametralladoras medias y ligeras, lanzagranadas y
fusiles de precisión en lo alto de las colinas que rodean el pueblo de
Kabulché. Subieron a pie con todo a cuestas: con el armamento, pero
también con munición, palas y sacos terreros para cavar posiciones de
defensa. Quien menos llevaba veinte kilos encima. Desde la lejanía,
parecían hormiguitas ascendiendo trabajosamente un desnivel de 200
metros.
El comandante Carranza y otros asesores militares españoles se adentraron en Kabulché con el Ejército afgano, que aportó once soldados a la operación.
Once. Menos de una docena para una intervención en que decenas de
militares españoles se movilizaron. En la entrada del pueblo, ya se oyó
el primer disparo y españoles y afganos se agazaparon detrás de muros de
adobe. Pero no, resultó ser una falsa alarma.
"¿Cómo que no quieren seguir? ¡Pero si casi no hemos entrado en el
pueblo! Diles que continúen", se quejó Carranza, porque a los pocos
minutos los soldados afganos ya querían dar media vuelta e irse de
Kabulché. "Adelantaros, adelantaros vosotros", insistía el comandante,
intentando que los militares afganos abrieran camino y mantuvieran una
cierta distancia con los asesores españoles porque, según el proceso de
transición, las fuerzas de seguridad afganas deben liderar las operaciones
y dejar de ir a remolque de las internacionales. Pero los militares
afganos se hacían los remolones, como el niño que está aprendiendo a
andar y no quiere soltarse de la mano de la madre.
Intercambio de tiros
De repente, una tromba de disparos se oyó en las alturas. Las tropas
españolas situadas en las colinas abrieron fuego con todo su arsenal
para responder a la insurgencia que empezó a disparar al ver su
territorio amenazado. Los niños que hasta entonces correteaban por
Kabulché desaparecieron de repente y el Raven -el avión español no
tripulado y dotado con una cámara- recibió dos impactos de bala y se
precipitó al suelo. "¡Bum!", resonó alto y fuerte en el valle. Los
españoles lanzaron una granada de mortero de 81 milímetros con el
innovador mortero embarcado. El intercambio de tiros se inició de nuevo
hasta que ¡bum!, otra granada de mortero cayó y se hizo un silencio casi
automático. El comandante Carranza dio orden de replegarse. Los
combates cesaron en las alturas, pero empezaron después en el valle de Piwar, al otro lado de Kabulché.
"Os felicito. ¡Habéis cumplido vuestra misión!", el teniente coronel José Ramón Pérez, al mando de la operación, exclamó con orgullo, ya de vuelta en el campamento de Moqur ante decenas de militares españoles agotados y sucios, tras horas de viaje, pegar tiros, comer poco y dormir al raso.
El comandante Carranza también hizo una valoración positiva de la
operación. Aunque pocos, los soldados afganos consiguieron adentrarse en
Kabulché. Una vez más los militares llegaban más allá. Lo malo es que
no les acompañaba el Gobierno afgano. La imagen de la extrema pobreza en Kabulché, abandonado de la mano de Kabul, dejaba un sabor agridulce.
Mònica Bernabé
http://www.elmundo.es
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