Independentismo, religión, represión,
desigualdades y colonización se mezclan en la región más levantisca de
China, junto al Tíbet
A 4.000 kilómetros de Pekín, Xinjiang es la región más levantisca de China junto
al Tíbet. Buena prueba de ello son los 16 muertos del último choque con
la Policía cerca de Kashgar, en plena Ruta de la Seda, o el ataque suicida de finales de octubre en la plaza de Tiananmen, que se cobró cinco vidas y dejó 40 heridos.
Con tres veces la superficie de España y ocupando una sexta
parte de China, Xinjiang es una región estratégica para el régimen de
Pekín por sus reservas de petróleo y gas natural y sus fronteras con
Rusia, Mongolia, Pakistán, Afganistán, India y varias repúblicas ex
soviéticas de Asia Central. Esta vasta región ha permanecido bajo el
control de los distintos imperios chinos cuando sus dinastías eran lo
suficientemente poderosas para imponer su autoridad.
Pero su población autóctona, la etnia uigur de
religión musulmana que habla una lengua emparentada con el turco,
aspira a la independencia para formar el Turkestán Oriental desde los
años 30 del siglo pasado. Unas ansias secesionistas que han sido
cortadas “manu militari” por el régimen chino.
Tras dos intentos fallidos de independencia en los años 30 y 40, las tropas comunistas de Mao Zedong
tomaron Xinjiang en 1949. Desde la constitución de la Región Autónoma
Uigur en 1955 y la construcción del ferrocarril, los chinos de la etnia
“han” (pronúnciese “jan”) han colonizado Xinjiang para explotar sus
yacimientos de petróleo y minerales, sobre todo durante los años de la “Revolución Cultural” (1966-76).
De los 20 millones de habitantes de Xinjiang, ocho son uigures, entre
siete y ocho millones pertenecen a la etnia “han”, la mayoritaria en
China, y el resto se lo reparten kazajos, hui musulmanes, kirguizes,
mongoles y otras minorías.
Ocupando los mejores trabajos y ostentando el poder
político y económico, los “han” residen separados de las otras
comunidades. Frente al carácter emprendedor y moderno de los “han”, la
mayoría de los uigures son parados que viven hacinados en lo que queda
de los cascos históricos o paupérrimos campesinos que habitan cabañas
como hace siglos.
Sin apoyo del exterior
Para frenar su separatismo, el Gobierno chino intenta
impedir que los uigures salgan al extranjero, por lo que deben pagar
entre 10.000 y 20.000 yuanes (entre 1.200 y 2.400 euros), esperar un año
y tener buenos “guangxi” (contactos) para conseguir un pasaporte.
En 2008, coincidiendo con los Juegos Olímpicos,
una cadena de atentados terroristas causó en Xinjiang una treintena de
muertos, entre ellos 16 policías en Kashgar. En julio de 2009, los
peores disturbios interétnicos de las últimas décadas dejaron unos 200
muertos en la capital provincial, Urumqi.
“No tenemos el apoyo de Estados Unidos ni Europa porque se
identifica musulmán con terrorismo, pero se están violando los derechos
de los uigures”, se lamentaba entonces a ABC desde el exilio en Bishkek,
la capital del vecino Kirguistán, el presidente de la Asociación Ittipak, Dilmurat Akbarov.
Además de la represión, los uigures critican el control de
Pekín sobre la religión, ya que los imanes son elegidos por el Gobierno y
sus discursos supervisados. Para defenderse contra estas acusaciones,
el régimen chino relaciona a los grupos extremistas de Xinjiang con el
terrorismo islámico y con Al Qaida. Entre ellos destaca el Movimiento
Islámico del Turkestán Oriental, incluido en la lista de organizaciones
terroristas de China, Estados Unidos y la ONU.
En su intento por homogeneizar el país, el autoritario
régimen de Pekín ha convertido la Ciudad Vieja de Kashgar, uno de los
más bellos vestigios de la Ruta de la Seda, en un parque de atracciones de cartón piedra tras derribar buena parte de sus históricas casas de adobe.
Los rascacielos rodean el Gran Bazar de Urumqi
Junto a los rascacielos que
han proliferado en la ciudad, es el perfecto ejemplo de la colonización
china, ya que este moderno edificio de ladrillo rojo se halla presidido
por un falso minarete de estilo afgano como el de Turpan. Los
restaurantes de su interior ofrecen actuaciones folclóricas donde los
turistas chinos se atiborraban en su buffet. A unos metros de allí, los
uigures viven en cuchitriles en abigarrados callejones plagados de
puestos ambulantes de pinchitos de cordero y “nan” (pan).
Mientras tanto, el régimen sigue extrayendo el petróleo de
las ricas reservas de Xinjiang para alimentar su crecimiento. En la
carretera de 500 kilómetros que atraviesa el desierto de Taklamakan, hay
más de 120 casetas donde viven durante ocho meses dos personas, siempre
de la etnia “han”.
Por 800 yuanes (95 euros) mensuales, riegan los
matorrales de los arcenes para que las dunas móviles no cubran la
carretera y los camiones cisterna sigan transportando el crudo hasta la
ciudad-refinería de Korla.
Independentismo, religión, represión, desigualdades
sociales y colonización se mezclan en el cóctel molotov de odio
interétnico que estalla cada cierto tiempo en el polvorín de Xinjiang.
reuters
pablo m. díez
http://www.abc.es
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