viernes, 27 de diciembre de 2013

La política "agresiva" de Rusia asusta a los políticos italianos

 


Un político italiano declaró, en el marco de una discusión dedicada a la política internacional celebrada hace poco en Roma, que estaba preocupado por la postura agresiva que volvió a manifestar Rusia. Se trataba de una hipotética intervención de Rusia en los acontecimientos que se desarrollaron en Kiev y de la decisión de Rusia de desplegar misiles nucleares tácticos Iskander en el enclave báltico de Kaliningrado que posteriormente fue desmentida.

Este político, como muchos otros, olvidó que los políticos europeos están entre los actores principales de las protestas contra el Gobierno legítimo ucraniano y que la Unión Europea no estaba dispuesta a ayudar a Ucrania a restablecer su economía, pese a su interés en firmar un acuerdo de asociación con este país. 

Olvidó también que antes de que Moscú tomase la decisión de desplegar misiles en Kaliningrado, EEUU quiso desplegar sus misiles en Rumania, Polonia y Turquía. Si el objetivo principal del despliegue de misiles estadounidenses fue interceptar misiles iraníes, en caso de un eventual ataque lanzado por Teherán, ¿para qué fue necesario confirmar esta decisión después de que la tensión entre EEUU e Irán se redujera?

Tras el colapso de la URSS en 1991, muchos políticos occidentales centraron sus esfuerzos en la disuasión de Rusia. Los estadounidenses y sus aliados financiaron abiertamente varias revoluciones de colores que tuvieron lugar en el espacio postsoviético con el fin de desestabilizar al país más grande en el mundo. 

Esta tarea no ha perdido todavía su actualidad, ante todo, para los republicanos. Muchas acciones de Occidente en Asia Central que no fueron siempre diplomáticas, así como críticas del sistema político ruso por los medios de comunicación buscaban debilitar al Gobierno ruso por fuera y por dentro y posiblemente contribuir a la desintegración del país. Así las cosas, no debería sorprender el hecho que Moscú, cansada de estas acciones hostiles, manifiesta un reacción agresiva.

Italia nunca participó en este sabotaje, a pesar de que se puso de moda, ante todo, entre los periodistas occidentales, buscar la paja en el ojo de Rusia y no la viga en el propio.
A juzgar por todo, estas contradicciones se han agudizan en los últimos meses. Parece que tanto una parte como la otra pasa por alto los intereses mutuos.

El Occidente industrial experimentará cada vez más necesidad en materias primas, en particular, en hidrocarburos. Rusia tiene grandes reservas de estos recursos y quiere continuar exportándolos. Al mismo tiempo, es evidente que el gigante eurasiático necesita las nuevas tecnologías y conocimientos técnicos que podría recibir de Occidente. 

Está claro que los países que anteriormente eran enemigos, ahora deben estar a un lado y que ninguna de las partes quiere poner obstáculos a la cooperación. Rusia no quiere perder a un cliente serio, mientras que Europa no está interesada en renunciar a Rusia como fuente de materias primas y mercado que seguirá desarrollándose. La amenaza real para estos países proviene de Oriente, o sea, de China. 

No es Moscú sino Pekín que en un futuro previsible puede plantear desafíos que pondrán en duda no sólo nuestro bienestar sino también el papel que desempeñamos a día de hoy en el mundo. Pese que hubo períodos positivos y negativos en la historia del desarrollo de China, cada habitante de este país - el antiguo Imperio Celeste - considera que es “Estado central” (zhongguo) y por eso tiene derecho histórico para desempeñar el papel central en el mundo.

Las autoridades chinas saben esperar con paciencia y desarrollar una estrategia del desarrollo del país a largo plazo. Al mismo tiempo, Pekín evidentemente está dispuesto a hacer realidad sus objetivos. China entiende perfectamente que no debería manifestar abiertamente su deseo de convertirse en el actor principal del mundo, sino quedarse relegada a un segundo plano durante varios años, disimulando sus fines reales. 

Pero a pesar de todos sus esfuerzos, la presencia de China fuera de Asia se siente cada vez más. Pekín establece con cada vez más frecuencia el control sobre África y sus recursos, invierte en América del Sur y Europa, adquiriendo empresas de tecnología avanzada de cuya experiencia podría apropiarse.

Los chinos tienen derecho de soñar con alcanzar el mismo nivel de desarrollo económico que el que se registra en Europa. Pero es evidente que Pekín nunca logrará tal nivel de desarrollo si lo extiende para al menos una mitad de un mil quinientas millones de personas sin una dura competencia en materia de suministro de materias primas y sin una explotación intensiva del medio ambiente. Se podría hacerlo sólo a cuenta de Europa, porque el mundo tiene límites.

¿Quizás sea oportuno abrir los ojos y ver quién es nuestro rival real, en vez de seguir temiendo a los rusos con los que nos une la historia, cultura y exigencias comunes? Y es necesario dejar de instigar los ánimos que podrían aproximar a nuestros amigos reales a los que representan una amenaza para nuestro futuro.

Foto: RIAN

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