miércoles, 9 de octubre de 2013

Navantia o la confusión de los síntomas con la enfermedad

 


Es fácil confundir los síntomas -el encarecimiento y retraso del submarino S-80- con la enfermedad que se padece: la que ha contraído, y todavía sufre, Navantia, empresa que por otro lado sabe diseñar y construir magníficos buques de guerra.

Como Navantia es una empresa de capital público, creo que podría considerarse correcto que uno de sus accionistas levantase la voz en esta especie de virtual junta general que constituimos todos los españoles. Se une además, en mi caso, la condición de antiguo marino de guerra y comandante de quilla -es decir primer comandante- del "Patiño" por lo que puedo apoyarme en ciertas experiencias propias.

Cual doctor ante un enfermo repasemos pues, primero, los síntomas. El sobrepeso del primer S-80 y los problemas con la planta AIP (sistema para producir, sin necesidad de aire atmosférico, la electricidad que propulsa al buque) son los principales síntomas del enfermo, que están rodeados de un silencio que para sí quisiera el más discreto de los doctores.

No nos detendremos mucho en los síntomas, pues nos vamos a centrar más en la enfermedad e incluso en su posible cura. Los repasaremos pues vertiginosamente.


El sobrepeso no es algo que surja de repente, un mes antes de la botadura del S-81. Ha tenido que ser detectado progresivamente por los ingenieros del proyecto varios años antes ¿Por qué pues no se informó y reconoció antes el problema? Creo haber encontrado la causa en algo que está pasando en la plantilla de Navantia desde el 2004.

Lo del AIP es algo de diferente naturaleza a lo anterior. Siempre tuvo riesgo y la prueba es que se financió inicialmente como un proyecto de I+D. Pero había alternativas por si se retrasaba; en principio no tiene nada que ver con lo del sobrepeso. 

La empresa Abengoa, que diseño el reformador de bioetanol -que debería producir el hidrogeno necesario para la generación de electricidad-, se encuentra al parecer en un atolladero sin salida a la vista. Pero hay otras soluciones. Al menos dos identificadas, que no acaban de explorarse por razones políticas, en principio no achacables a Navantia.


 

Se quiso dotar al S-80 de una propulsión AIP, no por lo que lo demandase nuestra comunidad submarinista, sino más bien para dar viabilidad, frente a posibles clientes extranjeros, a un astillero como el de Cartagena, que no podía sobrevivir con una cartera de tan solo cuatro buques para la Armada. 

Y esta supervivencia de Cartagena -con un producto de alto valor tecnológico- lo era también para Navantia, que se enfrenta a una competición cada vez mayor en las otras clases de buques que diseña y construye. Y con Navantia, perdura una manera de construir buques de guerra que ha paliado en parte la indiferencia con que las elites -y consecuentemente el pueblo- español han contemplado siempre a su marina de guerra.

Había pues, mucho en juego. Quizás incluso, la supervivencia de Navantia con el carácter que hoy tiene. Una privatización como la de Iberia o las cajas de ahorro seria una pesadilla para casi todos, pues no podemos imaginarnos a donde nos conduciría.

 
Repasemos ahora esta enfermedad de Navantia que sus síntomas han revelado. En el 2004, un recién llegado gobierno socialista nombró presidente de esta empresa estatal a una persona altamente politizada. Pero eran tiempos donde la ideología, la temeridad u optimismo sin base y la ignorancia -en este caso sobre la industria naval- campaban por sus respetos en el campo político. Seguro que lo recuerdan Uds.

Los cambios que este presidente -que duro 5 años- introdujo entre los ingenieros y técnicos de la entonces Izar -posteriormente Navantia- no fueron inspirados por criterios técnicos y sembraron, adicionalmente, el miedo a perder el puesto caso de oponerse a la línea oficial. 

Aquí creo que radica el foco de lo del sobrepeso del S-80: miedo a expresar un criterio puramente técnico. Del 2009 hasta la fecha se ha sucedido un vertiginoso carrusel de presidentes aparentemente incapaces de arreglar el entuerto, pues quizás lo que el nivel politico estropeó exige un nivel político para enderezarlo. 

Solo una decidida acción de la cúpula del Ministerio de Defensa -sin excusarse en dependencias de otros organismos oficiales o buscar escapes con reorganizaciones de dudosa eficacia- puede salvar a la última industria militar estatal, que no solo ha sobrevivido, sino cosechado resonantes éxitos hasta la fecha.

 
Respecto a la ubicación de la jefatura del programa S-80 y sus relaciones con el resto de órganos técnicos de la Armada creo que -apropiadamente-deberíamos seguir a San Ignacio de Loyola en aquello de "En tiempos de tribulación no hacer mudanza".

Pero no todo fue malo del 2004 al 2009. La cruz que arrastraba Izar -que englobaba los astilleros públicos civiles con pérdidas enormes y ayudas ilegales según la UE- fue parcialmente aliviada durante este periodo, con la notable excepción del astillero de Puerto Real -entre otros- auténtica piedra al cuello, por su rentabilidad y tamaño, que todavía hoy lastra a Navantia, la sucesora de Izar. 

En estas página web de ATENEA (enlace con "Lo fácil y lo difícil" de 16.03.12) he ventilado ya hace año y medio alguna de mis ideas sobre la reconversión de Navantia, imprescindible -a mi juicio- para su supervivencia.

Navantia ha vendido hasta la fecha magníficas fragatas a clientes extranjeros de la mano de Lockheed Martin, que es la mayor empresa en el mundo del armamento. También vendió en su día submarinos -los Scorpenes- asociada, más bien arrastrada, por los franceses de la semiestatal DCNS. Solo que esto último acabo mal, mientras que los acuerdos con los americanos gozan todavía de buena salud, tanto con los sistemas de combate de los buques de superficie, como para los del S-80.

En el caso de los tres portaviones vendidos a otros clientes, Navantia ha ido sola en la venta, pero en otras ocasiones se ha perdido mercado por motivos políticos -como en el concurso con los rusos- pese a tener un producto claramente superior.

El mercado de buques de guerra es uno muy político, donde tener algo bueno -como en su día serán sin duda los S-80- posibilita, pero no asegura la venta. Especialmente si se sale tarde y cubierto por la espesa capa de humo tóxico con la que algunos adversarios comerciales -ayudados por los habituales pesimistas nacionales- están cubriendo el futuro de nuestro submarino.

Por eso creo que habría que imitar con los S-80 el modelo que exitosamente se ha seguido con los buques de superficie e ir a una asociación naval técnica y comercial conjunta hispano norteamericana -tutelada oficialmente por las dos marinas- especialmente favorecida en esta ocasión por el hecho que estos últimos no diseñan submarinos convencionales.

Una posdata final: no me preocupo de las ventas de Navantia por motivos personales -pues nunca he recibido ni un euro de ellos- sino por entender que su futuro y el de mi Armada están unidas. Esta última si que me motiva.


Ángel Tafalla

http://www.revistatenea.es

*Ángel Tafalla es almirante

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